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Pecados y virtudes del candidato Pat

Entre las palabras del aspirante republicano extremista y el Buchanan real se abre un abismo de contradicciones

Antonio Caño

¡From the mountains to the plaiiiiins!" (desde las montañas hasta las llanuras), canta Pat Buchanan en la noche de su triunfo en New Hanipshire, "¡Goooood bless America, my home, sweet heart! ¡Goooood bless America, my home, sweet heaaaaart!" (Dios bendiga a América, mi hogar, dulce corazón). La voz desafinada de Buchanan entonando las notas de ese himno patriótico era un ruido, más que una música, que trataba de evocar las viejas hazañas de los pioneros, los tricornios de los próceres de la nación, la leyenda de esta tierra indómita donde el pueblo, no el Gobierno, decide el destino cada día. Buchanan se cree llamado a rescatar esos valores, supuestamente maltratados por décadas de izquierdismo y de excesivo intervencionismo estatal."Mi misión es rescatar la república constitucional de los padres fundadores... Ésta no es, por tanto, la victoria de una persona o de una candidatura; ésta es la victoria de una causa", concluye Buchanan, entre alaridos impropios de las frías campanas electorales norteamericanas.

Éste es el Buchanan de hoy, que ha sembrado el pánico entre el establecimiento político en Washington porque sus palabras no son las del jefe de una milicia ultra de Michigan, sino las de un fuerte candidato a la presidencia de Estados Unidos. Pero es también el Buchanan de siempre.

Las consistencia de Buchanan con sus principios es, seguramente, su principal virtud, y una de las principales razones de su éxito. Buchanan adquirió esos principios en las aulas del colegio jesuita Gonzaga, en su Washington natal, donde fue educado bajo la dura disciplina del padre McGonigal, que moriría después luchando contra el comunismo en Vietnam. Y los robusteció en el hogar familiar, junto a sus ocho hermanos, escuchando los consejos de un padre, próspero contable, que los acostumbró a cumplir con la misa diaria y les habló de las gestas de personajes como Francisco Franco y Joe McCarthy.

Buchanan desarrolló enseguida esos principios en el campo del periodismo, como columnista de un diario conservador de San Luis desde el que patrocinaba la campaña revolucionaria del republicano Barry Goldwater, y de la política, junto a Richard Nixon, para quien escribió discursos y de quien aprendió todos los trucos de ese oficio.

Ya en esa época, Buchanan parecía entregado a la misión de transformar el Partido Republicano en una fuerza populista, "abierta a los demócratas desencantados, a los obreros y a las etnias trabajadoras". Intentó rescatar las fuerzas disidentes de George Wallace, y llevó su causa, más tarde, a la Administración de Ronald Reagan, quien, según el portavoz presidencial de entonces, Larry Speakes, empujó hacia posiciones extremistas que no compartían otros miembros del Gobierno.

Pero Buchanan no siempre ha aplicado a su propia conducta la firmeza de los principios que defiende. Látigo implacable de las élites políticas y sociales norteamericanas, Buchanan ha pasado casi todos sus 57 años de vida vinculado a esas élites. En la Universidad de Georgetown y en la, escuela de periodismo de la Universidad de Columbia, donde obtuvo sus títulos académicos, se codeó con muchos de los políticos e informadores a los que después condenaría.

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Los medios de comunicación a los que continuamente critica le han proporcionado pingües beneficios en los últimos años. Buchanan confiesa haber ganado una media de 800.000 dólares (100 millones de peseta) al año desde mediados de los ochenta por sus colaboraciones en emisoras de radio y en el programa de televisión Crossfire, de la CNN. Ya en su infancia, ganó su primer sueldo como repartidor de The Washington Post, aunque asegura no se contagió en absoluto de ese diario liberal.

El semanario Time ha retratado en portada a Buchanan con un casco de obrero, pero, en realidad, él viste con gemelos de oro, se hace la manicura, posee una lujosa mansión en Virginia y tiene amigos poderosos en el mundo de las altas finanzas. Uno de ellos, que contribuye a su campaña electoral, es el presidente de Domino's Pizza, Thomas Monagham.

