La victoria se sitúa en los 10 millones de votos
El fuerte aumento del censo hace probable que hoy se iguale el récord logrado por el PSOE en 1982
El cambio o la continuidad cuestan 10 millones de votos. En las elecciones que hoy se celebran en España es difícil aspirar a la victoria si no se es capaz de alcanzar esa cifra, sólo superada en una ocasión por un partido: el PSOE en su fulgurante acceso al poder en octubre de 1982. Trece años y cuatro meses después son 32,5 millones los españoles con derecho a sufragio que renovarán las dos Cámaras legislativas -los 350 escaños del Congreso de los Diputados y los 208 del Senado- en una votación trascendental que se produce tras la legislatura más corta y más crispada desde la de 1979, que incluyó el golpe de Estado de 1981. Los 5,57 millones de andaluces con derecho a voto eligen además a los 109 diputados de su Parlamento autonómico.
Los 10 millones de votos de ahora, con todo, no significan lo mismo que hace 13 años. Entonces supusieron una mayoría absoluta de escaños holgadísima (202), mientras que hoy es la cifra en torno a la cual debe situarse un partido sólo para vencer. Dado el fuerte aumento del censo, si se produjera hoy una participación récord del 80%, como la de 1982, los 10 millones de votos serían necesarios únicamente para alcanzar el 8,8% con que el PSOE venció con apuros hace tres años. Si la participa ción se quedara en el 76,4% de tres años atrás, los 10 millones de votos equivaldrían al 0%. En 1993, el PSOE sumó 9,15.millones de papeletas, frente a las 8,2 del PP. En estos tres años el censo ha crecido en millón y medio de electores. Aquella España que votó en 1982 el cambio se parece cada vez menos a la actual. Un dato elocuente más de la cuarta parte de los ciudadanos que forman hoy el censo electoral no tenían hace 13 años edad para acudir a las urnas. Son más de ocho millones de jóvenes de entre 18 y 30 años que han pasado la mayor parte de su vida' gobernados por Felipe González. Se trata de una generación muy amplia, correspondiente al boom de natalidad de los años sesenta y principios de los setenta, que va a condicionar la política de los comienzos del próximo siglo y que tiene ya en sus manos determinar o no un giro histórico.
El punto de partida de los principales contendientes es sólo aparentemente el resultado oficial de 1993: 159 diputados del PSOE y 141 del PP. Este último ha jugado con habilidad sus bazas y ya antes de la votación ha logrado que, sólo con los votos de hace 33 meses, la diferencia virtual sea de nueve escaños en vez de 18. Esto es debido a que su pacto con el Partido Aragonés le proporciona automáticamente cuatro diputados más, que restan tres al PSOE; y otro acuerdo con Unidad Alavesa le permite quitarle un acta a los socialistas.
Estos acuerdos suponen el penúltimo paso de un largo proceso en que el PP - ha logrado ocupar casi todo el espectro de la derecha y el centro derecha, y cuyo principal éxito fue eliminar del Parlamento al Centro Democrático y Social hace tres años. Con posibilidades de obtener escaño sólo se mantienen en ese ámbito Unió Valenciana (UV) y Coalición Canaria (CC), como grupos afines que pueden fácilmente colaborar con un eventual Gobierno de José María Aznar, y Convergència i Unió y el Partido Nacionalista Vasco, como fuerzas que marcan claramente las distancias con el Partido Popular.
Tal y como se ha desarrollado la campaña, todo lo que no sea lograr una mayoría "suficiente" o "clara" sabría a poco a los dirigentes del PP. Una mayoría que preferirían absoluta (176 diputados o más) para llevar a cabo sus propuestas sin depender de nadie, pero que tampoco les supondría un grave contratiempo si les permitiera alcanzar los 176 diputa dos sumando a los del PP los tres, cuatro o cinco que puedan obtener UV y CC.
Por el contrario, una victoria aunque fuera por un solo voto sería un éxito clamoroso para el PSOE, después del acoso a que se ha visto sometido Felipe González en los últimos dos años. El candidato socialista se ha quejado amargamente en los últimos días de campaña de la división que se produce en la izquierda, que se hace ahora más patente ante la agrupación de la derecha detrás de una sola sigla. La desventaja que acarrea la división es consecuencia de las correcciones a la proporcionalidad que impone la división provincial de las circunscripciones electorales.
Esas correcciones propician lo que se ha dado en llamar el bipartidismo imperfecto: el sistema electoral prima a los dos grandes partidos (especialmente al vencedor) y perjudica a todos los demás, con excepción de los grupos nacionalistas y regionalistas fuertes. En 30 de las 52 circunscripciones españolas se eligen cinco diputados o menos, lo que sitúa en ellas el listón para entrar en el reparto de escaños en porcentajes tan elevados como el 15% en las de cinco, y más arriba en las demás.
Esa peculiar distribución de escaños es causa de la subrepresentación de Izquierda Unida, el tercer grupo español. El propio coordinador general, Julio Anguita, apuntó en su última entrevista a este diario que consideraría un buen resultado llegar a los tres millones de votos, unos 750.000 más que en 1993. Es un objetivo discreto, muy alejado de aquel propósito de superar a los socialistas teorizado meses atrás.
Los dirigentes de Convergència i Unió (CiU), la coalición que fue determinante en la estabilidad del Gobierno en la anterior legislatura, se darían por muy satisfechos si mantuvieran los 17 diputados actuales, mientras que una pérdida de cuatro escaños cabría interpretarla como un serio correctivo, que se sumaria a la pérdida de la mayoría absoluta de Jordi Pujol en el Parlamento de Cataluña en noviembre pasado.
Tras dos semanas largas de dura campaña, los principales candidatos pasaron ayer la jornada de reflexión con la familia: Felipe González estuvo descansando en el palacio de la Moncloa y Julio Anguita hizo lo propio en Córdoba. José María Aznar salió a cenar fuera de casa y acudió al estreno de La gata sobre el tejado de zinc caliente, de Tennessee Williams, en el madrileño teatro Español.
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