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Frentes amplios llenos de grietas

Guerra: interna en las dos coaliciones que se enfrentan el domingo en las urnas

El domingo, 21 de abril, habrá en Italia dos elecciones en vez de una. Se enfrentarán no sólo dos vastas coaliciones, la de centro derecha que dirige nominalmente el magnate televiso Silvio Berlusconi, y la de centro-izquierda que nominalmente encabeza un veterano servidor del Estado, Romano Prodi, sino que a la pugna externa entre los llamados Polo y Olivo se les superpone una guerra civil dentro de cada bando.Hace dos años, en las legislativas de marzo de 1994, el Polo de la Libertad, cuyo nombre en forma de eje quiere subrayar la unidad grupal, alineaba junto al partido de Berlusconi, Forza Italia, al MSI fascista reconvertido por su líder, Glanfranco Fin¡, en Alianza Nacional, una derecha presuntamente democrática, y una tropilla de pos-democristianos, más el radicalismo de Marco Pannella, hoy dando vueltas en torno de sí mismo, y los federalistas nórdicos de Umberto Bossi.

Quita o pon un democristiano o un federalista y la alineación es ahora la misma. Pero con una diferencia esencial. Berlusconi necesita la coalición para existir y ésta le sigue proponiendo como líder porque los pos-fascismos no están aún maduros para el poder, pero la fuerza intelectual, la idea de Estado, la imagen dinámica del centro-derecha, la da Fini, estudioso, impávido, humorístico, convincente. Por eso, la contabilidad de Alianza Nacional se preocupa tanto o más de su batalla casera con Berlusconi que de los votos que reciba el Olivo.

Si en 1994 Forza Italia obtuvo algo más del 20% del voto y Alianza, el 13%, ahora los sondeos, que seguiremos con la circunspección debida, apuntan a una igualdad e incluso a un eventual sorpasso. El pos-fascismo le puede ganar a la tecno-democracia virtual televisiva. Y los más maliciosos recelan de que Fini, a sus 44 años contra los 60 de Berlusconi, preferiría ganar de ambas contiendas antes la guerra interior que la exterior, porque puede esperar a que pasen cinco años.

El Olivo que, con su agronómico nombre, realza la idea de un tronco común poblado de poderosas e individuales ramas, es un invento de mayor novedad. El tronco es el PDS de Massimo D'Alema, los ex comunistas bien reciclados en amables y diligentes socialdemócratas que aspiran a pasar del 20% de sufragios. Pero a su alrededor crecen los esquejes en una presurosa marcha hacia el centro. De un lado, una federación -coaliación en la coalición- de laicos y democristianos que dirige Antonio Marcanico. Y, junto a ellos, el actual jefe de Gobierno en funciones, Lamberto Dini, antiguo ministro de Berlusconi, con su lista Renovación Italiana, que apunta también a la abarrotada diana centrista. Como dijo, al anunciar su candidatura en febrero, se trataba de "alargar o de centrar el centro". Dini es un animal político, prodigioso porque resulta a la vez laico y católico, lo que equivale a decir que se presenta ante el electorado con la seriedad del técnico, la garantía de que no nos pasaremos de furores ideológicos.

Y para completar tan tupido follaje, el jefe designado de toda esta mesnada es Romano Prodi, Il Professore, 57 años, procedente de la izquierda de la Democracia Cristiana histórica, que se presenta en la lista de Maccanico. También en este caso cuenta tanto la mirada de reojo como la frontal. Prodi necesita sacar más votos en el sistema proporcional -que cubre el 25% de los escaños, contra 75% para el mayoritario- que Dini para optar, pero símilmente, a la presidencia del consejo. Como dice Berlusconi ante sí tiene más que a un adversario "a una cooperativa de líderes sed¡centes y aspirantes", porque nadie ignora que sin D'Alema, pese a su exquisita ocultación de segundo plano, el Olivo sería sólo un matojo.

Y entre estas dos coaliciones de adversarios al cuadrado, puesto que se oponen entre sí y para sí, se alza una guerrilla, la Liga Norte.

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Deliberada soledad

La Liga Norte del lombardo Umberto Bossi, que hace dos años era una de las tres patas del Polo, hoy se presenta en la deliberada soledad de un secesionismo bufonesco, que aspira a ser el fiel de la balanza en el Parlamento romano, si los dos centros, a derecha e izquierda, no rematan victoria el domingo próximo.

Bossi, 55 años, vozarrón de camionero, con todo el respeto para los esforzados de la carretera, e ingenio desgarrado con que romperlo todo, proclama y propone, aparentemente en serio, la constitución de una nueva nación soberana, la Padania, formada por Piamonte, Lombardía y Véneto, al tiempo que, como algunos irredentos de laxa geografía que miran en el País Vasco a La Rioja, hace como que reivindica también las Marcas y la Umbría.

Han transcurrido dos años para que nada transcurriera. Y si la I República ha muerto, la II está todavía por nacer. La esperada renovación de la clase política italiana no sólo no se ha producido, sino que Berlus coni, que en 1994, como dice Eugenio Scalfari, director del diario La Repubblica, "expresa ba el odio al Estado de una clase egoísta", hoy ha perdido en cambio toda novedad, y se le oye hablar como un profesional atropellado y tedioso, de cuya mirada ha desaparecido el brillo burlón de su anterior desenvoltura.

¿Y los demás? D'Alema construye su particular compromesso storico, sin comunistas ni democristianos, al menos en el nombre; Prodi cabalga una incómoda montura de cuádruple cabeza; y Bossi, para seguir pareciendo nuevo, ha de amenazar con deshacer la obra del Risorgimento italiano. Aquí sí que lo que falta es finezza.

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