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Tribuna
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'Smoke'

La americanada es un género cinematográfico que acaso haya evolucionado. En mi primera juventud, tenía algo que ver con las películas de acción, superficiales, de muy buena factura técnica y con actores de gran competencia. Con el paso del tiempo, sin embargo, y junto a la pervivencia de una serie de películas adscritas al género originario, la americanada se ha instalado con soltura admirable en películas de más alta pretensión. Tienen rasgos comunes: los personajes desfilan ante la cámara mascando siempre un trocito de blues -con él se mueven, deliciosamente ajenos al sentido de la historia que se cuenta, a su propio sentido como personajes-, hablan con puntos suspensivos, que no es una forma incómoda de disimular la ignorancia o la vacuidad, y cuando toca ahogan el bostezo que empieza a formarse en la sala con algún gesto inesperado de alguien, con una mirada fija, acaso bovina, que aspira a llegar hondo, muy hondo, al cerebro del espectador remoto. Este tipo de truquillos de género es lo que permite luego hablar de "fascinante naturaleza muerta casi invisible", "diálogos como una cortina de humo", de "película prodigiosamente escrita", frases todas que pertenecen a lo dicho sobre Smoke, esa ramplona historia de Paul Auster, filmada con astucia por Wayne Wang, y estupendamente interpretada por Harvey Keitel. En Smoke -la última, pero hay ya una larga tradición- los tópicos del melodrama -peor: del melodrama navideño- revientan todas las costuras de ambiente: que los trenes se doblen como un reptil por las periferias desconchadas, que los personajes gasten ojos de cristal o brazos de cuero, o que en Estados Unidos la libertad consista en ponerse a fumar como una chimenea borracha. Melodramas de humo, yo prefiero al de Auster los de Philip Morris: ¡Qué clase de política es ésta ... !..Son más duros y cínicos y van directo a la vena, sin trampa.

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