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Tribuna:EL NUEVO GOBIERNO
Tribuna
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Cambios

Enrique Gil Calvo

Alcanzar un difícil acuerdo con los nacionalistas le ha permitido a Aznar no sólo superar su investidura, sino lo que parece políticamente más importante: demostrar que da la talla como gobernante. Se podrán discutir los detalles del acuerdo, así como denunciar el evidente oportunismo de todos sus firmantes, pero hay que reconocer la audacia y decisión con que Aznar ha sabido tomar la iniciativa política, aprovechando la oportunidad que se le brindaba de coger el tren en marcha y logrando así imponer su propio ritmo a la nueva agenda estratégica que presidirá esta legislatura. En efecto, el actual horizonte político que se divisa tras la investidura ya no tiene nada que ver con el que antes de las elecciones ensombrecía la vista. Y, de cumplirse el programa acordado, sufriremos el más ingente cambio político experimentado desde la transición: no sólo en materia de reestructuración territorial del Estado, sino incluso en cuestiones de diseño institucional (Ejército, Inem, privatizaciones, contrarreforma fiscal, etcétera). Así que, como se nos prometió, vamos a pasar página, al adentrarnos a ciegas en una incierta postransicion.Este indudable éxito ha cogido por sorpresa a los socialistas, quienes, olvidando que no hay enemigo pequeño, habían infravalorado la talla de Aznar. Y ahora lo lamentan, acusándole de huir hacia delante por firmar pactos contra natura de imposible cumplimiento y acordar bajo cuerda lo contrario de lo prometido. Ahora bien, esa misma crítica se pudo formular contra el cambio impuesto por el PSOE en 1982, cuando el neoliberal ajuste Boyer incumplió su programa keynesiano y aparecieron multitud de indeseables efectos perversos. Por lo demás, las críticas contra el cambio propuesto por Aznar reproducen las tres retóricas conservadoras (futilidad, perversidad y riesgo) que, al decir de Hirschman, el pensamiento reaccionario ha opuesto siempre contra las políticas de cambio social progresista. En efecto, para los conservadores, todo intento de introducir cambios es o bien inocuo (futilidad) o genera efectos contraproducentes (perversidad) o amenaza con destruir sagradas conquistas previas (riesgo). ¿Y no es esta misma música conservadora la que hemos escuchado en las críticas contra el programa de Aznar?¿Quiere esto decir que se invierten las tornas, oponiéndose el conservadurismo de los progresistas al progresismo de los conservadores? Algo pudiera haber de cierto en ello. Como el sociólogo Anthony Giddens hace notar en su último libro (Más allá de la izquierda y la derecha), hoy las propuestas de cambio radical proceden de la derecha, mientras los socialdemócratas son quienes intentan conservar el Estado de bienestar, puesto en riesgo por la amenaza neoliberal. Y esta misma divisoria puede haberse instalado entre nosotros tras el acceso de Aznar al poder. Pero creo que hay algo más. Si los socialistas se duelen tanto es porque Aznar les ha desbordado, al arriesgarse a firmar unos pactos con los nacionalistas que ellos no fueron capaces de sacar adelante. Aquí está lo trágico del asunto: lo que el PSOE no pudo lograr, porque se lo impidió la derecha, podrá conseguirlo Aznar, sin que la izquierda lo pueda evitar.

Así que la queja socialista no procede de su oposición al cambio, sino de su frustración al no poder protagonizarlo. No se trata, pues, de conservadurismo defensivo, sino de pura y simple impotencia. Cuando los socialistas llegaron al poder en 1982, a pesar de hacerlo con mayoría absoluta, se vieron obligados por la realidad social a conservar el orden político existente, sin atreverse a intentar modificarlo: por eso reforzaron la banca, el mercado, la Administración, el Ejército, etcétera. Aznar en cambio, aun sin mayoría absoluta, tendrá las manos libres para reestructurar el orden político vigente, rediseñándolo ex novo sin que la izquierda pueda evitarlo. ¿Y por qué? Pues porque puede, al ser el representante de la clase dirigente que monopoliza el poder de vetar los cambios.

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