Sarracina
Es un absurdo derroche el dinero que nos estamos gastando los españoles en la campaña electoral. Se supone que un dispendio de esta magnitud ocupando la atención general durante dos semanas debería corresponderse con una debida aportación de los partidos y candidatos; una aportación neta y razonada, como poco, de las propuestas que nos ofrecen, y la refutación, si se quiere, de los planes rivales con razones que demuestren su posible incoherencia, su inviabilidad o su despropósito para la nación.De esta liza, entre políticos no habría de quedar apartado el calor de los enfrentamientos, puesto que de otro modo a lo mejor perdía verosimilitud la energía de las convicciones. Pero una cosa es que la atmósfera se caldee y otra que se achicharre, una cosa es que los candidatos aprovechen la parte del dinero público que les toque para la difusión de sus ideas y otra que lo dilapiden en difamaciones, mentiras y disparates.
Para esto no era necesario ninguna campaña electoral. Desde hace mucho tiempo atrás, el cruce de navajazos ha formado parte de la representación pública y no se veía por ningún lado la necesidad de que se les sufragaran más cuchillos y municiones. Cuando precisamente ahora es no sólo urgente, sino obligado, que cada organización con pretensión de gobernar exponga con nitidez qué va a hacer hasta el año-2000, unos y otros se olvidan de sus deberes con los ciudadanos y se enviscan con sus adversarios.
Mientras esto ocurre, el país no sólo soporta hasta la náusea la reiteración de los mismos zarpazos, sino que ve hasta qué punto estos líderes sólo ven a otros líderes y nos han perdido de vista. De ahí que no parezca importarles mucho gastarse ante nuestras narices nuestros cuartos, ni les desvele gran cosa hacerlo todo pedazos.
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