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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cine y televisión

PROBABLEMENTE SE se ven ahora mas películas en España que en ningún otro momento de la historia del cine. A la proyección de productos cinematográficos en las salas oscuras se añaden los pases por las cadenas de televisión -abiertas o codificadas- y el alquiler y la venta de cintas de vídeo. Nunca como ahora cualquier persona de cualquier edad y condición en cualquier lugar del país había tenido a su alcance tantas de las películas realizadas en los cien años de historia del cine.Televisión y cine han comprendido que su colaboración es valiosísima. La idea de que la pequeña pantalla iba a acabar con el séptimo arte, es anticuada; por paradójico que pudiera parecer hace apenas unos años, cine y televisión se necesitan y ayudan mutuamente. Las empresas productoras nacidas de la televisión o fundidas con ella han creado un nuevo cine para satisfacer la insaciable demanda de películas de los telespectadores, y ese nuevo cine, al menos en España, está alcanzando un gran nivel de calidad. Puede decirse sin rodeos que en nuestro país se hacen más películas buenas que antes y que el público así lo reconoce; como prueban las buenas cifras de recaudación en las salas del cine español del año pasado, una parte significativa de ese público no se limita a esperar el pase por televisión de los nuevos filmes, sino que sale a la calle en su busca.

Y es que no se trata sólo de que el pase por las cadenas suponga para el cine nuevas posibilidades de financiación y la seguridad de que las películas van a ser vistas por más personas que nunca en menos tiempo que nunca, sino también de que la televisión ha sabido convertir en nuevos elementos artísticos algo que le es específico como los anuncios publicitarios y los vídeos musicales. La pequeña pantalla ha creado una sintaxis y una manera de narrar que el cine de los últimos años está aprovechando para renovarse. Sin demasiados esfuerzos, los espectadores han aprendido a leer ese lenguaje renovado, que aporta una gran velocidad y complejidad de alusiones, datos y signos. Así que tanto el público como el lenguaje del cine son distintos de los de antes, cuando eran una herencia del mundo del teatro.

Después de la caída de espectadores en los últimos diez o quince años, se advierte incluso en los últimos tiempos un cierto regreso a las salas de proyección. El público, particularmente el joven, es atraído a las salas oscuras por películas de estreno todavía no pasadas por televisión, pero de las que las cadenas han difundido sus principales atractivos tanto en los espacios publicitarios como -y sobre todo- con los programas dedicados específicamente al cine, que son diarios. Ello se añade -nuevo abono- al hecho de que la magia vinculada a ver cine en compañía de otros y en la oscuridad todavía no ha caducado.

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Todo ello es muy interesante para las salas si los empresarios saben comprender el nuevo fenómeno. Puede haber entre ellos quienes manifiesten un notable envejecimiento de juicio, como, por ejemplo, los que en España han negado sus locales a la película Cachito, en contra de la libertad de expresión y de difusión. Pero no son estos puntos de vista los que, afortunadamente, prosperan, y, en general, las salas están sabiendo aprovechar las ventajas de la televisión: la creación de una nueva afición y la cantidad y la calidad de los nuevos filmes.

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