Los duendes acarician al Atlético
En un pésimo campo, el Mérida tuvo todo a favor, pero cayó con un gol de Kiko
La desgracia de los pobres. Lo dijo Luis Sierra, un veterano guerrillero del fútbol español. Modesto como pocos, nadie como Sierra para comentar las penurias del Mérida, que hasta en tres ocasiones superó sin éxito a Molina. Durante el primer tiempo, con el meta rojiblanco sobrepasado, en las tres oportunidades amanecieron bajo palos las piernas de algún defensor madrileño para escupir el balón y condenar a los extreme ños. La suerte de los campeones acentuó la desgracia de los pobres. Y el Mérida, un equipo novato que flirtea con el descenso, quedó lacerado.Había tuteado al líder, sonroja do buena parte del encuentro pero sufrió un castigo brutal. Salvo que Antic, tan meticuloso, tan irresistiblemente innovador, revele algún duende táctico en su chistera, sólo una conjugación del Tarot y Lucifer, y quién sabe si también la intersección de Venus con Marte o Júpiter con Saturno puede explicar la descuartización del Mérida en el partido de ayer. Con permiso de Antic, no hay otra hermenéutica posible.
Entre azote y azote emeritense apenas hubo partido. Sólo una disputa dislocada y atormentada sobre un arenal impropio de Pri mera División. Un escenario idóneo para el pastoreo, pero imposible para el fútbol. Apenas hay hierba y el balón no puede ser raseado. Solución: el pelotazo al cielo. Pero el campo es corto y estrecho, y sin escuadra y cartabón es fácil hundir alguna balconada próxima. Más acostumbrado, el Mérida esquivó mejor todas las tachuelas y el Atlético no tuvo más remedio que encomendarse a los duendes a la espera de sacar petróleo de alguna jugada a balón parado. Pasó la tarde atemperando un balonazo tras otro sobre su área y soñando con un arreón de Pantic, un trazo genial de Kiko, una embestida de Caminero: sus grandes atributos en tardes de tinieblas.
En tres de esos latigazos sobre los alrededores de Molina el Mérida encadenó una sucesión de oportunidades que tambalearon al líder, inusitadamente débil en los balones cruzados sobre su área desde los laterales. Ahí tuvo mucho que ver la deserción de Caminero. Perdido en ataque, el internacional siempre dio la espalda a su defensa. Sin la marcha atrás de Caminero, José María, el lateral local, descubrió un carril sideral. Tampoco ayudó Pantic, y Vizcaíno y Simeone debieron multiplicarse.
En medio de la frustración local, el Atlético se topó con Penev frente a Leal al filo del descanso. Un bis a bis entre el búlgaro y el portero emeritense. Un encontronazo por el que suspiran los delanteros de medió mundo... menos Penev. Parsimonioso frente a Leal desperdició la única vía que adivinó el Atlético antes del gol de Kiko. Sus mano a mano no están en el manual de Antic.
En la otra orilla irrumpió Quique Martín, una de esas ardillas repletas de guiños burlones, quiebros infinitos y una quinta marcha endiablada. En definitiva uno de esos extremos impagables hace años, cuando el fútbol era menos cicatero. Pero Quique no resolvió el trance. Instantes antes de la fusión Pantic-Kiko que perfiló el gol colchonero, Quique encaró a Santi. Le trituró la cintura, como hacían los buenos extremos. Pero cegado por el vértigo, como hacían los malos extremos, dio el balón a Molina, con Prieto, triste y solitario junto al punto de penalty.
Entre la ofuscación de Quique y el cabezazo de Kiko -¡su sexto gol con la frente!- apenas hubo un suspiro. Un lance para las suspicacias: si dicen que la suerte, es aliada de los campeones y la desgracia de los pobres... Pregunten a Sierra.
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