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Candidatos, ¡al debate!

El debate entre políticos es sólo una parte, y a la larga no la más importante, del debate social; sin embargo, dado que los políticos son las personas que detentan el poder político, y al fin y a la postre son quienes gestionan nuestros derechos y libertades y nuestros deberes públicos y quienes administran con muy amplios poderes en torno al 50% de la riqueza que se genera cada año en un país como el nuestro, ese debate entre políticos afecta a cuestiones de importancia para todos y cada uno de nosotros, queramos o no queramos asistir a las discusiones. Pero esas discusiones se producen, normalmente, en situaciones que vician la aptitud de sus contenidos para proporcionar al espectador los datos exactos, el estado de la cuestión que en cada caso se discute. El político es una persona del poder y para el poder, que busca o cuya, posesión defiende; para la consecución o mantenimiento de ese poder, la mayor dificultad, en una democracia, procede del competidor, del adversario que también aspira al poder o lo defiende en sus manos, por lo que las discusiones entre políticos, que tratan de asuntos que nos afectan, están interferidas siempre por el problema del poder y de las personas que lo detentan.

De ahí la derivación tan frecuente en esos debates del objeto al sujeto y de los argumentos sobre las cosas a los argumentos ad hóminem. No hay que escandalizarse por ello, pues la democracia representativa es, entre otras cosas, un procedimiento público y popular de selección de gobernantes, pero si, para hacernos una idea de los pros y contras de una cuestión, nos limitamos a los debates entre políticos, se, puede afirmar que no se llegará a tener una información cabal y desinteresada del asunto, lo menos viciada posible.

Por esa combinación de tratamiento de cuestiones y lucha personal, y por la necesidad de hacer llegar el mensaje a todos los ciudadanos, que al fin son todos los posibles votantes, los debates entre políticos producen simplificación, que puede llegar, y con frecuencia lo hace, al simplismo más desorientador, y además están muy condicionados en sus efectos sobre las mentes destinatarias por la capacidad, no ya dialéctica, sino retórica, o histriónica, de los que discuten.

Y estas peculiaridades que se dan en el debate diario entre políticos llegan al paroxismo, incluso al esperpento, cuando el de bate se produce en los medios audiovisuales y en campaña electoral. Las características del medio audiovisual imponen simplificación y potencian las posibilidades de la retórica a los aspectos visuales: imagen, gesto, ademán; las exigencias de la campaña electoral conducen a la acentuación de la simplificación, la retórica y el histrionismo, a ser posible descalificador del contrario.

Comprendo que los medios audiovisuales se entusiasmen con los debates y que mucha gente los jalee; pueden ser un buen espectáculo, pero no es el mejor procedimiento para hacerse una opinión sobre los contenidos del mensaje; la reducción de la lógica razonadora a retórica audiovisual no es lo más recomendable para enterarse de los contenidos. La reducción adicional del debate a unos pocos asaltos retóricos, por necesidades técnicas de los medios, hace del procedimiento un instrumento más bien mísero para conseguir una opinión con garantías. Cuando luego los pesquisidores sociológicos, en análisis de toro pasado, afirman que Fulano ganó la elección en el debate producido entre las 20.00 y las 21.30 de tal día, como a veces he oído y leído, pienso en el creciente grado de imbecilidad impuesto a los electores, que además se quedarán muy ufanos creyendo que son los más astutos y mejor informados entre los humanos.

Muchas personas sensatas y bienpensantes se lamentan de que, con motivo de las elecciones, no haya un profundo de bate social de las cuestiones públicas que nos afectan o angustian. Pero el debate social es mucho más que un debate "entre políticos en campaña electoral", afortunadamente. Para la buena solución de muchos de estos asuntos difíciles y que producen ansiedad es mejor que los políticos debatan menos en período electoral; no que omitan las cuestiones, sino que no las sometan a enfrentamientos personales directos.

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Pero esto no significa que la televisión no sea utilísima, en una campana, para los electores. Por ejemplo, yo preferiría ver a los candidatos enfrentados con sus propias afirmaciones y promesas, estimulados por un reducido y selecto ramo de periodistas y expertos que, con aire serio, y exigente, no necesariamente agresivo, ayuden al espectador a desentrañar el mensaje que el candidato quiere enviar; mucho más interesante que una pelea de gallos; y que un duelo, mal remedo de una seria discusión.

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