Auge del concubinato
A los españoles, pese a todo, les gustan el matrimonio. Cada vez menos pero todavía mucho más que a la gran mayoría de los demás europeos. Apenas un 2,5% de la Población española mayor de 18 años que vive actualmente en pareja no está casada frente a una tasa que supera el 50% en los países del norte de Europa. Una razón para explicar este contraste es la diferencia de fiscalidad que allí beneficia a los solteros pero, además, habría que agregar su desapego por la significación de la boda y la situación desigual de las casaderas.En tanto las mujeres son dependientes económicamente abrazan con mayor pasión la idea de casarse. La evolución en este abrazo es patente en España y lo es aún más en Francia, a medio camino de civilización entre el sur y los fiordos. En, relación con ello, esta semana la revista Le Nouvel Observateur dedica su reportaje central a la explosión de las parejas concubinas en aquel país. Cerca de tres millones y medio de franceses viven arrejuntados en 1996, prácticamente el doble que hace quince años. Y la tendencia es más espectacular si se atiende a la aceleración de los últimos tiempos a cargo de todos los jóvenes, no importa si son notarios o policías, obreros, artistas o campesinos. En conjunto, una tercera parte de las parejas menores de 35 años viven juntos sin mediación del matrimonio cuando en 1975 representaban sólo el 5%.
Una explicación para este boom vuelve a ser, seguramente, el beneficio fiscal que han disfrutado hasta hace poco los célibes franceses; otra razón añadida es la cultura de la unión libre a la francesa. Una causa adicional y decisiva es el modo en que viene disponiéndose ' la sociedad civil, más individualista y portátil; cada vez menos interdependiente y opuesta a los compromisos de larga duración. 0 adversa a Contratos que simplemente parezcan muy largos porque, al fin, una pareja con boda dura realmente en Francia tanto tiempo como otra sin ceremonial. La tercera parte de las uniones en uno y otro supuesto terminan en separación unos diez años después; hagan lo que hagan. La diferencia es que mientras con los divorcios legales se sufre menos -dicen- el día de la ruptura, el dolor -afirman los sondeos- resulta muy persistente. Los que cohabitan lamentarían más admitir el fracaso de su relación y asumir sus consecuencias (las mujeres no tienen pensión, los hombres no ven a sus hijos) pero se les pasa, a lo que se ve, antes. Tardan también menos los concubinos en rehacer su vida que los cónyuges mientras entre los casados el divorcio pesa como una carga simbólica de envergadura mayor.
Y tanto para ellos como para ellas. En esto cada vez hay menos diferencias o, si las hay, son gradualmente en beneficio de las mujeres. Ambos se reorganizan, no obstante, cada vez con mayor prontitud en un ámbito social crecientemente móvil."Como el amor es libre, las rupturas son más libres", es la conclusión.
En cuanto a los niños, cada vez se tienen menos niños y cuando se decide concebirlos o se han concebido los padres, como antaño, optan en buena parte por casarse. La paternidad es, junto al hecho de que alguno de la pareja está acercándose a la jubilación, los dos grandes factores que impulsan al matrimonio. Antes, el establecimiento matrimonial era un punto de partida; ahora, en los países más industrializados, resulta ser una estación de arribada. La boda se celebra una vez que la densidad familiar o' la espesura del cuerpo rebaja la capacidad de los traslados. Pero entre tanto, cuando todavía no ha llegado el bebé ni los años de más, el matrimonio se ve como un estorbo en un mercado veloz y en donde también el amor circula aceleradamente, con mayores probabilidades de trasformación, de evaporación y de recambios.
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