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Convergència i Unió disputa a los socialistas el voto anti-PP

Convergència i Unió terminó su campaña como la empezó: reclamando del electorado fuerza suficiente para poder plantar cara a un nuevo Gobierno del PP que presumen hostil a los intereses de la autonomía y reeditar su condición de fuerza clave para la gobernabilidad de España. Pero a medidaque los sondeos coincidían en vaticinar una victoria de Aznar, los nacionalistas ponían más el acento en plantar cara que en ser claves para formar mayorías en el nuevo Parlamento, porque tienen claro que les será muy difícil entenderse con los populares si éstos no recitifican su política. Y, eso requiere tiempo y que las bases de CiU olviden.

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La estrategia de CiU pasó por disputar a los socialistas el voto anti-PP tanto de aquellos ciudadanos que temen un giro a la derecha como de aquéllos a quienes asusta una política antiautonómica, pero también fue detrás de aquel elector que lo que quiere es echar a Felipe González. En busca de ese voto dispar, CiU apeló a su condición de fuerza centrista y moderada pero sobre todo al miedo a José María Aznar, dando por segura la victoria de éste: y por inapelable la derrota del PSOE.Lo tuvieron fácil: los errores del PP en sus relaciones con Cataluña y con su autonomía no se pueden borrar con el fichaje (le un apellido catalán ilustre -Trias de Bes- ni dándole un brochazo de barniz catalanista al partido.

Pero mientras cargaban contra los populares, los nacionalistas alimentaban sin proponérselo el voto socialista. Las arengas contra las pasadas traiciones del PSC a los intereses de Cataluña (se ha desenterrado hasta la LOAPA, de la que pocos electores deben acordarse) no parecían hacer mella en el electorado tradicional del partido socialista. Al menos así lo indicaban los sondeos preelectorales, que confirmaban que los socialistas catalanes, aunque en retroceso, iban, a seguir siendo la fuerza más votada en Cataluña.

La presencia de Narcís Serra al frente de la candidatura socialista contribuyó a aumentar la ira de Pujol, que desprecia profundamente al ex vicepresidente del Gobierno. En la recta final de la campana aumentaron en número e intensidad las descalificaciones contra los socialistas en general y contra Serra en particular.

Los nacionalistas tratan de sustituir con antiguos electores socialistas desengañados la previsible pérdida del voto centrista que ganaron para sí tras la debacle de UCD y del CDS y que les permitió dar el gran salto electoral de las legislativas de 1986 pero que ahora, al menos en parte, parece que se está pasando al PP al constatar que existe una alternativa conservadora y españolista con posibilidades de llegar a gobernar.

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CiU ha sufrido retrocesos porcentuales en las elecciones municipales y catalanas celebradas en el último año. La coalición nacionalista creció en número de votos, pero el incremento de la participación le hizo perder posiciones. Ahora la incógnita está en si la tendencia a la baja se mantendrá en estas elecciones. Los dirigentes nacionalistas asumen que un retroceso resulta inevitable y dicen que con 15 diputados se darían con un canto en los dientes. En 1993 obtuvieron 17 escaños, y en 1989, 18.

Pero la pérdida de escaños serán pelillos a la mar si Aznar no consigue la mayoría absoluta y depende de los votos de CiU en el Congreso de los Diputados. Los nacionalistas ya han avanzado que no votarán la investidura de Aznar -en realidad ésta ha sido la tónica desde 1977, sólo rota en la segunda votación de Leopoldo Calvo-Sotelo, tras el intento de golpe de Estado de 1981, y en la investidura de Felipe González en 1993-, pero no descartan alcanzar acuerdos puntuales, como ocurrió con UCD y con el PSOE antes de que éste perdiera la mayoría absoluta.

Estas elecciones tendrán repercusiones inmediatas en la política catalana. Pujol ha aplazado hasta conocer los resultados su política de alianzas en Cataluña para sostener su Gobierno minoritario. Una victoria aplastante del PP le llevaría a encastillarse con ERC y quién sabe si también con los socialistas.

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