Lafontaine
Las buenas noticias son posibles. Y lo ha sido el retorno de Oskar Lafontaine al frente de la socialdemocracia alemana, aprovechándose de un largo instante histórico de indeterminación del socialismo alemán y universal, un instante que va desde la caída del muro de Berlín al infinito. La socialdemocracia es, en potencia, la fuerza mayoritaria de la izquierda organizable a escala mundial, y en la práctica apenas si llega a sombra de sí misma, entre la tentación de ir a la zaga del neoliberalismo y el miedo a dejar de ser la socialdemocracia de la guerra fría. Lafontaine era de los mejor dotados a la hora de ofrecer un nuevo discurso para una izquierda posible y europea, condición sine qua non para que la izquierda tenga algo que decir y hacer en un universo de capitalismos multinacionales con un cierto gusto por comportarse como el mal salvaje. Un capitalismo con clara conciencia de impunidad, defendido por la cultura de la desfachatez y el culto a la inevitabilidad del presente, la irreversible imperfección del futuro y la inutilidad del pasado. Aunque sólo sea como referente de una izquierda que no quiere pedir perdón ni por haber nacido ni por haber soñado, Lafontaine será un revulsivo en la Europa, en el planeta de los simios.
La victoria de Lafontaine es la mejor noticia política recibida por los seres humanos desde el fin del apartheid. Comprendo que los simíos no estén de acuerdo y se hayan apresurado a censar las dificultades que va a tener el líder socialista para seguir siendo líder y socialista. Pero de vez en cuando izquierdas y derechas han de recuperar su propio discurso, y en la Europa de los pragmatismos absolutos, el único discurso que se oía era el de las derechas y sus profetas de la anarquía pasteurizada y al servicio del más fuerte. Lafontaine llega cargado de virus ideológico. ¡Viva el contagio!
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