La fuerza de un ejemplo
En todo momento, pero sobre todo cuando las circunstancias eran difíciles, el desconcierto o la desolación grandes, Francisco Tomás y Valiente representaba para sus amigos una referencia excepcional. Uno pensaba entonces en cómo vería él las cosas, recordaba sus análisis lúcidos y responsables. Y en las ocasiones en que uno podía cuestionar las razones por las que merecía la pena no sólo participar en los asuntos públicos, sino incluso vivir aquí, surgía su evocación, una torre de inteligencia y de integridad en un paisaje no siempre muy poblado. Pero describirle no resulta sencillo: era una mezcla de rigor intelectual y de amor por la vida, de sentido del humor y de austeridad, de autoridad y de modestia personal. Le caracterizaba, por un lado, la pasión por la Universidad, el estudio y la enseñanza, que le llevó a ser un historiador y un jurista de excepción; por otro, un profundo compromiso con la libertad y el Estado de derecho, que le creó problemas políticos bajo la dictadura y le convirtió en una figura central de la democracia a lo largo de los últimos 15 años. Era un hombre bueno, un gran intelectual, alguien que dedicó todo su esfuerzo al servicio público, a la Constitución y al Estado, una persona comprometida con la izquierda.Le conocí hacia 1978 a través de mi padre, un viejo historiador que apreciaba mucho una obra que era ya abundante. Se hallaba entonces finalizando su etapa de 16 años como catedrático en la Universidad de Salamanca, antes de trasladarse a la Universidad Autónoma de Madrid, de la que fue también catedrático otros 16 años. Describió su experiencia en ambas y su visión de la Universidad en dos admirables discursos, con ocasión de su doctorado honoris causa en Salamanca en 1995 y de la inauguración del curso académico 1993-1994 en la Universidad Autónoma de Madrid. Su categoría como historiador y su rigor intelectual se expresaron en un abanico muy amplio de investigaciones, que abarcaron desde el siglo XVI al XIX y temas como la burocracia en los Estados absolutistas, la Inquisición, las Cortes de Castilla, los validos de la monarquía española del XVII, la Desamortización, el derecho penal del antiguo régimen, la tortura en la historia de España, las constituciones y los códigos de la España Contemporánea. Su obra consistió fundamentalmente en una revisión de la historia del derecho desde valores democráticos. Es decir, se preocupaba por las bases de la representación política, por los derechos y las garantías de los ciudadanos frente al poder, por la sumisión del Estado al derecho, por la división de poderes, por la independencia del poder judicial. En estos días de tristeza sin fin, pensando en su pasión por la enseñanza, constituye un consuelo contemplar los miles y miles de estudiantes de. Salamanca, de la Universidad Autónoma de Madrid, de la Universidad del País Vasco y de muchas otras que en actos públicos defienden su figura y lo que fue su vida.
Desde la recuperación de la democracia, la historia del derecho le sirvió para iluminar la construcción normativa del nuevo régimen político. A su juicio, desde la perspectiva de la historia constitucional española desde 1812, la Constitución de 1978 ofrecía una oportunidad inédita de abordar cuatro problemas que habían hecho fracasar con anterioridad la democracia en España. Uno, la compatibilidad entre monarquía y democracia, soluble desde el reconocimiento de la soberanía popular y de la emanación de todos los poderes a partir de ella. Otro, el reconocimiento y la protección eficaz de los derechos fundamentales, amparados ampliamente en el texto constitucional, y que además de limitar el poder del Estado legitiman a éste como su garante. Otro, la configuración de un poder judicial, que la Constitución encarna en cada juez, independiente respecto a los otros poderes del Estado pero también frente a otros poderes fácticos, hoy frecuentemente autocalifidados como sociedad civil. Y el último, una ordenación territorial del Estado que respetara la pluralidad constitutiva de España, a diferencia de los otros textos constitucionales entre 1812 y 1876 y de los conciertos económicos establecidos por vía de decreto entre 1878 y 1925.
El compromiso político con sus conciudadanos lo manifestó Francisco Tomás y Valiente durante los 12 años en que fue magistrado del Tribunal Constitucional y los seis en que fue su presidente. En un discurso en el Tribunal Constitucional señalaba cómo "en determinadas ocasiones, la libertad, las libertades concretas para todos, se conquistan luchando contra el poder: es ésa una forma de la lucha por el derecho. Pero dentro de un Estado democrático las libertades y los demás derechos fundamentales se desarrollan y perfilan por métodos jurídicos pacíficos". Durante este largo periodo en el Tribunal Constitucional demostró ampliamente su independencia, su talante democrático y progresista. Propuesto por el PSOE, fue además votado tanto por UCD como por AP desde 1983. Apoyó tanto la constitucionalidad de la ley del aborto o de la expropiación de Rumasa como la inconstitucionalidad parcial de la LOAPA o de la ley antiterrorista. Fue un defensor a ultranza de los valores y las libertades de la Constitución y de los derechos humanos: entendía, por seguir utilizando sus palabras, que "el derecho no es forma neutra, sino la estructura racional de la libertad". Desde el Constitucional realizó una aportación fundamental a la institucionalización del Estado de las autonomías como fórmula de acomodo de los nacionalismos y como medio de reestructurar eficientemente el Estado. Dicha fórmula, entre otros aspectos, entendió que si las nacionalidades y regiones tenían carácter preconstitucional, las comunidades autónomas na cían sólo a partir del texto constitucional: se trataba de tener en cuenta la historia, pero filtrando la bajo la forma de derechos históricos adaptados necesariamente a la Constitución y a los estatutos. Pero Tomás y Valiente entendía que el posterior desarrollo constitucional debería haber conducido a una diferenciación mayor que la actual entre unas comunidades y otras, que res pondiera mejor a las razones históricas. Su valía como historiador, su competencia como jurista, su sensatez y su equilibrio le permitieron entender en profundidad sobre qué bases se podría asentar constitucionalmente la democracia en España.
