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Castigo bíblico contra los terroristas en Israel

El Ejército dinamita las casas de los palestinos culpables de la última ola de atentados

Israel ha recurrido otra vez a la dinamita y a las excavadoras para castigar a los terroristas Al menos dos casas de autores de los sangrientos atentados islamistas que han amenazado el proceso de paz en Oriente Próximo quedaron arrasadas ayer. Otras cinco serán demolidas en los próximos días. Es una condena de resonancias bíblicas que los israelíes heredaron de los británicos -durante su mandato en Palestina (1920-1948) fue utilizada contra los independentistas judios- y que recuperaron durante la Intifada (1987-1993) contra los palestinos.

El primer ministró Simón Peres logró ayer la aprobación del Tribunal Supremo para aplicar estos castigos colectivos con fines disuasorios, pero los líderes palestinos predicen que volar las casas de los asesinos sólo servirá para echar leña al fuego.

Vehículos israelíes provistos de altavoces recorrieron ayer los callejones del campo de refugiados de Al Fawar, en las inmediaciones de Hebrón, y ordenaron a todos los palestinos que salieran de sus casas. Varios miles de personas se agruparon junto a tres colinas cercanas. "Se trata de garantizar su seguridad", explicaba un oficial israelí. "No queremos que nadie resulte herido".

Hacinada en las faldas de las colinas, se formó una extraña masa humana compuesta por ancianos, mujeres y muchos niños que correteaban en todas direcciones. Mientras, los adultos miraban impasibles hacia la casa de Ibrahim Sarhan -el presunto autor del atentado de Askhelón del 25 de febrero-, en la que los artificieros colocan las cargas explosivas.

De pronto, un subteniente comenzó la cuenta atrás: "Cuatro, tres, dos, uno, ¡cero!". Un sargento activó el mando de control y una atronadora defIagración hizo temblar el campo de refugiados. Llovían bloques de cemento, marcos de ventana, vigas enteras. Cuando se disippó la polvareda ya no quedaba nada de la casa de Ibrahim Sahan. Sólo un pequeño montículo de ladrillos y un amasijo de hierros retorcidos.

Desde la colina, algunos palestinos lanzaban maldiciones. Las mujeres lloraban. Unos niños hacían el signo de la victoria. ¿Qué victoria? Un anciano adelantó hacia el grupo de periodistas que contemplaba la escena y les anunció: "Una nueva casa, aún más hermosa, será construida aquí para la familia de Ibrahim. Ya lo verán".

"¿Con qué dinero la reconstruirán", se atrevió a preguntar un periodista.

"El dinero vendrá de todas partes. De Estados Unidos, incluso", aseguraba el viejo palestino con una sonrisa.

Una excavadora se dirigía en ese momento hacia la casa de Majdi Abu Warda, responsable del atentado suicida contra el autobús de la línea 18 de Jerusalén el 25 de febrero. Varios oficiales israelíes discutían en la puerta. "Aún no hemos recibido la orden de destruir esta casa", explicaba uno de los militares, visiblemente confuso. "Tal vez llegue más tarde", decía otro encogiéndose de hombros.

Algo más tarde, en Bet Hanina, un barrio de Jerusalén este, era aplastada por las excavadoras la casa de Muhildin Riblii Asharif, presunto autor dé la explosión que destruyó otro autobús en Jerusalén.

"Ellos [los israelíes] convirtieron a mi hijo en un monstruo. Le llamaban El Ingeniero Segundo. Pero el pobre muchacho no había estudiado y apenas sabía leer y escribir", explicaba un palestino mientras se acercaba a dos soldados israelíes. "¿Por qué hacen esto?", les desafiaba. 'Entiendo que quieran vengar a muerte de los suyos, pero al derribar esta casa no están castigando al culpable".

Uno, de los soldados le contestó: "¿Y vuestros hijos, los terroristas, no matan ellos a inocentes? Nosotros castigamos, pero no por venganza. Sólo intentamos detener la matanza de inocentes".

"¿Qieren acabar con las matanzas? ¡Váyanse de aquí!", es advertía el palestino.

"Jerusalén es nuestra casa y nunca nos iremos", cerraba el soldado el diálogo de sordos.

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