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Sí al divorcio en Irlanda por sólo 9.000 votos

Irlanda se decidió ayer, por un margen mínimo en torno a los 9.000 votos, a modificar la Constitución de 1937 y retirar la prohibición del divorcio. En una interminable jornada repleta de tensiones y de suspense hasta el último momento, la radio y la televisión irlandesas anunciaron a última hora de ayer el triunfo del sí. Los porcentajes manejados eran del 50,2% a favor del divorcio, frente al 49,8% en contra, de un total de 1,6 millones de votos. Un segundo recuento, ordenado por lo ajustado de los resultados, incluso dio un ligero aumento de los partidarios del sí. El primer ministro, John Bruton, calificó ayer el resultado de un "claro veredicto" de los ciudadanos a favor del divorcio.

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La votación revela una profunda fráctura entre las zonas urbanas y las rurales

Viene de la página primera El resultado del referéndum en torno al divorcio -el margen más estrecho de su historia electoral- demuestra la fractura enorme entre la Irlanda rural y la urbana, que se han nclinado en contra y a favor en la misma proporción. Dublín se ha demostrado una vez más como el bastión esencial de los modernizadores capaz de contrapesar e incluso superar el peso conservador y anti-divorcista de las zonas rurales. Refiriéndose a estas últimas, el primer ministro, John Bruton, prometió que su administración trabajaría con dedicación en favor de la familia e iniciaría una profunda reflexión sobre el porqué de un voto negativo tan abultado. En declaraciones a una emisora de la BBC, segundos después de conocerse los resultados, Bruton se reconoció como "muy aliviado" por el final del referéndum. No en vano había dejado claro en diversas intervenciones a lo largo de esta semana su compromiso personal con eI triunfo del sí en esta consulta que viene a homologar a Irlanda -siquiera de una forma tan ajustada- con el resto de los países europeos. Por su parte, los líderes de la campaña antidivorcio, William Binchy entre ellos, anunciaron que están estudiando acciones legales contra un resultado demasiado sospechosamente ajustado bajo su punto de vista. Desde que los primeros resultados prácticamente definitiYos de las circunscripciones rurales como GaIway y Waterford se hicieron públicos a primera hora de la tarde de ayer, quedó confirmado que el ganador en el referéndum iba a serlo por muy escaso margen. Ambas zonas arrojaron una victoria del no ligerísima, y un espectacular aumento del sí comparado con la consulta de 1986, ganada por amplia mayoría por los partidarios de bloquear la ley de divorcio.

Alta participación

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Con un porcentaje de participación del 64%, considerado como el más alto en los últimos 25 años, la incertidumbre de un resultado que empezó a perfilarse como muy ajustado a medida que se acercaba la fecha de la consulta, persiguió hasta el último momento a los activistas en las campañas del no y el sí. Ni siquiera los datos que adelantaba en la mañana de ayer el diario The Irish Times, datos que daban la victoria al divorcio, resultaban especialmente novedosos. Hasta tres ,días antes de la celebración del referéndum, todas las encuestas arrojaban un resultado similar. Claro que en esta ocasión, el diario dublinés se atrevía a aventurar el resultado con las respuestas de 1.250 ciudadanos de las 41 circunscripciones el mismo día de la consulta. Un 52% de los preguntados asegu ró que había votado ya sí o se disponía a hacerlo, mientras un 48% reveló haber marcado el no en las papeletas electorales. Irlanda tendrá ahora tiempo suficiente para meditar el alcance de este resultado que sitúa al país en las mismas coordenadas de la Europa comunitaria a la que pertenece. Por más que la campaña en contra de la ley de divorcio haya sido encabezada por personalidades laicas, caso del juez jubilado Rory O'Hanlon y del profesor de leyes William Binchy, lo cierto es que el referéndum ha constituido un pulso entre la Iglesia Católica y el Estado irlandés. El protagonismo de los líderes políticos en la campaña en pro del sí y las constantes alusiones a la necesidad de una separación de ambas instituciones no hacen sino reforzar esta impresión. Tanto la presidenta irlandesa, Mary Robinson, una intelectual liberal claramente partidaria de que el país enfile para siempre el camino de la modernidad, como el primer ministro, John Bruton, se han expresado en favor de un estado laico con mayor o menor claridad en los últimos tres días. Uno y otra saben que se enfrentan a un poder todavía muy sólido en Irlanda. Pese al descrédito de la jerarquía eclesiástica en un país sacudido por una inaudita sucesión de escándalos protagonizados por sacerdotes pedófilos y obispos con hijos secretos, el peso de la religión católica es abrumador. Una reciente encuesta revelaba que todavía el 80% de los irlandeses acuden a misa al menos una vez a la semana, mientras en otro país de tradición católica como la propia España, el porcentaje es inferior al 50%. La expresa intervención del Papa en el debate habla por sí sola. De hecho, ha sido la creciente presión de la Iglesia uno de los elementos esenciales en el cambio de actitud de parte del electorado.

Pausado recuento

Dublín, todo el mundo lo sabía, sería la clave del resultado. Con un 29% del electorado, la capital de Irlanda ya había demostrado su actitud en favor de la ley que autoriza a volver a casarse a los separados por algo más del 50%, cuando se celebró el primer referéndum en 1986. Así ha sido esta vez y de una forma más rotunda capaz de superar el peso del no, mayoritario en las áreas rurales. Lo más sorprendente de la jornada fue con todo la pausada marcha del recuento. En verificar el contenido de 1.600.000 votos, los delegados de mesas y demás responsables oficiales tardaron casi doce horas. Por alguna razón desconocida y relacionada con la idiosincracia nacional, los irlandeses se toman las consultas electorales con extraordinaria calma. Para empezar no existe la norma de que los trabajadores dispongan de tres o cuatro horas libres para acercarse a su colegio electoral a depositar su voto. El sistema es alargar la jornada electoral al máximo dejando abiertas las urnas hasta las 10 de la noche, y posponiendo el recuento de votos para el día siguiente. Con un resultado tan ajustado como se preveía, quizá tanto los defensores del divorcio como los que lo consideraban una terrible amenaza decidieron que era mejor darse un respíro de 24 horas de esperanza.

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