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24 horas

Casi al borde del segundo milenio, mientras la NASA rastrea las estrellas en busca de otros mundos, aquí, en la Península, algunos negocios siguen funcionando a su manera medieval. La Dama del Comercio es vieja (tanto o más que la rueda; como el fuego, probablemente), y siempre se ha apoyado en el mismo fundamento: ofrecer un producto y cobrárselo a la gente.En principio, nada que objetar al mecanismo, simple, lógico y bien definido, siempre, claro está, que el género en venta no constituya por sí mismo un derecho o una necesidad social; y menos todavía si los que manejan el asunto se amparan en un monopolio a prueba de fisuras. Tal es el caso, entre otros, de los actuales traficantes de apósitos y medicinas.

Al respecto, Rosa María Lastra, propietaria de una farmacia ubicada en el barrio de Salamanca, decidió a principios de marzo desafiar las normas imperantes y dejar abierto su establecimiento durante las 24 horas del día. Un gesto arriesgado, lindante con la subversión y muy mal recibido en los despachos del Colegio Oficial de Farmacéuticos. Curiosamente, poco parece afectarle a este organismo que el Tribunal Constitucional, en sentencia de julio del 92, dictara que dicho Colegio sólo está autorizado a fijar horarios mínimos de apertura, sin capacidad para imponer otros límites. En virtud de ellos, esta farmacéutica ya se animó hace tres años a ampliar su horario comercial (de nueve de la mañana a diez de la noche), y aquello le supuso más de un sobresalto. Recibió improperios, insultos telefónicos, amenazas por escrito, pintadas ofensivas y varios destrozos en el escaparate de su farmacia. Pero ha sido ahora cuando nos hemos enterado.

Este tipo de anécdotas demuestra hasta qué punto la realidad tiene vida propia. Lo del Tribunal Constitucional suena solemne, serio, importante, y, sin embargo, se revela inútil: sólo dos farmacias en toda España, hasta la fecha, han osado acogerse a la ley. Algún tipo de agua subterránea ha de correr por ahí para que todos los farmacéuticos se arruguen ante las sugerencias de su Colegio. Se diría que estamos en tratos con un negocio sectario, cuando no hierático, militarizado o inspirado en la Cosa Nostra. Por lo visto, no es garantía suficiente que en una farmacia esté regentada por un licenciado. Además, ha de guardar relación con el número de habitantes, ha de mantener una distancia mínima con otras ya existentes, y si se quiere abrir una nueva hay que apuntarse en una lista que controla el Colegio, y cuya sola inclusión devenga unas tasas mensuales en beneficio del propio Colegio.

No cuela, caballeros.

Algo huele a acre en todo esto. ¿De qué se supone que nos quieren defender? En buena lógica, a nadie perjudica (salvando a los dueños) que dos o tres farmacias estén más o menos próximas, y tampoco viene nada mal que una farmacia, de modo voluntario, permanezca abierta toda la noche. Más bien no, y la cosa no necesita otra explicación.

Actualmente, en Madrid hay abiertas unas 30 farmacias de guardia diarias. Tocamos, por tanto, a una por cada 100.000 ciudadanos. Y, sin embargo, el colegio, y gran parte de sus abonados, se alborotan Porque alguien decide romper la disciplina y abrir durante las 24 horas del día. Algo se nos escapa a los transeúntes. Carece de sentido tanta cerrazón y fatuidad. Exactamente, ¿de dónde proceden estos pequeños Torquemadas? ¿De dónde su poder? ¿Mejor, por si las moscas, no ponerlos a, prueba? Quién sabe. En todo caso, resulta grimoso, casi insaludable, oírles defender su indecorosa postura. "Anarquía", le llaman a la jugada de Rosa María Lastra, iar! Sí, pero no se explican. No argumentan su enfado. No quieren reconocer que su criterio se apoya, sin más, en el dinero.

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