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Tribuna
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Mitterrand

Rosa Montero

Estoy harta de Mitterrand, y de los hagiógrafos de Mitterrand, y de esa perversión ética e intelectual que consiste en derramar dulzuras de merengue sobre los muertos calentitos, para convertirlos en santos imposibles y mitos inadmisibles. Con qué delectación y qué premura se falsifican los datos de los poderosos fallecidos, qué fácilmente se construyen prestigios infundados, qué curiosa unanimidad suele haber entre los prohombres de todas las patrias para olvidar las enemistades, una vez fiambre el enemigo, y construir nauseabundas elegías sobre el cadáver. Digo yo que debe de ser un acuerdo tácito entre poderosos para salvaguardar la muerte propia y la gloria futura de cada uno.Y encima, para postre de necedades, la justicia francesa acaba de secuestrar el libro del médico de Mitterrand. Me parece un disparate que digan que ese doctor es un inmoral por revelar ahora la verdad (que el político estaba muy enfermo), y no por haber estado ocultándola y chupando del. bote como médico personal del ex presidente durante tantos años: se podía, se debía haber ido. Y me resulta alucinante que no se mencione la inmoralidad del propio Mitterrand, que mintió todo el rato mientras alardeaba de que no mentía, y que se mantuvo aferrado al poder aun cuando ya no estaba en condiciones para ocupar el cargo. Por cierto que es el mismo Mitterrand que fue simpatizante de los nazis en su juventud, que se organizó un autoatentado ficticio para promocionarse como político en su adultez, que fue responsable del asesinato de un hombre cuando hizo volar en su madurez el barco de Greenpeace, que en la vejez promulgó una ley de autoamnistía. para que no se investigaran sus desmanes y que en todo tiempo ha hecho estallar más bombas atómicas en el Pacífico que nadie. Si eso es ser un santo, yo prefiero el infierno.

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