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Reportaje:

Déme de lo 'morao'

Un día en la botica de un pueblo serrano cuyos 500 habitantes tienen mayor suerte que los de Brea de Tajo

Ana Alfageme

Hace 13 años que la tía Felipa y la tía Antonia se olvidaron de las fatigas de tantas noches de caminar N desde su pueblo, Valdemanco, hasta Bustarviejo. Cuatro kilómetros bajo la nieve, mientras los carámbanos -aquellos sí que eran inviernos- se iban colgando de las enaguas. No quedaba otra si se necesitaba un remedio de la farrnacia o verle la cara al médico. Un domingo de hace 14 años, la farmacéutica Mercedes Picó cruzó con su coche el puente traza de) sobre las vías del tren. A Valdemanco le cambió la vida.A este lado del puente quedaba el monte roto dejaras y granito. Al otro, un puñado de casas colocadas en la ladera como en un nacimiento: el pueblo de Valdemanco, mucho más lejos de la Puerta del Sol que lo que parecían indicar los 64 kilómetros que la joven boticaria -24 años- había recorrido hacia el norte. Desde el momento en que atravesó el puentecillo, Merce -así la conocen- se encandiló con aquel enclave al resguardo de un peñón imponente y con unas vistas de quitar el hipo. En pocos meses se había convertido en la farmacéutica, la primera en la historia de Valdemanco. Según cuentan por allí, un lugar fundado por un tal Valdés, manco por más señas.

E s una historia que no ha ocurrido aún en Brea de Tajo (pueblo hermano de Valdemanco por habitantes -495, aquél; 525, éste-), aún sin farmacia por un curioso sistema denominado 1a rueda". La triquiñuela consiste en que varios veteranos farmacéuticos soliciten abrir una botica; y luego, tras serle concedida al de mayor antigüedad en el oficio, el beneficiario deje transcurrir los meses sin acudir a su puesto y finalmente renuncie a la plaza, con lo que el derecho pasa al siguiente de la lista, que también renunciará. Este proceso -que puede durar un año por adjudicación- ha ocurrido ya cuatro veces en Brea desde 1989 (EL PAÍS del 11 de enero). Su farmacia se concedió sucesivamente a cuatro directivos de los colegios de farmacéuticos de Salamanca (uno) y Zaragoza (tres). Y esta "rueda" ha beneficiado a la botica del pueblo más cercano a Brea: Estremera (1.100 habitantes, a siete kilómetros), cuya farmacéutica también es, curiosamente, vocal del colegio profesional. Y, mientras, los farmacéuticos en paro esperan plaza, sin antigüedad ni derechos.

Pero Merce Picó y Valdemanco tienen otra historia. Merce cambió el sueño de trabajar en un laboratorio y su vida de barrio de Madrid -vivía cerca de la plaza Elíptica- por estas largas horas tras un mostrador de una vieja casa de pueblo. Antes sólo había conseguido alguna sustitución mal pagada, así que siguió el ejemplo de una compañera de estudios que había abierto botica en Fresnedillas de la Oliva. Acudió al Colegio y solicitó información sobre pueblos que no tenían farmacia. "Había tres, uno no me gustó, al otro no conseguí llegar porque siempre se me estropeaba el coche y el tercero es éste", cuenta. No se necesita un censo de vecinos para poner farmacia. "Si son dos, pues dos, pero luego a ver si compensa. Yo creo que el número mínimo de habitantes para poder sostenerse es de unos trescientos", dice Merce.

Los vecinos de Valdemanco ganaron, con la farmacia, en comodidad y se ahorraron un tiempo a veces precioso a la hora de iniciar cualquier tratamiento. Merce se acostumbró pronto a las caras acartonadas de los lugareños, enrojecidas por el aire serrano, personas "con mucha intuición, que te ponen a prueba", cuenta ella, una mujer afable que se recoge la rebeca sobre la falda tubo de pata de gallo Pasan sólo unos minutos de las diez de la mañana del jueves pasado en la oficina de farmacia de la calle. Real. Un nubarrón oculta la peña de Valdemanco, pueblo de 525 vecinos, 5 bares y 24 niños menores de 14 años. Merce sabe que los pafroquianos no madrugan. La consulta del médico comienza a las doce y eso se nota. A la derecha de la puerta el expositor de los preservativos. "Así los cogen y no se cortan".

La farmacéutica se sorprendía al principio de que los cepillos de dientes y la pasta se eternizasen en los estantes o que no se vendiese casi crema para las manos. Todo eso ha ido cambiando. Ella notó que los preparados para la gota sí que desaparecían. "Con el cabrito y el cerdo, todos tienen ácido úrico" Por si vale, les riñe cariñosamente para que no beban tanto.

