Mare Nostrum
El mayor embalse de la región es un mar que baña encinares, atalayas y picotas medievales
Si Madrid tuviese mar; si en los inapelables cálculos de la naturaleza hubiera entrado concedernos mar, en vez de dárselo a otros pueblos que no lo merecen, porque no lo echan en falta como nosotros... entonces, el mar se parecería mucho al embalse de El Atazar, con sus negras aguas lamiendo granitos y encinares. Y puertos veleros como Cervera de Buitrago. Y atalayas como la de El Berrueco, para hacemos la ilusión de que oteamos algún estrecho, como ya hicieran los moros por si los cristianos de allende la Somosierra venían buscando guerra. O sea, que no nos podemos quejar.Tan grande es El Atazar, tan mar, que casi caben en él todos los demás embalses de la comunidad. Él solito puede embalsar 425 de los 960 hectómetros cúbicos que son capaces de retener nuestras presas. Lo que significa, echando cuentas, que cada capitalino tocaría a un millón de litros de agua de El Atazar si estuviera a tope: agua pura del río Lozoya, para más señas. Con independencia de lo que cada cual tenga pensado hacer en el futuro con su millón, un plan a corto plazo puede ser pasearse sin más por la costa de éste que pudo ser océano y se quedó en banco central de H20.
El camino, que igual puede hacerse a pata como en bici (de montaña o no), principiará en Las Navas de Buitrago, minúscula pedanía de Lozoyuela que no tiene nada que ofrecer al turista internacional -ni falta que hace-, salvo que sea un porcinálogo interesado en conocer las cortes, achaparradas construcciones de piedra y teja donde, antaño se encerraba a los cerdos. Los mapas de carreteras insisten en que Las Navas es el fin del mundo (suena muy romántico), pero no es verdad: la misma que nos trajo hasta aquí se prolonga sobre grava y, a dos kilómetros y pico, desemboca de nuevo en el asfalto (M-127) al ladito de la pista que bordea El Atazar.
Ideal para rodar o caminar sin estorbo, la pista serpentea hacia el mediodía encajándose progresivamente entre laderas pobladas por encinas y -donde éstas cayeron- jarales. Las mil hectáreas largas de mar se hacen enseguida patentes y, sobre ellas, una varia fauna compuesta. por aves acuáticas (incluidas especies amenazadas como el somormujo lavanco, el cormorán grande y la garza real), windsurfistas y marineros de agua potable con base en Cervera de Buitrago, puerto con surtida para veleros que se divisa a babor.
El Berrueco, pueblo ribereño que, aguarda al excursionista al cabo de la pista (disculpen el ripio), lleva en el nombre los berrocales, probablemente los mismos de los que salió su picota medieval de granito.
A tres kilómetros de la picota, por la carretera que lleva a Cervera (M-127), sale un camino a mano izquierda que pasa a la vera de la torre de Mirabel, fábrica medieval, granítica, circular, de tres plantas, con ventanas orientadas a los cuatro vientos y escudo labrado en blanca piedra caliza. No debe confundirse con la serie de atalayas moras de El Berrueco, Torrelaguna, etcétera: ésta era pacífica, y usábase probablemente para tener controladas a las vacas.
La torre de Mirabel cae más o menos a las dos y media de la tarde, así que. después de almorzar en estos prados, el excursionista seguirá de frente hasta Sieteiglesias, minúscula pedanía de Lozoyuela, que en realidad sólo tiene una, pero erigida, sobre roca, como Dios manda. Las altas torres de alta tensión le guiarán de vuelta a Las Navas, por entre campos que baña el mar nuestro de El Atazar.
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