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Hace ahora cien años

El curso de la historia va acumulando cada año el poso de un número creciente de acontecimientos importantes -su importancia la decidiría el porvenir- que sucedieron en igual fecha de siglos anteriores. Su cuantía es tanta que solemos olvidar el perfil de algunos, como es el caso de determinados sucesos de 1895, hace ahora cien años. Recuperemos su memoria para no ser injustos con un pasado tan cercano. Otros sucesos que pudieron tener consecuencias y que el azar los dejó en la cuneta -promesas, intentos, gente valiosa que se malogró- pertenecen más bien a la novela o a ese género que inventó Gómez de la Serna, la "superhistoria", esto es, lo que pudo suceder pero no sucedió pero debió suceder.Las esperanzas que había despertado, en Madrid y en La Habana, la Paz del Zanjón, firmada en 1878 por el general Martínez Campos y los rebeldes cubanos (representados por Juan Bautista Spottorno, el último presidente de la República de Cuba en Armas, y del que he hablado en otro lugar) se esfumaron el 25 de febrero de 1895 al retumbar en Baire -una pequeña ciudad próxima a Santiago de Cuba- el grito revolucionario. José Martí, cuyas conferencias y artículos le habían dado gran renombre -y que debería haber sido el hombre de la transición pacífica si le hubieran entendido en Madrid-, estaba detrás de la insurrección. Con ingenuo optimismo creía que "la guerra cubana ha estallado en América a tiempo de prevenir la anexión de Cuba a Estados Unidos", porque "siempre ha habido cubanos cautos, lo bastante orgullosos para abominar de la dominación española, pero lo bastante tímidos para no exponer su bienestar en combatirla... que favorecen aquella anexión...". Comenzaba así la segunda guerra de la independencia que habría de acabar en la nueva dependencia de Cuba de los Estados Unidos de América. El Gobierno que constituyó Cánovas el 23 de marzo decidió volver a enviar a Martínez Campos, pero esta vez el general no estaba en forma y fracasaría.

En ese mismo año estuvo adscrito a la plana mayor del general Valdés, que mandaba una división, un joven periodista llamado Winston Churchill. "Allí había guerra -escribiría luego en sus Memorias- y por eso fue hacia Cuba adonde volví mis ojos". Descubriría también la siesta, esa buena costumbre de las tierras calientes.

1895 es el año fasto del diario El Imparcial. Ha conseguido la mayor tirada -140.000 ejemplares- en la historia de la prensa española. Pero el propio director, don Rafael Gasset, que viene reclamando insistentemente más barcos para nuestra envejecida Armada (que acaba de perder en un naufragio sin supervivientes al Reina Regente, su más moderna unidad), considera muy grave la insurrección cubana, y se va allí para informar sobre el terreno, como un simple reportero. Siete días antes de su partida, el 13 de septiembre, redactan los rebeldes en Jimaguay la carta, magna de la Cuba independiente, en la que, por vez primera, se "declara solemnemente la separación de Cuba de la Monarquía española" .

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Miguel de Unamuno, un joven bilbaíno que había ganado poco tiempo antes la cátedra de Griego de la universidad salmantina, publica en 1895 su primer libro, En torno al casticismo, donde busca la regeneración de España desde ella misma. Es ya algo conocido por sus artículos de "Los Lunes de El Imparcial", que dirige José Ortega Munilla, pero aún no ha desplegado sus dotes de poeta, de dramaturgo y de novelista. En este último género siguen triunfando los mayores: la Pardo-Bazán, Clarín, Galdós, el cual en ese año trabaja como un loco y escribe -se van imprimiendo los pliegos conforme devuelve las galeradas-. un tomo de su Torquemada, en mayo Nazarín y en septiembre Halma; pero se asoma también al teatro, y el 28 de diciembre estrena en el Español su drama Voluntad... con división de opiniones.

