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El general Gutiérrez Mellado

En septiembre de 1976 todavía es incierto el futuro de España. Somos muchos los que recibimos con alegría esperanzada el discurso del Rey el día de su coronación. Pero nos ha sorprendido el nombramiento de Adolfo Suárez, ministro secretario general del Movimiento, como presidente del Gobierno. En aquel otoño de 1976 el ánimo de los que queremos que nuestro país se convierta en una democracia, qué aleje en este último tercio del siglo XX, de una vez por todas, su pasado de contiendas civiles, golpes militares y dictaduras, que se incorpore plenamente a los países libres y democráticos del mundo, y con ello entierre y aparte para siempre de nuestra vida colectiva la tragedia de la guerra civil, nuestro ánimo, repito, oscilaba entre el optimismo y el desaliento. Se produce entonces la dimisión del teniente general Santiago de Mendívil. Se ha de nombrar para sustituirle a otro militar. Algunos nombres que suenan significan un retroceso; otros, que se demora el proceso de cambio. Estoy con un amigo, en aquel momento, en Nueva York. Los dos estamos de acuerdo que si Adolfo Suárez es capaz de nombrar a Gutiérrez Mellado para ese puesto, el camino hacia la libertad y la democracia está asegurado. Y llega la noticia de su nombramiento. Mi amigo, Jaime Carvajal y yo nos abrazamos. Se está cumpliendo, ahora es seguro, lo que el Rey anunció en su mensaje de coronación y Adolfo Suárez en su primer discurso como presidente del Gobierno.Contra todos los temores, todas las inclinaciones adquiridas, contra los vientos del pasado y las lealtades a un ayer que ya no tenía futuro, pero sí fuerza y penetración en el mundo militar, Gutiérrez Mellado sirve sin desmayo ni vacilación al proyecto de reforma política que el Rey quiere y Adolfo Suárez, hábil y valiente, desarrolla desde la presidencia del Gobierno.

Hombre de visión moderna, mentalidad amplia y generosa, Gutiérrez Mellado crea, organiza, pone en marcha y dirige el primer Ministerio de Defensa de nuestra historia moderna. Conocedor profundo de los temas militares en el mundo moderno, la organización que concibe va desde los órganos que han de diseñar la política militar hasta los que han de proyectar la política industrial y económica de la defensa nacional. Y pone a las fuerzas armadas a las órdenes directas del presidente del Gobierno, es decir, del poder civil, aunque el Rey sea, como símbolo que ostenta la representación de la nación, el jefe supremo. Pero es el Gobierno y su presidente el que dirige, ordena y administra la defensa nacional y los ejércitos a los que se les encomienda.

Experto, quizá como ninguno en aquellos momentos, crea el Centró de Información de la Defensa, el CESID; y con él el primer servicio de inteligencia integrado, superador de las divisiones anteriores y capaz de llegar a ser lo que ha sido: uno de los mejores servicios de información de los países occidentales europeos. Al mismo tiempo, inicia e impulsa la reforma de las Fuerzas Armadas, sobre todo el Ejército de Tierra, con el objetivo de la total profesionalización y despolitización de sus componentes.

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Después de las elecciones del 79, cubre con su prestigio el nombramiento del primer ministro civil de la Defensa desde los tiempos de la Segunda República; y colabora con su consejo, experiencia y entusiasmo en todo lo que se le pide sin querer nunca figurar en un primer plano de atención o actualidad.

Los que le conocimos y compartimos con él las tareas del Gobierno sabemos de su honestidad integral, de su permanente serenidad y buen juicio y de su modestia. Era un hombre sin doblez; en él, la lealtad a sus principios, al presidente del Gobierno y al Rey fluía con la naturalidad de lo que forma parte de la propia naturaleza de uno. De nada presumía, de nada se jactaba; sólo su humanidad era más grande que su sencillez.Cuando empezaron las luchas internas de UCD y las maniobras de unos y otros a favor y en contra de Adolfo Suárez, un día, antes de iniciarse el Consejo de Ministros, sería a finales de octubre o primeros de noviembre de 1980, nos reunió a todos los ministros, ausente el presidente, en la sala del Consejo; y de una manera llana, justa y severa nos advirtió contra el peligro de divisiones, intrigas y ambiciones. Habló como un soldado, sin retórica; y como un hombre de bien.

Su apoyo incondicional a la reforma política, y con ella a la democracia y a la libertad, le atrajo la enemiga e incluso el odio de aquellos que hundían sus lealtades, convicciones, sus deseos de conservar un poder que se les escapaba o sus ambiciones en un pasado que ya no tenía futuro. Mucho le dolió al general, aunque nunca profiriera una palabra de reproche, la incomprensión o la animadversión que su compromiso militar y político le acarreaba; sobre todo la de sus compañeros.

La noche del 23 de febrero de 1981, al enfrentarse a Tejero y a los oficiales golpistas, su gesto, su figura solitaria y desarmada se convirtió para los españoles en un testimonio y símbolo del hombre que defiende los derechos y la libertad de sus conciudadanos. El general, cuando le recordaban o le alababan el valor que entonces demostró, siempre respondía que no había hecho otra cosa que aquello que le habían enseñado en la academia militar.

Después del golpe, y al salir del Gobierno, sufrió y le dolió lo que creyó olvido de su labor, de su obra, de su esfuerzo, de su mérito. Y es verdad que más de uno lo trató con el menosprecio peor: el del silencio o el del olvido. Y al general le dolía lo que creía un trato injusto o inexplicable ingratitud. En su sencilla, leal e inteligente rectitud no cabía la comprensión de la torcida dureza de la vida política, de cómo los que te suceden o te ven perder necesitan, en cierto modo, olvidarte y que te olviden. Se refugió en su mujer y en sus hijos y en sus amigos.

Pero no le olvidó el pueblo. Gentes que no lo conocían lo paraban por la calle, le expresaban su agradecimiento, su cariño, su admiración. Y aquel reconocimiento público general y anónimo le servía de consuelo y compensación. Hace ya tiempo que para todos, incluso viejos adversarios, el general se había convertido en el hombre y el militar a quien se respeta y se admira y se quiere sin reservas. Llegó para él el máximo honor, el de capitán general de los ejércitos.

Hoy el capitán general don Manuel Gutiérrez Mellado ha muerto rodeado del amor y del sentimiento de su pueblo, que no olvida lo que hizo por su libertad. Como nunca lo podremos olvidar ninguno de los que con él estuvimos en los difíciles, duros, ingratos y apasionantes momentos de nuestra reciente historia política. Paz y honor para el general Gutiérrez Mellado.

Alberto Oliart fue ministro de Defensa del 27 de febrero de 1981 hasta el 2 de diciembre de 1982.

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