Y además
Y además, terremotos. Sólo nos faltaba eso en nuestro atribuladísimo país: que se nos empiecen a caer también las paredes, además de la fe en las instituciones y la confianza en los políticos. Siempre me ha fascinado la sabiduría metafórica de los cuerpos cuando crean o crían una enfermedad: hay gentes que sufren un derrame cerebral cuando las preocupaciones les rompen la cabeza un infarto cuando las penas les estrujan el corazón o una úlcera (que consiste en devorarte a ti mismo) cuando les reconcome la angustia. Pues bien, de igual modo, la Tierra, ese gran cuerpo, parece manifestar ahora la misma potencia metafórica y se ha puesto rugir por todo el país con un ataque de irritación telúrica. La vida pública se desploma y el suelo tiembla.Pero un seísmo es un corrimiento de tierras que termina consolidando un nuevo equilibrio. La tierra política española se está deslizando hacia otro ordenamiento y avanza un partido que no es el mío; es democrático, sin duda, pero conservador, y por lo tanto con un estilo de pensar y vivir que no corresponde a mi universo: no hay más que ver su actitud frente al sida, o el aborto, o la eutanasia. Ahora bien, prefiero que el suelo se corra, pero se detenga, a seguir viviendo en el destrozo trepidante de los últimos años. Lo peor no es que haya habido ladrones y asesinos en el entorno socialista: eso siempre puede pasar, somos humanos. Lo peor es que el PSOE como partido, como voluntad y como idea, no se haya enfrentado a ello, no haya rectificado, no lo haya asumido. Que 120 diputados votaran contra el suplicatorio de Barrionuevo, por ejemplo, es verdaderamente un terremoto una quiebra fatal de la vida pública, una fisura negra que tenemos abierta entre las piernas. Primero hay que cerrar el agujero y luego regresar andando, un paso detrás de otro, hacia la izquierda.
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