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FÚTBOL VIGÉSIMA JORNADA DE LIGA

Una siesta a destiempo

El Madrid tuvo grandes momentos, pero permitió la reacción del Mérida

Santiago Segurola

Una siesta a destiempo puso al Madrid al borde del abismo en Mérida. Todos los méritos de su juego` espléndido en el arranque del partido y poderoso en el tramo final, quedaron desvirtuados por las vacaciones que se tomó después de anotar dos goles. La actitud displicente del Madrid en el nudo central del encuentro animó la reacción del Mérida, que jugó con bravura, y velocidad. Su espíritu le llevó a las puertas de la victoria en un partido que tuvo el, color sepiá de las fotografías viejas: hubo barro bastante épica y la deteminación general para estar por encima de las adversidades que procuraba el estado del campo.El escenario obligó al fútbol de invierno. El fangal era notable, la clase de lodo pastoso que agarra las botas y retiene el balón de forma caprichosa. Por tanto, se anunció un partido de corte físico, con un gran despliegue para los jugadores. El ejercicio de voluntad de algunos futbolistas fue admirable. Rincón, por decir uno, se sobrepuso a las adversidades y consiguió en varias fases el imposible de sacar brillo a cada una de sus intervenciones. De su mano, el Madrid puso la proa al partido y dio la impresión de darse una tarde tranquila. Pero definitivamente el Madrid está abocado al sufrimiento: arruinó su ventaja y acabó metido en graves problemas, con un mal resultado y sujeto a cualquier andanada del Mérida en los contragolpes.

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Las dificultades del Madrid resultaron sorprendentes después de su brillante presentación en el encuentro. El primer tercio del partido fue un monólogo madridista, interpretado esencialmente, por Rincón y Redondo. El jugador colombiano parece rescatado de su decepcionante rendimiento en los primeros partidos del campeonato. Su interpretación del puesto de Volante de ataque fue espléndida: ayudó a tener el juego en la media, echó un par de capotes defensivos y llegó con facilidad y criterio al área del Mérida.

La buena pinta del Madrid en aquellos minutos se concretó en varias ocasiones y en dos goles elaborados por Rincón y Redondo, como era de ley en aquellas circunstancias. En el primero, Rincón rebasó a un defensor por el callejón del 10 y dejó la pelota en el segundo palo, donde apareció Gómez para empujar la pelota a la portería. Es el segundo del chico y uno de los pocos goles que ha conseguido esta temporada el Madrid con los centrocampistas exteriores. El gol de Redondo reunió todas las cualidades que se le suponen: recuperación de la pelota y habilidad en el regate.

No había lugar a las dudas: el, Madrid manejaba el encuentro y sólo quedaba por ver su interés por elevar la ventaja. Pero al, Madrid le entró sueño y se puso a dormir un poco. Se fue del partido en el sentido más literal. Cuando volvió, había recibido dos goles y se sentía seriamente amenazado por los contragolpes del Mérida.La defección madridista fue un acto de extraordinaria imprudencia, de equipo, sin instinto matador. El Mérida marcó pronto su primer gol, que provocó un efecto euforizante en las filas locales. Con un juego sencillo y vigoroso, el Mérida aprovechó especialmente la velocidad de Quique Martín para desestabilizar la defensa madridista, que no tuvo demasiada solvencia en este partido. Era más posible en ese trecho el segundo gol del Mérida que la reacción del Madrid. Por eso no sorprendió a nadie el tanto de Ángel Luis. Sin saberlo, el Madrid estaba, de rodillas y en grave peligro. Pero ahí comenzó otro partido.La última media hora fue vibrante. El Mérida se retiró rápidamente a su trinchera y . esperó la oportunidad del contragolpe, que llegó en dos ocasiones que pudieron tumbar al Madrid. La primera fue un remate al palo de Quique Martín y la segunda aún pareció más concluyente: el peInalti a Urbano. Pero Buyo, que había realizado dos acciones barraqueras en la primera parte, se rehábilitó y despejó el tiro de Reyes. El Madrid se rehízo con entereza y buen fútbol. Fue un regreso casi huracanado, con los dientes apretados y el deseo general de recuperar la victoria. La figura de Redondo adquirió ent9nces un carácter gigantesco. Se jugó la vida en cada pelota. Por coraje o por habilidad desbordó una y otra vez, aunque ahora no estaba acompañado por Rincón, que pagó severamente el desgaste físico. La contribución de Álvaro en la banda izquierda también resultó sobresaliente. Cada una de sus llegadas era un aviso de gol frente a Leal, que vio ocasiones de todos los colores en su portería. El gol era inminente, o eso parecía. Pero el partido llevaba escrito un corolario de tipo moral: el Madrid, que recordó sus mejores tiempos durante una hora del partido, se condenó a pagar. el precio de su displicencia, o del ataque de sueño. Quién sabe.

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