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Lady Di

Una vez desaparecidas las ideologías, es el tiempo de las pornografías. Con ideología, según explicaba el marxismo, se encubría la estructura de lo real, pero una vez que ese revestimiento ha ido deshaciéndose reaparecen las carnes desnudas. La nueva noticia bomba de la semana vuelve a ser una visión en cueros o un espectáculo de obscenidad, esta vez a cargo de una señora no sólo refinada y de clase alta, sino princesa, como Diana de Gales.La creciente proporción que tomaron antes los anuncios por palabras en la sección de masajes la van tomando ahora los escándalos personales en las páginas de internacional, en negocios o en primera. Una mañana el escándalo correspondiente se refiere a un asunto de corrupción económica, otras veces se refiere a un asunto de sexo. En ambos supuestos se despide un olor a carne en transición.

Una vez que los regímenes y las instituciones se han hecho muy parecidas en todas partes y, como consecuencia, menos atractivas, lo que interesa es el animal humano -se titule de derechas o de izquierdas- que la institución o el cargo lleva dentro, el tufo que despide el personaje y sus secretos.

La escena de los media está ocupada por esta clase de nutrición, la única capaz de seguir despertando el canibalismo regular de los lectores. A la alimentación espiritual que a veces se proponía en otro tiempo ha seguido esta clase de provisión sabrosa; a los humos intelectuales unidos a la sustancia gris sigue simplemente la barbacoa. Los periódicos, la televisión, las radios, se han hecho más sensacionalistas a medida que han ido tratando más con los sentidos y menos con la inteligencia, menos con los análisis y más con la calidez de la emoción. No hay actualmente un diario, por cerebral que se proponga ser, que rehuya ofrecer las declaraciones amorosas de Lady Di, sus problemas del puerperio, de bulimia o de adulterio en un buen lugar. La noticia posee todos los ingredientes de la comunicación moderna. Permite entender las cosas en directo y por el atajo de la emoción, habla del problema no en categorías de Estado, sino en clave de estados de ánimo; refleja las cuestiones no como tramas ideológicas, sino como fenómenos psicológicos.

Lo importante no será la corona, sino el corazón; no será el Parlamento, sino la conversación; no son las mesas, sino las alcobas. ¿Qué otro componente se podría pedir en el caso de la entrevista que transmitió la BBC? Que el testigo fuera mujer y, para redondearlo, que fuera importante. De esta manera, el strip-tease podía ser perfecto, y la pornografía, de lujo. Las televisiones pagan millones de dólares por la transmisión y los espectadores se cuentan por centenares de millones en el planeta.

El suceso es máximo; la audiencia, explosiva. Pero lo más llamativo del suceso es que, por extraordinario o consternador que parezca, al igual que otros, no sucede apenas nada a continuación. Acabada la idea de revolución se acaban la consecuencia de los hechos parapolíticos; desaparecido el militante, sólo queda el público. Y el público cumple como público: asiste a la representación, padece o disfruta, aplaude, se emociona y abandona tras de sí el teatro. El mundo entero es un ejemplo del abundante número de escándalos, nacionales o internacionales, que se están consumiendo a la velocidad de la luz y de qué modo débil afectan a la marcha de las cosas. La realidad -si todavía existe eso- discurre sobre un plano y la escena por otro. Las declaraciones de Lady Di son tan importantes que -en realidad- no importan absolutamente nada. O, mejor, son tan obscenas que no traspasan el lugar de la propia escena.

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