Lecciones de cosas
Refugiado en Finlandia durante el verano de 1917 para evitar que el Gobierno de Kerenski le encarcelara, Lenin empezó a escribir un ensayo sobre El Estado y la Revolución al tiempo que organizaba los preparativos de la insurrección bolchevique en Petrogrado; las páginas de ese libro inconcluso transmiten su cerrada confianza en la inevitabilidad de la dictadura del proletariado y su infravaloración no menos ciega de los problemas y dificultades que debe resolver cualquier Gobierno. Rebatiendo las eventuales críticas a ese democratismo primitivo, Lenin afirmaba que el capitalismo había reducido la inmensa mayoría de las funciones del Estado a sencillas operaciones de registro, contabilidad y control plenamente asequibles a cualquier persona con un mínimo de instrucción.La historia de las naciones desarrolladas de Occidente y de los países que siguieron la estela de la Revolución de Octubre hasta la caída del muro de Berlín ha dejado en evidencia las erróneas predicciones y las aventuradas apuestas de Lenin sobre la capacidad de las cocineras para dirigir con eficacia la maquinaria estatal. No sólo los profesionales de la política necesitan hoy día para ejercer su oficio cualificaciones más exigentes que la destreza oratoria y la erudición generalista decimonónicas; los ciudadanos también deben seguir cursos de educación permanente para opinar con sensatez sobre los renglones siempre cambiantes de la agenda pública. Mantenidos coercitivamente en la pasividad y la ignorancia durante cuatro décadas de dictadura, los españoles se han visto sometidos, por lo pronto, a un aprendizaje acelerado de las reglas del juego democrático. La enseñanza primaria de muestra posguerra incluía una asignatura bautizada Lecciones de cosas, cajón de sastre donde se hacinaban materias inconexas; a fin de analizar los programas de los partidos, construidos como bazares ideológicos donde se amontona un batiburrillo de vistosas ofertas electorales a buen precio, los votantes también agradecerían un buen vademecum de contenidos variopintos explicado en clase por competentes maestros.
Esas tareas de pedagogía política han corrido a cargo de sucesivos gremios de profesores. Primero los constitucionalistas explicaron el funcionamiento del sistema político: desde las competencias del poder legislativo hasta el papel de los partidos, pasando por la misteriosa Ley d'Hondt y el no menos enigmático Título VIII de la Constitución. Después aparecieron los sociólogos y sus deslumbrantes sondeos preelectorales. Más tarde les tocó el turno a los economistas: las discusiones parlamentarias sobre la forma de rebajar la inflación o aumentar el empleo invita ron a los ciudadanos a seguir cursos intensivos de la llama da ciencia lúgubre; después de Maastricht, cualquier elector que se precie tendrá las ideas claras sobre los diferenciales de los tipos de interés, la malignidad del déficit presupuestario y el porcentaje infranqueable de la deuda pública respecto al PIB. Finalmemte, los escándalos político financieros de la anterior legislatura, tan pródiga en prisiones preventivas y delitos de prevaricación, cohecho o malversación de fondos públicos, llevaron a la pizarra a los profesores de Derecho Penal y Procesal.
Las negociaciones del PP con los nacionalistas catalanes y vascos en tomo a la investidura de Aznar están brindando su oportunidad político-pedagógica a administrativistas, historiadores, sociolingüistas y hacendistas, movilizados para explicar el desarrollo de las leyes de bases, los conflictos competenciales, el origen carolingio del Principado, la inmersión.lingüística en Cataluña, la corresponsabilidad fiscal y la financiación autonómica. Esas nuevas lecciones de cosas resultarán especialmente útiles para los ciudadanos que votaron al PP el pasado 3-M en la equivocada creencia de que los populares serían un muro infranqueable para cerrar el paso al tipo de política autonómica que Aznar y Pujol están a punto de acordar.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.