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Los secuestradores aplazaron seis veces la libertad de Aldaya por la presión de los rastreos policiales

El empresario José María Aldaya temió por su vida varias veces durante su cautiverio de 341 días y lloró y sufrió como nunca creyó que podía llegar a sufrir, según el portavoz de la familia, Inaxio Altuna. Alcanzó los umbrales de la máxima depresión y abatimiento al constatar, hasta en seis ocasiones distintas, que sus guardianes incumplían su promesa de liberarle alegando "dificultades" causadas por la presión de los rastreos policiales. Aldaya compareció ayer en Irún ante el juez Javier Gómez de Liaño y el fiscal Ignacio Gordillo e hizo una declaración "interesante para la investigación" según fuentes judiciales. Aseguró que desconoce si hubo pago de rescate.

Aldaya aprendió en su cautiverio que el ejercicio físico intenso, "hasta la extenuación", era el método adecuado para ahuyentar sus temores y malos presagios, para contrarrestar el riesgo de caer en la locura, según contó Altuna en una multitudinaria rueda de prensa.Gracias a sus propio sistemas de recuento, Aldaya mantuvo en todo momento el calendario exacto de su secuestro, hasta el punto de que acertó el día de su cumpleaños y el de Nochebuena. Se aplicó una estrategia de supervivencia sustentada tanto en el ejercicio físico -10 kilómetros diarios en su habitáculo de 3 metros de largo, por 1 de ancho y 1,90 de alto- como en la higiene.

El empresario obtuvo de su guardián sábanas limpias y dos palanganas de agua caliente diarias para asearse. Con todo, sufrió de erupciones en la piel, causadas por la gran humedad existente en el agujero, y en una ocasión cayó enfermo con fiebre alta y diarreas que combatió con antibióticos.

Durante las primeras semanas de cautiverio vivió angustiado por el temor de que su respiración agotara los metros cúbicos de aire que calculaba podían existir en su agujero. Sus temores se disiparon al comprobar que el aire se renovaba cuando su guardián (siempre un encapuchado al que nunca llegó a poner un nombre) abría la portezuela para entregarle el desayuno, la comida y la cena.

Según el portavoz de los Aldaya, el empresario sólo tuvo contacto con un único guardián, aunque tuvo la certeza de que la existencia de otros carceleros porque tras las comidas el encapuchado alargaba el brazo con el plato vacío a través de la puerta del zulo para dárselo a una segunda persona a la que nunca vio ni oyó.

Estando cautivo, Aldaya no escuchó ruido alguno del exterior, lo que hace suponer que tanto su zulo como los espacios que se reservaban sus carceleros forman parte de una construcción aislada e insonorizada.

La comida era buena: zumo, café con leche, cereales por la mañana; legumbres, verduras, carne o pescado, fruta o yogures en la comida y la cena. Cuando necesitaba algo, el empresario golpeaba la puerta de su cubículo y su anónimo, encapuchado acudía, a la llamada. Jugó con él al mus todas las mañanas, tras desayunar y recorrer su jaula durante un Par de horas y en los últimos meses su guardián le dio clases de euskera.

Mataba el tiempo leyendo libros, preferentemente de historia y novelas, que le suministraba el carcelero.

Aldaya, que no compareció a la conferencia de prensa por consejo médico, no piensa abandonar Euskadi y, según el portavoz, tiene la impresión de "haber salido triunfante" de esta amara prueba.

Hora y media ante el juez

El empresario guipuzcoano, en cambio, sí compareció ayer ante el juez Gómez de Liaño, al que aseguró que desconoce todo lo relacionado con un posible pago de rescate y que le resultaría imposible reconocer a cualquiera de las cuatro personas que intervinieron en su secuestro porque éstas estuvieron encapuchadas.Aldaya, según fuentes de la investigación, realizó a lo largo de hora y media un relato pormenorizado de la historia que ha vivido desde que fue secuestrado el 8 de mayo de 1995. Antes de declarar fue examinado por dos médicos forenses antes de iniciar un relato de seis folios.

El dueño de Alditrans relató que siempre había estado en el mismo lugar y que en ningún momento había sido trasladado de habitáculo. Aseguró que no podría llegar a identificar a sus captores porque tanto las tres personas que le secuestraron cerca de su casa de Hondarribia como el que lo custodió estuvieron con los rostros cubiertos.

El transportista narró que los terroristas le proporcionaron vino y cava el día de Navidad y el de su cumpleaños y que se enteró del nacimiento de su primera nieta, Mireia, debido a que su captor le comunicó que había sido abuelo. El testimonio facilitado por el empresario permitirá seguir la investigación gracias a algunos datos "interesantes" -según la policía- aportados por él.

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