No son, sin embargo, las contribuciones millonarias la base de la campaña de Buchanan. Los cheques que más frecuentemente se reciben en sus oficinas no superan los 25 dólares (3. 100 pesetas), y el mayor refinamiento en su recaudación de fondos es una línea de teléfono gratuito en el que se recogen las llamadas de apoyo.

El cuartel general de Buchanan no es un edificio de oficinas en el Distrito de Columbia, sino el sótano de su casa en McClean. Su principal asesor no es un superpagado experto, sino su hermana Angela, alma de su campaña. Y sus discursos no los escribe un equipo de especialistas, sino el propio Buchanan. Dotado de buena técnica periodística, Buchanan sabe escribir las frases cortas y de impacto que gustan en un titular.

Pat Buchanan viaja en clase turista y apenas utiliza la televisión para difundir sus ideas; utiliza el teléfono, para comunicarse con las radios y con los electores directamente. En la mañana de las elecciones de New Hampshire, Buchanan hizo más de un centenar de intervenciones en otros tantos programas de radio en ese Estado.Pero hay otras contradicciones entre el Buchanan candidato y el Buchanan real. El candidato amenaza a los inmigrantes, el real pertenece a una familia de inmigrantes irlandeses. El candidato considera que la Muralla China es una gran idea para la frontera con México, el real defendía el libre comercio en su etapa de colaboración con Reagan. El candidato exige consumir productos norteamericanos, el real posee un Mercedes. El candidato resalta la importancia de construir una familia, pero el real no tiene hijos con su esposa Shelley. El candidato promete representar en Washington a los que no tienen voz, el real tiene una larga trayectoria de vinculacíón a grupos que defienden la supremacía de los blancos en la sociedad.

Las pruebas sobre la relación de Buchanan con la extrema derecha se van acumulando al mismo ritmo que crecen sus posibilidades electorales en las primarias. La pasada semana tuvo que aceptar la dimisión de uno de los copresidentes de su campaña y de una de sus principales colaboradoras en el Estado de Florida, ambos acusados de pertenecer a organizaciones racistas. Ayer mismo, el alcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani, también republicano, denunció que Buchanan ha protegido a antiguos dirigentes nazis. Y algunos miembros de la Administración de Reagan han revelado ahora que fue Buchanan quien propuso la visita del ex presidente norteamericano a un cementario alemán donde estaban enterrados jefes de las SS.

Buchanan se opuso a la guerra del Golfo porque consideraba que sólo era de interés para los grupos judíos en Estados Unidos, y éstos se sienten aludidos también cuando el candidato presidencial promete echar del poder a "las élites de Wall Street".

Las raíces de esa obsesión con las élites, uno de los rasgos principales de su personalidad, hay que buscarlas, de nuevo, en la escuela Gonzaga, que no era el destino preferido de los hijos de la clase alta y de confesión protestante. Según recuerda uno de sus compañeros en aquel colegio, el columnista de Time Lance Morrow, "muchos chicos de Gonzaga albergaron un sentimiento de vergüenza y de exclusión, y un odio concomitante; era como si fueramos descendiendes de criados inmigrantes [y de hecho muchos católicos lo eran] que estaban siendo brillantemente formados".

Esas élites a las que ahora Buchanan aborrece han nutrido, tradicionalmente, al Partido Republicano, que ahora se siente traicionado por quien ha crecido políticamente dentro de esa organización. Y el partido reacciona tratando de separar a Buchanan de los principales mitos republicanos. "No sólo está destruyendo las ideas, de Ronald Reagan", ha comentado Jack Kemp, uno de los barones del partido conservador, "sino que está destruyendo las ideas de Abraham Lincoln". "Lincoln veía a América como una sola familia, una sola nación. Pat, Dios bendiga su corazón, está declarando una guerra", sentencia Kemp.

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