Concierto en Sarajevo
La Unesco intenta resucitar medios de comunicación e instituciones culturales en Bosnia
Sarajevo emerge penosamente de los años terribles, pero simples. La guerra simplifica las cosas. Es vida o muerte, amigos o enemigos. "Hasta hace muy poco, todo consistía en sobrevivir y encontrar comida", dice Jadranko Prlic, ministro de Asuntos Exteriores de Bosnia.La paz es mucho más compleja: implica tolerancia, convivencia, libertad de expresión y hasta otredad, términos constantemente empleados por el director general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza, en su visita a Sarajevo. Mayor Zaragoza cree que, "el monumento más valioso no vale una sola vida humana". Pero ahora, con la frágil paz de Dayton, la Unesco intenta rescatar bienes e instituciones culturales de entre las ruinas.
La lluvia se alternaba con la nieve en una ciudad oscura y silenciosa, pero el sábado pasado, en el Teatro Real de Sarajevo, la calefacción y los focos funcionaron como en los buenos tiempos Muchas cosas eran como antes: los acordes de los violines afinándose, las pieles en el guardarropa y hasta el retrato del mariscal Tito en los camerinos.
Tito resultó de gran importancia, ya que gracias a una oportuna y vehemente invocación a su memoria se decidieron los músicos, que reclamaban mejor paga, a salir al escenario. Hubo concierto, con cuatro solistas aportados por la Unesco (el violinista lvry Gitlis, la pianista Ana María Vera, el flautista Becir Drnda y el clarinetista Emir Nuhanovic), y por un rato se pudo vivir la ilusión de la normalidad.
Antes, enfrente del teatro, se había celebrado una ceremonia mucho menos normal. Bajo una llovizna helada y a los acordes del Himno a la alegría, ejecutados de forma más bien castrense por cinco trompetistas, fueron izadas seis banderas de la tolerancia. El público se reducía a unos cuantos cargos públicos, algún periodista, muchos soldados y pequeños grupos de transeúntes que apuraban los límites del toque de queda. Bajo las banderas mojadas, y con una fachada destruida como fondo, Mayor Zaragoza invocó la tolerancia. "No es indulgencia, no es concesión, sino una actitud perseverante de conocimiento de los demás, de búsqueda de la otredad", dijo.
No era un mensaje fácil de transmitir en una ciudad más preocupada por las ventanas -casi todas siguen sin cristales- que por valores intangibles. Pero la pequeña delegación de la Unesco traía consigo algunas cosas concretas e importantes. Como una ayuda de un millón de dólares (125 millones de pesetas) para las televisiones públicas de Bosnia-Herzegovina y la república serbobosnia de Srpska, y otra ayuda inicial de 275.000 dólares para empezar a reconstruir la biblioteca y los museos.
Como símbolo del desastre quedan las ruinas de la vieja biblioteca, que perdió el 90% de sus 500.000 libros y nunca volverá a albergar ninguno -la idea es construir un nuevo edificio en otra parte- y las tumbas bogomilas. Las tumbas, herencia de la secta dualista cuya doctrina recogieron los cátaros hace casi diez siglos, eran una de las atracciones culturales de Sarajevo. Ahora están desamparadas junto al río, al borde de un barrio que fue serbio y, completamente devastado y aún parcialmente minado, ya no es de nadie.
Otro símbolo del desastre son los medios de comunicación. La televisión pública de Bosnia cubre apenas el 40% del territorio y la verdad sigue siendo un valor relativo. "No hay que creerse nada, ni la verdad oficial del Gobierno ni la verdad oficiosa de la prensa, sea ésta independiente o partidista", reconoce el propio ministro de Asuntos Exteriores. "Oficialmente, nosotros decimos que ya no quedan muyahidin de países islámicos en nuestro territorio, pero indudablemente los hay. Todas las cosas", sigue el ministro Prlic, "son falsas o al menos inciertas, salvo el miedo y la voluntad de supervivencia de la población".
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