Un final interminable
Parece que nunca se atina con el recinto más apropiado para que actúe esta pantera musical, en tonos pastel. En su anterior visita a la capital, el local escogido se abarrotó hasta el fin del oxígeno colectivo. En esta ocasión, el Palacio se hacía enorme e imposible de llenar hasta los topes, aparte de que su sonido deja, casi siempre, mucho que desear.El cuarteto británico Skunk Anansie calentó el ambiente previo, con 40 minutos de redescubrimiento del hard-rock y exhibición de una rapada cantante, Skin, que hacía gala de valor, lanzándose en plancha al público, y de cantidad de voz. Ella y el enloquecido guitarrista fueron las indiscutibles estrellas del grupo en su miniactuación. Después se dio pasó a una incomprensible espera de una hora, en la que el escenario, con candelabros y enormes cortinones palaciegos al fondo, iba siendo preparado para el asalto de Lenny Kravitz.
Lenny Kravitz más Skunk Anansie
Palacio de los Deportes de la Comunidad. 3.000 pesetas. Lunes, 1 de abril.
A las diez y media en punto, la potente banda atacaba los primeros acordes de Resurrection y el ídolo de ébano, ataviado con un ceñido pantalón de cuero, chaleco marrón y trenzas rastas, se ofrecía, como si de un Robert Plant negro se tratase, al entregado público. Kravitz ofreció exactamente el mismo concierto que en su anterior visita. Lo mismo, en el mismo orden. Sólo que, esta vez, el cantante estaba algo pachucho -según él mismo confesó-, y cantó mucho menos de lo que se esperaba. Dio igual. La audiencia flotaba, rendida ante un personaje y unas canciones que, a pesar de ser pastelazo bien hecho, cuelan, como si de auténtico rock megalómano y setentón se tratase.
Agradecido
Los trozos de melodía a los que el solista no llegaba iban siendo interpretados por los arrobados fans, como si de una actuación de Rosendo se tratase, con lo que Kravitz estaba que no cabía en sí de agradecimiento. Tal vez por ello, al final saltó y se mezcló entre el público y no paró hasta que hizo corear a todos Let love rule, mientras ondulaba glamourosamente su figura encaramado a la mesa de sonido, situada justo en medio del recinto. Fue uno de los finales de actuación más largos que se haya tenido oportunidad de contemplar, con un Lenny Kravitz sinceramente agradecido y arrojando dos ramos de flores, una a una, a los espectadores. A todo esto, la banda no sabía ya qué tocar. Todo exhaustivo, en fin.
Babelia
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