Acabó su mandato en el Tribunal Constitucional en 1992 y volvió entonces a la Universidad Autónoma de Madrid. Al poco tiempo empezó a publicar en EL PAÍS y La Vanguardia sus reflexiones sobre los temas colectivos respecto de los que sentía un hondo compromiso personal, desde una posición siempre libre e independiente. Señaló una vez: "Nunca milité en partido político alguno. Siempre fui un francotirador rabiosamente independiente. Desconfié y desconfío de quienes se denominan apolíticos. Me gusta comprometerme, pero como y cuando yo decido". Independiente sí, pero nunca neutral o indiferente.
Un libro suyo de inminente publicación, A orillas del Estado, recoge estas reflexiones. Reflejan su repugnancia con los escándalos de corrupción, que considera-
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ba una amenaza contra la legitimidad de las instituciones democráticas, un riesgo de "desorden degenerativo", y que le dolían tanto. más por sus simpatías socialistas. Pero la calumnia sistemática y acusación generalizada de hechos excepcionales le parecían corrosivas: "Tanto disuelve la confianza de los ciudadanos en sus instituciones democráticas el conocimiento de reales corrupciones como la creencia en falsas imputaciones". Sus reflexiones muestran, pese a todas las circunstancias, su optimismo profundo sobre la política democrática, acompañado de exigencias de responsabilidad. Reflejan también su autoridad moral y su valentía intelectual, ni fáciles ni frecuentes en estos tiempos. En una entrevista conmentaba con sorna: "No veo ningún inconveniente en decir lo que quiera decir, incluso cuando lo que diga pueda beneficiar al PSOE. Si no, parecería que en este país sólo se es libre para discrepar de y no para estar de acuerdo con". Pero la comodidad intelectual no le atrajo nunca.
Sólo el problema vasco le parecía de gravedad especial, porque pensaba que "la violencia mortal de ETA sigue poniendo a prueba los mecanismos del Estado democrático". En el artículo póstumo publicado en EL PAÍS el día siguiente de su asesinato contraponía, frente a esta amenaza, la buena y la mala razón de Estado: el cumplimiento de la ley, la utilización del poder estatal legítimo y de sus recursos imprescindibles frente a la guerra sucia, a la lucha contra el terrorismo empleando sus mismos métodos. Pero denunciaba la utilización oportunista de los problemas para debilitar al Gobierno legitimo porque socavaba de forma destructiva el Estado democrático. No ha reforzado en efecto la buena razón de Estado el tratamiento de los problemas del Cesid o de la utilización de fondos reservados, las acusaciones al presidente del Gobierno de ser el señor X, la descalificación y el insulto de los gobernantes. Y reclamaba discreción periodística y prudencia judicial en la lucha antiterrorista: "Hágase justicia para que el mundo no perezca, para que en él se pueda vivir en paz, porque la justicia que para realizarse arrastra al mundo a la destrucción no es justa".
Un viejo amigo de ambos, Elías Díaz, que conversaba por teléfono con él cuando fue asesinado, comparaba su muerte a la del gran filósofo Maurice Schlick, asesinado por los nazis en su despacho de la universidad en 1936. ETA ha asesinado en su pequeño despacho de profesor a un gran historiador, un profundo demócrata, un hombre tolerante y progresista. En su artículo póstumo, Tomás y Valiente rechazaba la desmoralización, el miedo que constituye el objetivo de ETA, de Jarrai, de HB, de KAS, de toda la constelación de asesinos, encubridores y cómplices. Llamaba también a la cooperación de todas las fuerzas democráticas, a recuperar el espacio público en Euskadi, a poner fin por medios legales a la impunidad de los violentos. Es decir, a acabar con lo que Fernando Savater ha denominado "un estado de excepción terrorista, criminal, totalitario y ultranacionalista". Tal vez el horror general que ha producido este asesinato permita avanzar en esta dirección, recuperar el norte. La democracia no responde a una dialéctica de amigo/enemigo más que con los liberticidas. Tomás y Valiente declaró una vez: "El mayor empeño de mi vida ha sido seguramente el de servir a nuestro Estado constitucional, es decir, a todos mis conciudadanos". Esa vida nos enriqueció. colectivamente y constituye un ejemplo para todos.
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