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CONFERENCIA EUROMEDITERRÁNEA

Los nuevos europeos

Casi 13 millones de inmigrantes viven en los países de la Unión Europea.

¿Está siendo Europa invadida por hordas de africanos y ciudadanos de la Europa del Este a la búsqueda de un pedazo de nuestro pastel de riqueza? ¿Son el paro o la delincuencia una consecuencia de esta supuesta invasión? ¿Está en peligro la identidad cultural europea, la supremacía de la raza blanca? ¿Están en juego nuestras pensiones y nuestro bienestar? En fin, ¿hay demasiados extranjeros?Europa se divide cada vez más entre quienes responden, sí o no a estos interrogantes. Muchos de los primeros acaban confundiéndose entre los votantes de Le Pen (Francia), los neonazis que queman casas de turcos en Alemania o en Austria, los skins que disfrutan amedrentando paquistaníes en Inglaterra o los mozos que quieren limpiar España de moros garrote en mano. Los que responden no suelen llenarse de reproches cuando naufraga una palera en Gibraltar, advierten que el paro es un problema crónico que va mucho más allá de la inmigración y defienden el derecho de la humanidad a progresar sin fronteras.

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En el territorio de la Unión Europea viven legalmente 11,2 millones de ciudadanos no comunitarios. Entre un millón y un millón y medio más se han instalado de forma ilegal y precaria. Aquí viven casi tres millones de africanos, de los que más de un millón son, marroquíes y 650.000 argelinos, sin contar a los que ya han obtenido la nacionalidad local. Viven casi dos millones de asiáticos, más de 2,5 millones de turcos, un millón de europeos del Este. Pero en realidad los extranjeros sólo suponen el 3,15%, de la población europea. Y han estado siempre aquí.

Pero sólo la mitad de todos ellos tienen derecho a trabajar. El resto son cónyuges o hijos menores, que pudieron llegar a Europa cuando el padre ya había puesto aquí los pies, en los felices sesenta, antes de la crisis del petróleo. Hasta entonces fueron considerados necesarios. Incluso los ilegales, que se convertían en mano de obra barata y dócil. A medida que ha pasado el tiempo se han ido integrando en su nueva cultura. ¿Sabe Le Pen que el 83% de los musulmanes que viven en Europa no van nunca a la mezquita? ¿O que su natalidad cae a la media europea en una generación? ¿Sabe quiza que en Francia había 100.000 trabajadores extranjeros más en 1983 que en 1992? ¿O que entonces, trabajaban el 49,3% de los extranjeros y en 1,992 sólo lo hacían el 45,9%?

La presión migratoria ha aumentado desde finales de los ochenta, principalmente desde el Este de Europa. La caída del telón de acero ha abierto perspectivas á la economía europea, pero ha sido también un factor de desestabilización política y social. Hoy hay algo más de un millón de ciudadanos del Este afincados en el Oeste, pero, a pesar de las elevadas tasas de paro generadas por el tránsito al capitalismo, esta emigración parece más un fenómeno provisional que definitivo. En parte porque la pirámide poblacional es muy semejante en las dos partes de Europa: la población está avejentada. Y en parte porque las economías del Este han acumulado gran cantidad de mano de obra en la industria y la agricultura: a medida que se desarrollen aquellas economías se irá transfiriendo trabajo hacía un sector de servicios que en la actualidad apenas existe.

Las perspectivas son menos halagüeñas en la ribera sur del Mediterráneo. Mientras Europa envejece, en los países del Magreb (Marruecos, Argelia, Túnez y Libia) y del Mashrak (Egipto, Líbano, Siria, Palestina y Jordania), la mitad de la población tiene menos de 15 años y la pobreza y el desempleo de hoy pueden ser una caricatura del futuro inmediato. "El contraste demográfico tiene una gran importancia, no sólo por razones de proximidad geográfica, sino por la crisis generalizada de la ribera sur: un déficit alimentario preocupante (una de cada dos calorías es importada), una industrialización renqueante, un endeudamiento creciente, una excesiva integración vertical, una urbanización salvaje, la incapacidad de los regímenes para abrirse a la sociedad civil, el aumento del comercio de las drogas y una crisis de conducta cultural que resulta en un alza del integrismo religioso y la aparición de reflejos antioccidentales", sostiene el profesor Bichara Jader, del Centro de Estudios e Investigaciones sobre el Mundo Árabe Contemporáneo de la Unión Católica de Lovaina (Bélgica).

"En un contexto semejante, no existe ningún control de policía, ningún cordón sanitario, que pueda contener los nuevos flujos migratorios en el Mediterráneo. Si no se alcanza un desarrollo económico en la ribera sur que disuada a los emigrantes en potencia, que los retenga en sus países, que les quite las ganas de marchar, de huir, vamos a asistir en las próximas décadas a una intensificación de los movimientos migratorios internos y de los flujos migratorios hacia el exterior", advierte Jader.

Presión desde el sur

Si los emigrantes del Este tienen tendencia a instalarse en Centroeuropa, por razones geográficas, lingüísticas y culturales, para los emigrantes del sur sólo queda como destino la Europa mediterránea. No es sorprendente que fueran España y Francia quienes impulsaran con mayor decisión el acuerdo de asociación Marruecos UE. Solo el crecimiento económico dejos países del Magreb puede retener allí a su joven población. Sólo si consiguen explotar ellos mismos sus ricos caladeros, exportar sus frutas y hortalizas y captar inversión, podrá Europa tener legitimidad para no admitirles masivamente en su territorio.Es una posición que no siempre se entiende bien, ni siquiera desde la izquierda. El coordinador general de Izquierda Unida, Julio Anguita, en una reciente visita a Estrasburgo, criticó al Gobierno español por ceder ante Marruecos en la negociación del acuerdo de pesca y por abrir las puertas de la agricultura marroquí. Pero tuvo también críticas para los empresa ríos españoles que invierten en Marruecos, "aprovechando el dumping social". Anguita no aclaró su postura sobre la inmigración, quizá sabiendo que en el fondo siempre está en juego lo mismo cuando se defiende el proteccionismo comercial: el mantenimiento de los puestos de trabajo propios sin pensar en los ajenos.

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