Pérez y Recatero, SL
Nuestros indigentes son más jóvenes que nunca.Hace 20 años la mayoría de los mendigos madrileños tenía más de 60 años, así que eran pobres de vocación tardía. Ahora, con los avances del Estado de bienes tar, llegan a la esquina en plena juventud. Casi mejor, porque un mendigo, para formarse, necesita tiempo. Y luego hay que amortizarlo, pero ya me dirán cómo amortizamos a un pobre con 70 años que a lo mejor tiene un enfisema pulmonar. A ver si se inaugura pronto el despido canalla o libre y la maquinaria empieza a escupir pobres en todas las direcciones, por que de momento aparecen concentrados en los puntos neurálgicos de la conciencia de uno, o sea, en los VIPS, en los alrededores de la FNAC y en los semáforos de María de Molina. Pero la conciencia de. un madrileño es grande, y todavía hay zonas de Serrano, Velázquez o Juan Bravo, por poner tres ejemplos, completamente desaprovechadas. Entre tanto, Pérez Puig no puede vivir con 650.000 pesetas netas al mes, así que para no caer en la mendicidad tiene que hacer chapuzas a domicilio. Menos mal que ha conseguido colocar a su señora, Mara Recatero, como adjunta del teatro Español, dirigido por él, y así, con los dos sueldos, aunque han de hacer muchos números a fin de mes, van saliendo adelante sin delinquir, en el caso de que su mera existencia no sea un delito. Pérez Puig está seguro de que en la empresa privada ganaría más, aunque no consiguiera incrustar en el organigrama a su señora,pero prefiere trabajar en el Ayuntamiento por patriotismo cultural. El mundo del teatro debería rendir un homenaje a estos matrimonios en los que el talento escénico, la cara dura y la abnegación encuentran un raro acomodo. Podrían hacerles una estatua de esas que Alvarez del Manzano ya dejando caer por todas las esquinas estratégicas de la ciudad. Quedarían muy bien junto a la de La Violetera.
Más cosas: el ojo engaña mucho porque, según el mismo informe de Cáritas, del que hemos obtenido la información sobre la edad de los mendigos, el número de indigentes ha descendido en Madrid desde 1988 de 700.000 a 550.000. En esto, como en todo, las cifras grandes no suelen coincidir con la percepción individual. A mucha gente le va mal cuando los datos macroeconómicos van bien, o viceversa, lo que constituye una contradicción del mismo tipo que aquella otra que impide a Pérez Puig llegar a fin de mes con 650.000 netas más lo de su señora. Pasa lo mismo con la violencia madrileña, que según el ojo no deja de crecer, mientras que, según Belloch, los delitos han sufrido en la capital una disminución del 4,5%. o sea, que la cantidad de brutalidades que usted y yo vemos por doquier no cuadra con las cifras macrocriminales del Ministerio del Interior. Y no es que mienta el Ministerio, o que mintamos nosotros, sino que la vida, por un lado, es una paradoja, y que el concepto de violencia, por otro, varía según el color del cristal con que se mira. En una situación de salud mental media, por ejemplo, las declaraciones de Pérez Puig sobre su salario serían consideradas como una agresión insoportable al resto de los ciudadanos, de manera que los estadistas de Interior no dudarían en contabilizarlas como un delito gordo. Pero debemos de estar un poco desquiciados, ya ven, porque el señor Pérez Puig no sólo no ha dado con sus huesos en la cárcel, sino que ni siquiera ha sido despedido del Español para que se vaya a joder, con perdón, a la empresa privada.
A los que el Ayuntamiento está dispuesto a echar de la plaza pública es a los artesanos del mercadillo de Santa Ana, situado frente al teatro Español, o junto a Pérez y Recatero, SL, como ustedes quieran, qué casualidad. Resulta que el Supremo acaba de declarar ilegal la expulsión de que fueron objeto hace seis anos, pero el alcalde se ha sacado de la manga una norma inexistente para mantenerla y no enmendarla. A lo mejor preferiría que los artesanos mendigaran a la puerta del teatro, para darle color; pero cómo les va a arrojar una limosna el pobre Pérez con 650.000 netas al mes, si se pasa el día haciendo chapuzas para salir adelante.
Michel Domínguez, más modesto, sólo pide 500.000 para mantener el status de arrepentido con la frente bien alta. Lo que no hemos logrado averiguar es cuánto ganaba Juan José Alonso Millán mientras okupaba un despacho oficial de la Consejería de Cultura de la Comunidad sin haber sido nombrado para cargo alguno. En cualquier caso, el salario mínimo de este país está en torno a las 64.000. Brutas, por supuesto. Qué mundo, ¿no?
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