El Madrid juega a golpe de corazón
Los aficionados del estdio de Chamartín asistieron a u partido sin futbol, pero trepidante

El destino, que apuntaba definitivamente contra el Madrid, se volvió juguetón y dejó dudoso a todo el mundo. Se escuchaba el . ruido de sables en el club y la hinchada dictaba sentencia contra éste y contra aquél, pero especialmente contra Valdano. En un club que ha perdido la perspectiva histórica -seis entrena dores-en siete temporadas-, la decapitación del técnico se hacía inevitable durante el largo tramó de ventaja que tomó el Zaragoza, un equipo que sólo tuvo la cualidad de sacar partido al angustioso estado que padecen los madridistas. Fuera de eso, el Zaragoza fue un equipó débil, sin nada notable que ofrecer, inferior en todo caso, al Madrid. Pero el resultado dictaba otra cosa: la grada levantada en armas, los directivos tiraban de agenda para examinar los números de teléfono de los entrenadores en paro y una sensación catastrófica presidía la tarde. Fue entonces cuando el fato cambió de opinión. La ventolera final del Madrid, una carga desgarrada y confusa, produjo a la vez el empate y la perplejidad entre la gente, que no sabía qué pensar del Madrid, del fútbol, de la vida en general. Así de cruda es la existencia del madridista medio en estos tiempos de incertidumbre.El partido siguió dos vías que sólo se encontraron al final. Por un lado fue el juego y por el otro discurrieron los acontecimientos, los goles y todo eso. Sólo cuando el Madrid logró el empate pudo señalarse un punto de intersección entre ambas rutas. La lectura mas simple vino a decir que el Madrid tuvo mas ocasiones, un poco más de juego y la posibilidad de ventilar al Zaragoza durante la mayor parte del primer tiempo. Sin alardes, por que éstas son horas difíciles para el equipo, que vive sometido al régimen de terror que le producen los resultados y la respuesta belicosa del Bernabéu. Al Madrid le cuesta perder ahora mismo esa visión paranoica de la vida: se siente rodeado por demasiados enemigos. La proyección de sus miedos se reproduce en el campo, donde se observa un equipo comprometido y sufriente, pero minado por la inestabilidad. En esta época, el Madrid está poco cosido y se siente expuesto a cualquier situación adversa, generalmente proviniente de las mismas filas madridistas. La regla de ahora es destruirse con goles insensatos, como el primero del Zaragoza... Un despeje de Lasa en el medio campo produjo todas las catástrofes posibles: descolocó a Buyo, la pelota se dirigió con precisión hacia el palo y salió despedida con el ángulo justo para llegarse a Morientes. Era lo más parecido al segundo ataque del Zaragoza y puso a Madrid en la peor situación posible. Hasta entonces el Madrid salía ganador en la comparación con el Zaragoza, otro equipo que se encuentra metido en una crisis de identidad. Nunca se pareció al conjunto festivo y eficaz de las dos últimas temporadas. Cualquier llegada de la delantera madridista al área del Zaragoza tenía un aire amenazante. En algunos casos, las oportunidades fue ron de máxima alarma para Juanmi, especialmente un mano a mano de Zamorano con el portero en el minuto 6. Pero Zamorano también está preso del síndrome de ansiedad que padece el equipo. Tiró contra el cuerpo de Juanmi. Desde ese instante, la dirección del partido fue madridista, a pesar de algunas carencias notables. Le faltó juego a Gómez y tampoco aparecieron Zamorano y Raúl. El caso de Raúl era preocupante de verdad, porque es ahora la piedra angular del equipo, por juego, carácter y gol.
El gol de Morientes precipitó los acontecimientos. El público se irritó con el equipo y con, algunos de sus objetivos predilectos. El principal perjudicado fue Rincón, que terminó por desintegrarse ante la ofensiva que le llegaba del graderío, Redondo, que también tiene la enemiga de un buen sector del madridismo, salió indemne. En las buenas y en las malas, fue el mejor del partido. Tuvo cotaje para sobreponerse al roto de la segunda parte y la decisión para arreglar las cosas cuando el resultado parecía irrecuperable. Eso sucedió al final del encuentro, en una jugada que tuvo calidad, determinación y fortuna a partes iguales. Fue el gol que cambié el rumbo del destino en el partido. Pero, antes de producirse, el tanto de Zamorano, había marcado Rambert y Chamartín era un manicomio. El público agitaba el nombre de Laudrup, contra Valdano y a la vez disparaba contra medio equipo. El juego era imposible en aquellas circunstancias. Todos se sentían, noqueados: los futbolistas, el entrenador y, por delegación, el presidente.
Por eso, la jugada de Redondo tuvo la virtud de rescatar al Madrid y meterle en la heroica. A golpe de corazón arrinconó al Zaragoza. El empate se hacía posible en cada pelota que caía en el área. El público abandonó sus quejas para asistir a un final de partido sin fútbol, pero trepidante. Y en medio del jaleo llegó un balón cruzado, el pase de Esnáider con la cábeza y la llegada de Amavisca por la izquierda, una jugada que confirmó la dejadez de la defensa del Zaragoza. Hasta ahí llegó el Madrid, al borde del imposible, en un partido que estuvo una vez más sujeto al capricho del destino y que deja desorientado al madridismo.
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