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Madrigalicia

Existe Galicia, existe Madrid y existe también Madrigalicia, una comunidad en la que uno penetra casi sin darse cuenta, incluso con la nave al pairo. Hay diversos modos de arribar a este puerto, algunos de laberíntica singladura y otros, los más habituales, basados en la pura razón o, sinrazón, de la vida humana. En el caso de los gallegos que se vienen a trabajar a Madrid de jóvenes en busca de oportunidades y se quedan aquí para siempre, y también el de los madrileños que salimos a Galicia o cualquier punto de la diáspora galaica, nos enamoramos de una gallega, la desposamos y nos la traemos puesta para vivir, happily ever after, en Madrid. Y resulta útil consignar, para la recta comprensión del tema, que el flechazo, al menos en 99 de cada 100 casos, no sólo visa sobre la amada de turno, sino sobre su tierra, ya tierriña. Es decir, que también nos traemos puesta a Galicia.Hay que decir en seguida que los integrantes -sin nombramiento, cuota, diploma, orla o colgajo- de Madrigalicia somos boa xente, adaptada sin traumas la existencia capitalina. Otra cosa es que de pronto pueda acogotarnos la morriña, pero eso suele curarse con una inmersión por aquellos lares. Y luego, ¡hala!, a casita que llueve, a Madrid. Y si los gallegos de alá y su patria chica toda son, por lo general, mucho más hospitalarios, comprensivos e integradores, sobre todo en cuestiones de mestizaje, que los nativos de otras comunidades periféricas, no resulta menos cierta la afirmación de que los madrigallegos somos todavía más aperturistas. La tolerancia es una de nuestras virtudes primordiales. Vivimos en otra órbita, hablamos entre nosotros en castellano, sin perjuicio de que a veces, bajo el influjo de la saudade, adobemos nuestra cháchara con términos gallegos. Éstos, o la lengua entera y verdadera, afloran también, por supuesto, en las canciones, poemas o conxuros que, por regla general, suelen cerrar las frecuentes xuntanzas gastronómicas y, claro está, vinícolas.

Madrigalicia se palpa, se siente, se mueve, está presente. Hace poco, por ejemplo, la Casa de Galicia en Madrid me honraba doblemente al incluirme, primero, en una Mesa Redonda sobre Literatura y Cocina Gallegas y al adjudicarme, segundo, la ponencia sobre Julio Camba, uno de mis escritores predilectos, acaso el más familiar. Es que nos une tantas, cosas... (cuidadiño, no es que trate de equiparar mi pluma a la suya). Él vio la luz en la magna y refulgente Arousa, de la que yo me enamoraría sin remedio al primer atisbo, y a ambos nos inspiró literaria y periodísticamente la ciudad de Londres (a mí, 50 ó 60 años después, ¡no sean mal pensados!), otro amor sempiterno. También es muy posible que los infortunios culinarios vividos en Inglaterra nos empujasen a ambos hacia el periodismo gastronómico.

Pocos días después de aquel acto, Madrigalicia vibraba de nuevo en el hotel Palace de esta villa y corte -penúltima y suntuosa morada, por, cierto, de Julio Camba- con motivo del merecidísimo homenaje al periodista Raimundo García Domínguez, más conocido en estos y aquellos confines por su seudónimo de Borobó. ¡Dios mío! ha cumplido 80 años el chiquillo y no ha pasado ni uno por él, y mucho menos por su intelecto, al menos en los últimos 20. Madrigallego emblemático, Borobó es también un galleguísimo gallego en ejercicio, como se desprende de su apretada y asombrosa biografía ¿asombrosa? Juzguen ustedes mismos: militó en el ejército republicano durante nuestra guerra civil y fue hecho prisionero cuando aquél cayó, "cautivo y desarmado", si bien este socialista de toda la vida, convicto y confeso, ya estaba en libertad al año siguiente, conspiraba contra el régimen franquista, escribía en El Español... ¡que lío! A poco sería nombrado director del diario compostelano La Noche, cargo que abarcaría en seguida a El Correo Gallego. Luego, ¡agárrense!, colaboraría en Arriba, Blanco y Negro, El Imperial, El Socialista... Siempre que habla de Franco pone "Caudillo", con mayúscula, lo que no le impide "tropezar" frecuentemente con Fraga, al que vivisecciona con gracejo una y otra vez. Es, sin duda, el mejor paradigma del gallego "torero" y universal.

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