El pulpo de Betanzos
No es el engolado portero que hace guardia en el claustro de Oxford, ni tiene el porte nobiliario de un ujier de cámara, ni está revestido de aquella solemnidad funeraria que hacía de Iríbar un ángel de luto; él sólo está programado para detener objetos, redondos, así que, encadenado a su doble destino de testigo y actor, hace su trabajo con la tozudez de un perro pachón. Mientras los técnicos revisan la figura inmóvil del portero, Paco Buyo reivindica la imagen del hombre araña. Al contrario que sus colegas modernistas, él se siente seguro bajo. el falso tejadillo de cuerda; por eso se clava sobre la línea de gol, observa la vida en la distancia, y espera la ocasión de volar hasta el palo.Es precisamente su inclinación a vivir bajo el larguero la cualidad que le vale el máximo reproche de su detractores. El argumento que utilizan es elemental: el portero que no interviene en el juego de área se arriesga a ser fusilado; por ello le piden que interprete la jugada, que descubra las líneas de aprovisionamiento, y que intervenga con la máxima diligencia para interceptar los pases, en vez de esperar a que alguien le haga un disparo a quemarropa. La recomendación que le hacen los más atrabiliarios siempre es la misma: "No trate de resolver el problema final; limítese a evitarlo. Haga usted lo que Alejandro Magno en el famoso incidente de Gordion; en lugar de empeñarse en desatar el nudo de la jugada cavilando sobre la raya, salga y córtelo".
Frente a ellos, otros piensan que la casa del portero es la portería y que allí debe quedarse a la espera de la llegada de intrusos. Acierten o se equivoquen, es un hecho que, cuando decide dar el paso adelante, Paco es un maestro del uno contra uno: gana unos metros, se acuclilla frente al delantero que ha conseguido romper las líneas y, llámese Lubo Penev o Hristo Stoichkov, nueve veces de cada diez, se le come el amago y atrapa la pelota.
También es cierto que este hombre decidido a morir con el, estilo puesto ha convertido el viejo sueño de volar en una costumbre. Siempre hipertenso, y siempre atento a medir velocidades, ángulos y distancias, ha logrado recrear uno de los más acreditados ingenios bélicos de fin de siglo: el misil antimisil. Es un Patriot de carne y hueso.
Parece asombroso que, en veinte años de profesión, nadie haya decidido llamarle El pulpo de Betanzos.
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