Pero Unamuno no está solo: Ganivet, Benavente, Arniches, Valle-Inclán, Baroja -y el gran Rubén Darío- son de su misma generación, una generación que iba a denominarse, después del "desastre", la generación del 98. "Fueron -a juicio de José Blanco Amor- iracundos, pero no demagogos. Nunca tuvieron la pretensión de galvanizar a grandes sectores de la opinión pública para volcarlos al servicio de una causa revolucionaria. Supieron llegar a todos sin dirigirse a nadie". Valle-Inclán, justamente, ha llegado ese año a Madrid, bohemio, estrafalario y pendenciero. Gómez de la Serna lo imagina paseando "con sombrero de copa alta, puntiaguda barba negra, larga melena que daba una vuelta hacia atrás sobre el cuello de terciopelo, del macferland, y usaba quevedos atados con una larga cinta negra... Era la mejor máscara a pie que cruzaba la calle de Alcalá". Aunque había publicado el año anterior Femeninas, seis relatos amorosos, todavía no había compuesto sus Sonatas ni dado su estupenda vuelta al Ruedo ibérico, que harían de él una de las cimas de la literatura castellana. Pío Baroja, el más joven de la generación, aún no ha publicado ninguna novela: nadie sabía entonces que este hombre tranquilo iba a ser nuestro máximo narrador de aventureros vagabundos y hombres de acción.

Un año éste de grandes promesas intelectuales, porque también un catalán, Joan Maragall, publica su primer libro, Poesies, que se inicia con su famosa Oda infinita. Sería Maragall el que abriría la cultura catalana a Europa sacándola de la patriarcal Reinaixença. Hombre de la costa mediterránea, que siente a la vez la tierra y el mar, nos daría años después a los castellanos aquella hermosa Voz ( Veu): "Sola, sola entre los campos, / tierra adentro, ancha es Castilla. / Y está triste, que sola ella / no ve los mares lejanos. / ¡Habladle del mar, hermanos!" (según la bella traducción de María Parés).

Fuera están Eça de Queiroz, Kipling y el tremendo Zola, que asiste asombrado a la injusta condena del capitán Dreyfus. Están Maeterlinck, Melville -ese año publica La locura de AlmaYer-, el polaco Sienkiewicz, que lanza a los pocos meses Quo vadis, que sería el primer best-seller contemporáneo. Oscar Wilde estrena en Londres con gran éxito La importancia de llamarse Ernesto, y Wells -moderno, elegante- pone en marcha su Máquina de explorar el tiempo. Freud, un médico vienés que está armando gran revuelo, da ese año sus Estudios sobre la histeria. Y por entonces se habla mucho de D'Annunzio, de Pirandello, del poeta inglés Yeats, y en círculos más restringidos, de Husserl, de Bergson y de Poincaré, el gran matemático del momento.

En música, miembros de esa misma generación eran Ricardo Strauss, que aquel año estrena Las aventuras de Til Eulenspiegel, un poema sinfónico sobre un popular personaje de la literatura, alemana; Arturo Toscanini, que sería la batuta del siglo, y Debussy, que acababa de tener su primer éxito público con la audición de L'aprés midi d'un faune. En España, a Enrique Granados no se le hace mucho caso fuera de su Cataluña natal; sin embargo, sería uno de los compositores contemporáneos más creadores.

Si a esto unimos los descubrimientos científicos, deberíamos revisar el mal concepto en que se suele tener al siglo XIX. Bien es verdad que lo que se empezaba a pensar en 1895 eran ya "ideas del siglo XX". El físico alemán Roentgen, trabajando con los rayos, catódicos, descubría una radiación desconocida que, por ignorar su naturaleza, la denominó Rayos X. Era el 5 de noviembre de 1895. Por su lado, el físico irlandés Fitzgerald, al establecer una relación entre la velocidad del movímiento y la velocidad de la luz, y postular que ésta era la mayor posible, iba a ser un precursor de Einstein. También conviene recordar que el 23 de enero de aquel año, Kristenson, al mando de un ballenero noruego, era el primer hombre que pisaba los hielos de la Antártida.

¿Y la política? Europa domina aún la faz de la tierra y no se ha suicidado todavía con la guerra del 14. Es año de aperturas de canales marítimos: los alemanes abren en el mes de junio el canal de Kiel para poder pasar su flota sin problemas del mar Báltico al mar del Norte. Los británicos, señores de, los mares, no se alteran demasiado, preocupados como están con los bóers. Y en el mes de agosto, los griegos abren el canal de Corinto para que los barcos, no tengan que dar la legendaria vuelta al Peloponeso.

Y en diversiones, el gran ilusionista húngaro Houdini, rey de la evasión, demuestra que no hay celdas, cadenas o cuartos cerrados con siete llaves que se le resistan. Madrid goza de sí mismo con el género chico, que ha alcanzado su gloria el año anterior con La verbena de la Paloma, del maestro Bretón. Algunos trasnochadores, después de asistir a la cuarta de Apolo se dan una vuelta por la redacción de El Imparcial, que es uno de los espectáculos más celebrados de la noche madrileña.

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