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El carnaval vuelve a La Habana

Cinco años después de haberse suspendido por la crisís, la capital cubana se llena de comparsas y congas, pero sin el sabor de antes

La conga del Alacrán subía arrollando por la calle del Prado hacia el parque Central, pero la gente en las aceras no bailaba. Un grupo de mulatas de moño acaracolado y tangas de piña y de mamey hacía sus evoluciones en otra comparsa frente a la tribuna del hotel Inglaterra, pero el público en las gradas no se movía.Más abajo, cerca de la desembocadura de la calle del Refugio, paso obligado de las carrozas y las tumbas, el maestro en santería y espiritismo Raúl Chaveco contemplaba el espectáculo a través del humo de su cigarro. Estaba acodado en una de las terrazas del edificio Ramón Areces, hoy al borde de la ruina, y miraba hacia abajo con escepticismo y curiosidad. El carnaval de La Habana acababa de comenzar.

Chaveco era un hombre popular en aquel barrio negro que está en la frontera de La Habana Vieja y la antigua zona de prostitutas de Colón, y por eso mucha gente le saludaba. Algunos de los vecinos que estaban ahora en la calle con una perga de cerveza a granel en la mano o comprando una caja con arroz congrí, yuca y carne de puerco eran sus ahijados o habían sido clientes suyos. Él los conocía bien, y sabía de sus problemas, ya que, en estos tiempos difíciles, hasta los menos creyentes iban a "consultarse" y a pedir ayuda a los babalaos. "Ultimamente viene mucha gente que se ha quedado sin trabajo y que no tiene dinero ni para pagar la consulta", dice Chaveco desde su atalaya espiritual en la terraza de la calle Prado.Es viernes, primer día de carnaval, y la comparsa La Sultana se prepara para desfilar cuando por un lateral aparece el actor Jorge Perugorría con una botella de ron en la mano y un sombrero negro de ala ancha. Hay bullicio y mucha policía, y en los quioscos y en los soportales del malecón la cerveza cruda se vende a 10 pesos el litro y a 18,50 la caja de comida, un precio elevado en un país en que el sueldo de un obrero no excede los 200 pesos mensuales. Hacía cinco años que las autoridades habían suspendido las celebraciones del carnaval. El argumento empleado entonces fue que la crisis y la aguda escasez provocada por el descalabro del campo socialista impedían "desviar" recursos para este tipo de festejos. Ya 30 años antes la revolución había movido la fecha de los carnavales de febrero a julio para que no coincidiese con la etapa más importante de la zafra azucarera. Por eso causó bastante extrañeza que este año, cuando más que nunca la isla necesita alcanzar una buena cosecha, el Gobierno decidiese volver a celebrar el carnaval, y más en febrero. "Será para recoger dinero", dice un negro, cuajado de cicatrices, bajo los soportales del Centro Andaluz. Chaveco, que vive arriba, piensa lo mismo, y a ello atribuye la "frialdad" de la gente en este carnaval a diferencia de los de antes. "La gente no puede estar radiante, si todo el mundo cuando viene a verme a mí lo que pide es trabajar en una shopping y ganar dólares", cuenta Chaveco. "Y yo lo que les digo a ellos es que no hay shopping para todos, y les mando que pongan un cubo de agua por la noche a coger sereno a la luz de la luna, y que se bañen con ella por la mañana para que encuentren paz y tranquilidad".

Chaveco recuerda muy bien los últimos carnavales que se celebraron en La Habana, los de julio de 1990. En aquel momento, un grupo de cubanos había tomado la Embajada de España y durante todas las fiestas los diplomáticos españoles temieron que se produjese una inva sión de refugiados aprovechando que las áreas de carnaval quedaban a pocos metros de la calle de la Cárcel, donde se encuentra la cancillería. Las comparsas entonces desfilaban en sentido inverso: partían del parqué de la Fraternidad, pasaban por el Palacio del Centro Gallego y el hotel Inglaterra, y bajaban como un río hacia el malecón. Hoy no hay refugiados, pero sí dólares y contradicciones ideológicas y, como la vida, las congas han cambiado su ruta y ahora suben desde la fortaleza de la Punta hasta el, parque Central, mientras mucha gente contempla el espectáculo de una forma distante desde un palco y sin bailar.

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