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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Heridas y cicatrices

EL CONGRESO de Comisiones Obreras (CC OO), clausurado ayer en Madrid, no ha cerrado las heridas abiertas en su seno. Por el contrario, puede que haya abierto alguna más, y por desgracia, dejará en la memoria unas imágenes que producen tristeza. La historia de lucha por las libertades políticas y sindicales de Comisiones no merecía verse salpicada por los tumultos habidos en el congreso.Esas heridas tienen que ver con rivalidades personales y conflictos de lucha por el poder, con influencias externas y con factores objetivos que determinan la crisis que padecen los sindicatos en casi todos los países. Sólo secundariamente y como resultado de lo anterior, guardan también relación con el debate sin dical propiamente dicho. La utilización ventajista, a la vez como escudo y como ariete, de la venerable figura de Marcelino Camacho por una de las facciones en pugna ha contribuido a dramatizar esas divergencias presentándolas en términos de ruptura familiar. Algo que hasta ahora había conseguido evitar CC OO y que en el pasado reciente ha perjudicado a UGT, víctima también de un conflicto de familia.

Durante quince años desde 1980, UGT ha sido la primera fuerza sindical en todas las convocatorias. Hasta las celebradas el año pasado, ganadas por la central que dirige Antonio Gutiérrez. Ese reforzamiento de CC OO ha discurrido en paralelo a la crisis vivida por la central socialista. La obsesión por marcar distancias respecto al Gobierno que siguió a su ruptura con el PSOE hizo que UGT canalizara su actividad hacia el terreno del enfrentamiento global antes que al de la reivindicación en las empresas. En el caso de CC OO, el derrumbe de la referencia comunista, rápidamente captado por Gutiérrez como irreversible, evitó los debates ideológico-familiares en favor de los específicamente sindicales. Ello estimuló una acción reivindicativa más abierta al acuerdo y la negociación.

La crisis actual es en buena medida el resultado del debate en Izquierda Unida, y concretamente de la doctrina de su coordinador general sobre la hegemonía de los comunistas en los movimientos de masas. Una doctrina, por lo demás, que hasta no hace tanto compartieron Antonio Gutiérrez y muchos otros sindicalistas formados en la tradición leninista, que asignaba a los sindicatos el papel de correas de transmisión de un partido cuyo objetivo a largo plazo era la toma del poder y la implantación de un modelo de sociedad alternativo. Pero esa concepción, así como las utopías del sindicato de nuevo tipo teorizado por Sartorius, ya había sido abandonada cuando, a fines de los ochenta, se hizo evidente con el derrumbe del muro de Berlín que no había tal modelo alternativo. Una de las consecuencias extraídas por Gutiérrez y su equipo fue que los sindicalistas no podían supeditar su estrategia la la victoria de un partido.

El enfrentamiento entre la dirección del partido comunista y la de CC OO, larvado desde hace cinco o seis años, se hizo explícito meses atrás, con la negativa de los sindicatos a participar en las movilizaciones contra la reforma laboral y la corrupción convocadas por una Plataforma Cívica auspiciada por Izquierda Unida. La firma, poco después, junto con la patronal, de una declaración de tono apaciguador reclamando una salida a la crisis de inestabilidad política fue interpretada por Anguita como la prueba definitiva del entreguismo y colaboracionismo de los sindicatos. Esos adjetivos son los que ha venido utilizando el sector crítico, cuyo principal dirigente, Agustín Moreno, fue incorporado por Anguita a la dirección de Izquierda Unida. La crítica a los pactos laborales firmados por CC OO en los dos últimos años -el último, el de mediación y arbitraje- se ha añadido a la lista de cargos, siendo el histórico presidente del sin dicato, Marcelino Camacho, el encargado de popularizarlos en sus rocambolescas apologías de la ortodoxia antisocialista del leninismo en el periodico más representativo de la derecha política.

Una vez conocida la relación de fuerzas entre los dos sectores (68% de apoyo al informe de gestión de Gutiérrez), la continuidad en la dirección del veterano dirigente ha sido el tema más candente. Es lamentable que alguien que tuvo el valor de retirarse voluntariamente de la secretaría general para dar paso, a un sindicalista de 36 años no haya sido luego consecuente con su papel apaciguador y arbitral. Pero más lamentable es que uno de los sectores le haya instrumentalizado de manera patética, haciendo que las invocaciones a las medallas y cicatrices sustituyeran a los argumentos. ¿Por qué será tan difícil irse con dignidad?

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