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Todos contentos

A mediados del pasado mes, Miquel Roca, expresando una opinión común en su partido, decía: "Pretender cerrar el proceso autómico es querer poner puertas al campo:, el proceso autonómico es por definición abierto y flexible". Para esa fecha, los correligionarios de Roca habían tenido ocasión de leer en el programa electoral del PP el apartado "Un marco estable para la España de las Autonomías", que en sus primeras lindas afirmaba: "No puede aceptarse un proceso abierto por tiempo indefinido y de perfiles indeterminados". Si se comparan las dos frases se verá que no se trata, como ahora dicen, de las necesarias "modulaciones" sobre un acuerdo de fondo, sino de políticas estrictamente contrarias: no puede dejarse abierto, clamaba el PP, no se puede cerrar, replicaba CiU; no a la indeterminación, exigía el PP; sí a la flexibilidad, contestaba CiU.Cerrado /abierto; determinado /flexible no son variaciones sobre un mismo tema, sino conceptos antinómicos: no se puede cerrar una puerta y a la vez dejarla abierta; culminar un trabajo y dejar tareas pendientes. "Proceso autonómico abierto" y "cerrar el proceso autonómico" expresan una concepción no ya diferente sino contraria del Estado, que los populares pretendían "fijar" de una vez por todas, "culminando" las transferencias y "definiendo" las materias intransferibles e indelegables y que los convergentes desean "flexibilizar", dejar en la, indeterminación, porque las cosas cambian y lo que hoy parece una competencia indelegable del Estado, mañana puede aceptarse como una competencia normal de las Comunidades Autónomas, o de algunas de ellas.

Cómo ha sido posible recorrer en tan corto tiempo la larga distancia que separaba ambas concepciones es un misterio cuya solución no hay que buscar en el contenido del acuerdo firmado por PP y CiU sino en el escueto hecho de su firma: lo que importa, hasta hoy, no es tanto lo que se ha firmado como haber firmado. La firma es la fuente de la relativa euforia popular y de la evidente satisfacción nacionalista, porque la firma es lo que permite a los primeros ser gobierno y a los segundos dar un paso de gigante por el camino sólo desbrozado hace tres años y convertido ahora en amplia avenida para avanzar hacia el objetivo final, que no es otro que seguir avanzando sin fin.

Se comprende que el acuerdo llene de gusto a los dirigentes nacionalistas. Tal como las cosas, se van definiendo, los nacionalistas se configuran en su relación con el Estado como partidos de investidura y de gobernabilidad, que es, no por casualidad, el título de los acuerdos, más elocuente en lo que calla que en lo que dice. Al desechar los pactos de legislatura y gobierno y preferir los de investidura y gobernabilidad, Ios nacionalistas se reservan la envidiable posición del socio *que todo lo recibe sin ofrecer nada a cambio excepto las condiciones que le garantizan recibir lo que pide. Con el acuerdo firmado, gobernar significa transferir competencias sin fijar nunca el "perfil", mientras ayudar a la gobernabilidad consiste en asumirlas en un proceso abierto, sin límites ni fronteras.Lo curioso es que los dirigentes del PP y la prensa que durante tres años ha llorado a lágrima viva la venta de España en el mercado catalán contemplen el acuerdo con esa extraña calma que de pronto les ha embargado a todos. O estaban al límite de su exasperación y han dicho: uufff, ya somos Gobierno, y que sea lo que Dios quiera; o en verdad han experimentado una profunda conversión y están dispuestos a avanzar los primeros no ya por la senda constitucional sino por la asimétrico-federal. A, lo mejor es esto lo que quiere decir Aznar cuando, dejándose llevar del ansia fundacional tan característica de nuestros políticos, afirma que su llegada al gobierno constituye un día histórico porque histórico es el encuentro de la derecha española con los nacionalismos moderados. De momento, todos contentos, y a ver qué pasa.

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