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Pirulo abandona la democracia del cromo

Luis Ortega se despide de los niños en el parque del Retiro tras una vida entre las postalillas

La única borrachera que su padre agarró en toda su vida le valió el apodo. "Vaya pirula la de ayer de tu padre", le pinchaba un vecino a un niño llamado Luis Ortega. Y el cabreo del chiquillo le convirtió en Pirulo para todos los que le han comprado cromos y chucherías en su puesto de la puerta de América del parque del Retiro o, después, en la tienda de su cuñado, en la calle de Ibiza. Cincuenta años de cromos: los de Nestlé antes de la guerra; después, el "histerismo" -dice él- por la colección Vida y color, a 30 céntimos el sobre; los de Marisol en los años sesenta, los de fútbol, ahora a 30 pesetas... "No he ido ni a bodas ni a bautizos ni he hecho viajes para no perder un día porque la ilusión de los cromos ha sido toda una vida", dice. Ahora el cromo está de capa caída; "quitado el fútbol, eso sí. Han fracasado las colecciones culturales, que a mí me da mucha pena". Pirulo lleva siete años retirado del negocio (sólo se dedicaba a cambiar cromos los domingos por afición). Y cumple 72 navidades en el planeta dentro de pocos días.

"Mi hermana está enferma; tiene arritmias, por eso llevo teléfono móvil", se disculpa. Hoy será su último domingo de noles y siles -"nole" [tengo], "síle" [tengo]- en el parque del Retiro. "Los domingos en el Retiro son la democracia del cromo. Las familias se conocen y se hacen amigas. Es muy bonito".

Para despedirse repartirá 50.000 cromos en paquetes de 500 a 100 niños afortunados. "Ya he repartido vales; para que al menos haya 100 niños felices". Cromos de ahora; las colecciones antiguas y más valiosas las ha ido regalando. Pero seguirá acercándose a diario, desde su casa (en la UVA de Hortaleza) al club de amigos del Retiro. "Yo lo que no hago es meterme en un club de tercera edad, aunque no tengo nada en contra% sonríe.

Por el sobrenombre de Pirulo le conocieron también, durante tres años de la larga posguerra, en su página semanal en el diario Pueblo, en la que demostraba que el hambre seguía tragándose tuberculosos en el Madrid de los años cincuenta pese a lo que dijeran las autoridades franquistas. Aquel hambre de pan que Pirulo trataba de matizar con cocidos gratis para los niños de las cuevas y chabolas de la "corona de espinas" que tenía aquel Madrid. "En eso no hemos prosperado", se duele.

Un hambre que Pirulo no soportó escuchar envuelta en el sollozo de cinco chiquillos de la calle de Ibiza cuya madre desesperada le había pedido socorro. Un gerifalte del régimen se había atrevido esa Nochebuena a negar en una radio que en Madrid había niños famélicos. Pirulo le plantó a aquellas cinco criaturas en el despacho. "Aquí se los dejo".

Luego, la madre le comentó que habían separado a sus hijos. Una desgracia. "Me gustaría saber de ellos. Y que sepan que su madre jamás les abandonó en el sentido de que se deshiciera de ellos por nada: es que se morían de hambre", enfatiza Pirulo.

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Son miles los episodios que Pirulo cuenta imparable y lúcido. Aquella vez que rescató a una niña atropellada por un autobús y que ya daban por muerta; aquella mujer, paralítica, que le pidió que le llevase a la actriz Marisol a los pies de su cama...

Casi todas sus peripecias giran alrededor de la infancia. Que son dos: la niñez de "antes y la de después de la televisión". "Dos mundos distintos". No se ha casado ni ha tenido hijos propios. "Es muy difícil ser feliz, pero yo por lo menos casi lo cojo con la mano".

Sus historias traslucen una valentía impresionante en unos anos muy duros para un hombre de izquierdas que sobrevivió negándose a vestir camisa azul, siendo intendente de campamentos de la Falange.

Un arrojo tal que le permite confesar sin paradoja su propio miedo, el mismo que paraliza a todo humano en algún momento. Por ejemplo, le asusta juzgar. "Me ha tocado lo de los jurados. Pero yo he renunciado por tener más de 65 años. Me da mucha pena la gente que dice motivos tontos". Y reconoce: "Mi realidad: ha sido el miedo. Lo pensé, toda la noche cuando recibí la carta". Pirulo teme represalias de amigos o familiares de los reos contra los" miembros del jurado.

"Nadie dice la verdad. Si a mí me dicen en la Constitución que puedo ser elegido para un jurado, no la voto. Claro que está recogido ahí, pero lo que no está recogido es el miedo".

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