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Un juez certifica, en tres minutos, el divorcio de los duques de York

El juez de distrito Gerald Angel puso fin ayer a los diez años -cuatro de ellos, separados- de matrimonio de los duques de York en un acto que duró tres minutos y al que no asistieron los interesados. Técnicamente, el divorcio no será un hecho legal hasta dentro de seis semanas, pero la percepción general. ayer era de punto final. El primer ministro, John Major, se declaró tan "entristecido" como la reina Isabel II por el abrupto final del matrimonio del tercer hijo de la soberana. Un término cargado de cinismo si se tiene en cuenta que tanto Buckingham Palace como Downing Street llevaban años intentando desembarazarse de la duquesa de York.La propia interesada, Sarah Ferguson, de 36 años, se vio casi forzada a repetir la mismas palabras por los periodistas que la entrevistaron en la estación de esquí de Verbier (Suiza) donde disfruta de unas vacaciones con sus hijas, las princesas Beatriz y Eugenia, de siete y seis años, respectivamente. "Pues sí, es el día más triste de mi vida, pero seguiremos siendo los mejores amigos", dijo la duquesa, que, pese a haber sido apeada del tratamiento de alteza real, seguirá manteniendo su título.

El único que ha guardado silencio, fiel a una política que ha durado los últimos cuatro años, desde que se anunció la separación de la pareja en 1992, fue el príncipe Andrés. El tercer hijo de la reina de Inglaterra, también de 36 años, instructor de helicópteros en la Armada Real, se encaminó como cada día a la base naval de Portland, en Dorset.

Pese a la falta de detalles concretos sobre el acuerdo económico alcanzado por los duques de York, diversas fuentes mencionaban ayer la cifra de dos millones de libras (unos 400 millones de pesetas) como la más probable dotación recibida por Sarah Ferguson a cambio de mantener la boca cerrada ante la prensa.

Lo cierto es que Sarah Ferguson, calificada en su día por el ex secretario de la reina lord Charteris con el rotundo comentario: "es vulgar, vulgar, vulgar", no fue nunca del agrado de los súbditos de Isabel II ni, por supuesto, de la soberana.

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