Valdemanco es tierra de canteros y de pastores. Eso significa problemas en la espalda y una vida de necesidad. En cuanto a lo demás, las pócimas adelgazantes, por ejemplo, van por épocas. Las pone de moda una señora y las otras la imitan.

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Al llegar, la boticaria congenió con una pandilla con la que salía a tomar vinos. Trece años después, es una señora casada con un mozo del pueblo llamado Antonio, quien le construyó la casa donde vive y en la que se enclava la farmacia desde hace tres anos. Antonio ejerce también de concejal de Urbanismo y de unas cuantas cosas más.

La empleada Nieves, una avispada chavala de 24 años que acaba de sacar el título de graduada social, se estrenó como manceba -en su acepción farmacéutica- hace casi un lustro con un apuro: entró un señor y le espetó:

-Déme de eso de lo morao.

Nieves se quedó atónita y aprendió una de las cosas que pueden distinguir a una farmacia de pueblo de otra de ciudad. Que lo morao era la forma más sencilla de llamar al Veterinfenicol, un pulverizador para las heridas y - rasguños de las cabras y las ovejas que destila un polvillo. De color morado, claro.

Con el tiempo, Merce y Nieves han aprendido que las cucharás son el jarabe para el señor tal, o los positorios, el remedio para la señora cual, que el nombre no se debe decir por lo del debido secreto profesional.

Eso sí, si no fuera por las comiditas [las medicinas], la señora Mercedes no estaría viva, según cuenta ella misma. La señora Mercedes, que puede aparecer en cualquier momento, con su pañuelo anudado y sus faldas negras:

-¿Quiere un caramelo, señora Mercedes? -le preguntó su tocaya el jueves por la mañana.

-Bendita sea su boca -repuso la anciana-, así paso la calle dulce.

-¿Cuántos años tiene?

-Noventa más uno.

-Y de qué padece?

-¿Yo? Desde la punta de los pies hasta lo alto de la cabeza.

Cuenta la señora Mercedes, con un discurso que da gloria, que resbaló el otro día a la puerta de su casa.

-Se me cayeron hasta los dientes.

Vive sin televisión, dice que está sorda y que casi no puede ver. El pueblo, dice, ha cambiado en bueno. "Antes, todo era más viejito, con unas cuantas chocitas y ya está"..

-Sentarme y estarme quietecita, es lo que hago.

El segundo cliente de la mañana es el señor Juan, un cabrero de 72 años que sigue gastando boina.

-Déme una caja de esas de las que me estoy tomando.

Nieves no necesita más información. Coge un envase verde de cápsulas contra el estreñimiento y las envuelve. El hombre alarga una receta de pensionista. Es una pomada. para "una cosa" que tiene en la cabeza.

Nieves y la farmacéutica matan las horas leyendo en la mesa camilla de la rebotica. Están haciendo un curso sobre el dolor. Es rarísimo que alguien las despierte durante las noches de guardia. Las guardias aquí son por semanas, entre seis pueblos.

Cuando el sol se acerca a poniente, una curiosa comitiva cruza la calle con dos perrillas. Entre las tres señoras -Paulina, Antonia y Felipa- suman 240 años de privaciones y arrugas.

-Antes podíamos comer y no teníamos un real. Ahora que lo tenemos, no podemos, dice Paulina. Pocos dientes se le adivinan en la boca, como a las otras ancianas. Andan tocadas de la hipertensión. Felipa, cruzando los brazos sobre su bata de guata azul, revela que pasea para "machacar el azúcar".

Paulina comenzó a servir a los 16 años. Antonia y Felipa -tía y abuela de Nieves, respectivamente- apenas aprendieron a garabatear su nombre cuando niñas, pasaron muchas noches de verano arriba en el monte, con la fresca, para que las ovejas triscasen. Y muchos inviernos peleando con la ventisca.

Un día cualquiera habrán entrado en la tiendecita cuatro ancianos, tres niños y nueve adultos, incluida una amiga de Nieves que pasó a saludar. Ya se sabe: en verano, los superventas son las cremas para después del sol; en primavera, los antialérgicos, y en otoño e invierno, los jarabes, analgésicos y demás remedios contra resfriados y gripes. Así que, además de pesar dos niños, se han vendido siete fármacos contra la tos o el catarro, un inyectable para un tirón muscular, dos pomadas, unas píldoras contra el estreñimiento, un par de medicinas para la demencia senil y tres para paliar la artrosis, un potito, una papilla y una leche maternizada.

Cuando dan las ocho en el reloj del Ayuntamiento ya hace hora y media que la oscuridad se ha adueñado de la ladera. Mercedes suele revisar las recetas. Arriba, en su casa, le esperan su marido, la cena y el telediario.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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