Sampaio, presidente
LAS ELECCIONES presidenciales, portuguesas se han zanjado rotundamente con la victoria del socialista Jorge Sampaio, ya en la primera vuelta, sobre su contrincante de la derecha, el antiguo jefe del Gobierno de Aníbal Cavaco Silva, al que ha superado en más de siete puntos. El éxito de Sampaio tiene un significado muy especial, por mucho que lo anticiparan las encuestas, en la medida en que acentúa el predominio de la izquierda en el país vecino, donde ya los socialistas triunfaron en las elecciones legislativas de octubre pasado.El Partido Socialista portugués gobierna con mayoría absoluta en el Parlamento, tiene las principales alcaldías del país y hereda ahora la presidencia de las manos de otro socialista ilustre, Mario Soares. El líder del centro-derecha, Cavaco Silva, intentó en la campana servirse de la amenaza que podía constituir el eventual monopolio socialista de los grandes puestos de poder, para subrayar que sólo su victoria daría lugar a un equilibrio que, repetía, ya había sido útil a Portugal en anteriores ocasiones. Con ello se refería a su propia cohabitación con el presidente Soares.
Pero la eficacia de ese argumento ha sido nula. En realidad, Cavaco, que había planteado su campaña por acceder al palacio de Belém como un proyecto de largo alcance, ha cometido gravísimos errores que han contribuido al triunfo de su adversario. Primero se retiró de la jefatura del Gobierno con excesiva antelación y sin dejar claro cuáles eran sus propósitos electorales. Tardó mucho en desvelar su aspiración a la presidencia de la República, y cuando lo hizo, Sampaio ya había iniciado su recorrido por el país dando a conocer su candidatura. Cavaco reaccionó entonces con un tono hosco y cortante y no poca arrogancia contra su oponente.
Sin embargo, en la base de la ola de izquierda que Portugal está viviendo -y que le distingue de lo que parece típico en la Europa de hoy- existen causas más profundas. Tras la etapa de monetarismo duro a lo Cavaco -acompañada al final de graves acusaciones de corrupción y de autoritarismo contra su persona-, en la sociedad portuguesa se manifiesta el deseo de un Gobierno capaz de prestar mayor atención a las necesidades sociales. Y los socialistas han sabido encamar esa aspiración, tanto en las elecciones de octubre como en la campaña actual. A la vez, y es una característica positiva que presenta la política portuguesa, esa evolución hacia la izquierda no parece alterar el fuerte arraigo del europeismo. Las ventajas que ha significado para ese país su incorporación a Europa son sentidas por capas amplísimas de la población; baste de ejemplo Lisboa, que recibe de la Unión Europea ayudas equivalentes al 3% del PIB portugués.
Por ello, no cabe pensar que la masiva presencia socialista en la gobernación del país vaya a limitar el esfuerzo nacional por unirse cada vez más estrechamente a la Unión Europea. Es evidente que las exigencias del Tratado de Maastricht para acceder a la moneda única representan para Portugal, con una economía más débil que la media europea, dificultades enormes. Pero ha conseguido reducir de forma drástica su inflación, que desde el 13,4% de 1990 ha pasado a una previsión del 3% para el año en curso. En materia de déficit, el Gobierno portugués se propone reducirlo al 4,3% este año, para alcanzar la meta del 3% en el próximo. En resumen, no renuncia a figurar entre los países del primer círculo en el momento de aplicar el plan de Maastricht.
Mario Soares, por su parte, se ha destacado por su preocupación por mejorar las relaciones entre Portugal y España. Y existen fuertes razones para pensar que Sampaio continuará en esa fructífera línea.
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