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Reportaje:ATLETISMO

Señores corriendo con bragas de señora

No ocurrió hace mucho, aunque los participantes más jóvenes en el primer maratón de Madrid no habían nacido. Pero para los veteranos parece que fue ayer, porque el éxtasis del primer maratón permanece de por vida.Pues tal y como lo cuento sucedió: los pioneros del maratón corrieron, hace 19 años, con bragas de señora bajo los pantalones. Su textura era más suave que la de los canzoncillos y evitaba las rozaduras. Por aquel entonces no había ni zapatillas que elegir.

Hace 19 años, cuando el récord de España de maratón era de 2 horas 15 minutos, tiempo inferior con el que se gana ahora en Madrid pese a toda la dureza de su recorrido, no existía el mercado que se abre ahora ante el corredor. Zapatillas no había más que unas: las playeras blancas que servían para todo, desde para ir a la playa hasta jugar al tenis, que ya por entonces era furor. También hubo quienes corrieron el primer maratón con botas de fútbol; si servían para correr detrás de un balón, ¿por qué no para correr por las calles?

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Quienes tuvieron la preocupación de calzarse zapatillas de verdad no pudieron elegir más que entre las adidas alemanas y las asics japonesas. Por 2.000 pesetas se tenía la oportunidad de utilizar zapatillas de maratón, pero totalmente inadecuadas para la mayoría de la humanidad, porque carecían de talonera. Estaban diseñadas para los maratonianos genuinos, atletas tan livianos que pesaban menos de 55 kilos.

La oferta estadounidense de zapatillas no existía -la española, por supuesto, tampoco- y lo más exquisito llegó desde Finlandia. Al poco tiempo, calzar una Karhu se convirtió en el no va más, porque fueron las primeras en ofrecer un cojín de aire en la talonera. El impacto contra el suelo quedaba neutralizado y la sensación de impulso en cada zancada era real.

La evolución del calzado fue pareja a la de la vestimenta. La aparición de pantalones con braguero de algodón incorporado acabó con la clandestinidad de las bragas, que había que probarse en casa, después de que la madre, hermana o esposa nos hubiera comprado una docena, porque desconocíamos la talla y el. modelo adecuados.

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Su utilización era un secreto a voces, propagado boca a boca por los maratonianos de élite. Las bragas resolvían un doble problema: sujetaban sin apretar y evitaban rozaduras.

Los pantalones, antes, ni contenían aperturas laterales ni llevaban incorporado el braguero. No servían más que para tapar, porque, desde luego, para correr, no. Vaselina se echaba uno a chorros, para evitar una sangría en las ingles.

El uso de los modelos más avanzados causó al principio rubor, porque dejaba el muslamen y parte de la cacha al descubierto. Bienvenidos fueran . porque permitían ampliar la zancada sin que oprimiera el pantalón.

La camiseta, como fue la prenda que ofrecía menos problemas, ha registrado una evolución menor en la uniformidad del maratoniano. Los avances se concretaron, más que en el diseño, en el tejido, hasta dar con uno que hiciera resbalar el sudor y el agua. Así se logró que el líquido no hicieron aumentar el peso de la camiseta.

Diecinueve años después, inundados de modelos y marcas, correr parece fácil. Pero no es así. La grandeza del maratón es que, 35 kilómetros después de haber comenzado a correr, uno se queda luchando en solitario contra la distancia, sin más ayuda que la de sus piernas y la de una fe inquebrantable.

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