Navidad cubana entre dólares e ideología
El Gobierno de La Habana prohíbe los adornos navideños en hospitales, escuelas y centros estatales
La Navidad ha avivado la guerra sorda que sostienen en Cuba los dólares y la ideología. Las guirnaldas y los arbolitos de Navidad han sido los soldados de esta nueva batalla, que comenzó en noviembre, cuando las autoridades pusieron a la venta en la red de tiendas en dólares una amplia gama de adornos navideños. El resultado fue inesperado y demoledor. Los cubanos sucumbieron a la fiebre de la Navidad y arrasaron con bolas, turrones y cuanto adorno de brillo o espumillón encontraron en las tiendas.El furor llegó a tal extremo que, en algunas escuelas y en hospitales, los empleados recolectaron dinero para adornar sus instalaciones, renegando así de la mala fama que durante 30 años tuvieron estas celebraciones. Para frenar el ímpetu de esta incipiente Navidad socialista, en diciembre, el Comité Central del Partido Comunista prohibió los árboles y los adornos navideños en todas las dependencias del Estado, excepto en los hoteles y lugares de turismo.
La revolución de la guirnalda comenzó en las tiendas de dólares. Los cubanos ya se habían acostumbrado a ver a Papá Noel en la puerta del Floridita, si bien éste era un Santa Claus dual, con funciones de portero para los turistas y de policía para las jineteras. También en los vestíbulos de los hoteles y en muchos paladares habían proliferado los árboles de Navidad, y quizá por esta razón, cuando empezó la venta de artículos navideños en los establecimientos de turismo, mucha gente decidió no dejar pasar la oportunidad y celebrar también su propia fiesta en casa.En poco tiempo, los comercios vendieron decenas de miles de dólares en adornos. Sólo en un pequeño tenderete de la Marina Hemingway, la facturación diaria sobrepasó los 200 dólares (25.000 pesetas). En la Marina, como en toda la red de tiendas de dólares, la mayoría de los clientes eran cubanos."Yo, el arbolito y el belén lo tiré hace 30 años y ahora me he tenido que comprar otro", decía un jubilado a la puerta de una tienda. El hombre recordaba que, aun en los tiempos de mayor ortodoxia, algunas personas siguieron celebrando la Navidad, pero con mucha discreción. "Yo no, porque entonces si te veían con un arbolito casi te endilgaban el marbete de contrarrevolucionario, y ahí sí que estabas chivado". El Gobierno nunca prohibió adornar la casa en estas fechas, y tampoco ahora, pero este año la Navidad irrumpió con tanta contundencia que las fuerzas vivas del partido se pusieron en guardia. En una escuela del pueblo de Cojimar los maestros pidieron que cada alumno trajese de su casa una bola para el árbol. Lo mismo sucedió en hospitales, centros de trabajo y en algunas bodegas de La Habana Vieja, en las que las luces y las guirnaldas contrastaban con los estantes semivacíos. La reacción no se hizo esperar. A principios de mes, el partido prohibió poner árboles de Navidad en centros del Estado, y sólo autorizó a adornar hoteles, lugares turísticos y empresas mixtas. "Cada cubano, en su casa, puede poner el arbolito; pero no creemos que en estos momentos de crisis, cuando faltan medicinas y otras muchas cosas, esté bien que estemos celebrando con adornos de Navidad en hospitales y demás dependencias del Estado", dijo un alto dirigente estatal.
Sin embargo, la medida trajo cola. En varias tiendas se suspendió durante algunos días la venta de árboles y artículos navideños, y nunca se supo si esto fue una orden "de arriba" o un "error de interpretación" de los gerentes de dichos comercios. De la misma forma, una orientación todavía más surrealista llegó a los centros turísticos. Se podía poner árbol y Papá Noel, pero la exhibición de nacimientos quedaba totalmente prohibida.
El hotel Cohiba fue uno de los más perjudicados por esta medida genial. Allí, una escultora cubana ya había hecho algunas figuras del belén con, manteca pastelera. El 16 de diciembre, cuando el hotel celebró una lujosa cena de Navidad para 500 personas, en una esquina del salón estaba una gran figura de san José en la clandestinidad. Le habían pintado una chaqueta azul con estrellas de ídolo del rock y llevaba gorro de cocinero. y una cuchara en la mano, que quizá era el mejor símbolo de esa lucha sorda entre realidad e ideología que comenzó a librarse en Cuba hace dos años y medio, cuando el Gobierno legalizó la tenencia de dólares.
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