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Dehesa de la Villa

Digan lo que digan mis biógrafos, yo nací en la madrileña calle de Francos Rodríguez, al final, prácticamente en la Dehesa de la Villa, un espacio verde al que los británicos, tan meticulosos, definirían cual common y no park. Porque se trata de un trozo de campo de verdad, una auténtica dehesa que se quedó atrapada en la ciudad. No tiene, empero, ni vallas ni puertas, ni caminos o jardines municipales. Habida cuenta de la sobretasa de asfalto y dióxido de carbono que sufrimos los urbanitas, la Dehesa es, en realidad, mucho más. qué un parque: un milagro. La amo desde mi más remota niñez, la frecuento; jamás la he olvidado, ni mucho menos traicionado. Allí contemplo año tras año el paso de las estaciones, desde la eclosión de los almendros del Mirador en lo más crudo del invierno al estallido sobre el césped, allá por marzo, de las primeras flores silvestres de la primavera, amarillas, toscas e incluso un poco deformes en sus prisas por nacer. En junio, los jarales se vuélven arrope y miel y nos envuelven en fragancias: es época verbenera, y sus blancas flores evocan farolillos, cadenetas, adornos del solsticio. En otoño, majuelos y zarzamoras, ofrecen al paseante sus humildes frutos los frutos de la tierra. Y uno lleva allí a sus hijos para que tampoco se olviden de la tierra, para que también ellos asuman su condición de vástagos. Les ayudamos a descubrir su primera urraca, tan gordota y tan obvia, y luego aprenderán a contemplar, con sigilo, respetó paciencia al verderillo o el verderón, la pajarita de las nieves o el carbonero. A la Dehesa va cada cual a lo suyo, sea cual fuere lo suyo, con voluntad libérrima de expresar el propio ego, aquel "¡yo sé quien soy!" quijotesco, unamuniano.Caminar, tomar él, sol, relajarse, respirar aire serrano, aunque sea un poco capitidisminuido, contemplar la sierra de verdad, o los perfiles de la Universitaria, corretear entre los pinos, qué sé yo. Más de media vida de la Dehesa se cuece en y alrededor del Cerro de los Locos, atalaya y terroso solárium. Algunos practicamos un jogging más o menos heroico (casi siempre menos) por la pista del deteriorado circuito deportivo que con tanta pompa inaugurase, no ha tantos años, el "viejo profesor". Otros hacen sus abluciones -invierno o verano, da igual- en la ducha y fuente al aire libre financiadas y construidas por ellos mismos o cultivan su minivivero de arbolitos, sus malvas reales o incluso su huertecillo. Hay quien practica el fútbol, arriba en la explanada, o sigue jugando al frontón desde hace cincuenta años o así, sobre los muros de la vieja torreta de la luz. Hay una facción plácida que echa partidas de naipes dentro de la casamata truncada, abajo. Gorras, pellizas o pasamontañas en los meses crudos, viserillas blancas de madrileño jubilado en Ios cálidos. Sombrillas, y toda la pesca. Son, somos, buenas gentes, trabajadoras, mayoritariamente de extracción proletaria, la sal de la Tierra, la antítesis de yuppies y trepas, de dementes del teléfono móvil, de nuevos ricos y famosos.

Claro que también aquí hay protagonistas, como mi amigo Paco, el peluquero. Tiene 78 años, acude al Cerro de los Locos todos los domingos, tempranito, se hace su tabla de gimnasia de una o dos horas, según la inspiración, y luego se pone a cortar el pelo a quienes solicitan sus servicios, al sol en invierno, bajo un fresno en verano. Paco ha sido operado dos veces del corazón, tiene una prótesis de cadera y cojea, sigue fiel a su vocación de naturista, de deportista. Por cierto; ¡qué obtusa es la sociedad constituida! Llamar "locos" a estos cuerdos, cuerdísimos, a estos pioneros de la vida sana.

Paco, con el torso lleno de costurones siempre al aire, trasquila que te trasquila, desgrana sus vivencias, es un libro abierto. Los años treinta. Él acudía al Cerro a entrenar para boxeador (Ilegó a campeón de los pesos, ligeros). Iban a lo mismo, en lo suyo, los saltimbanquis, los maletillas y el señor embajador del Japón, con su Packard rutilante y su chófer de librea. En el ambiente comenzó a mascarse la guerra, que llegó al fin, inexorable y cruel. El Cerro quedó solo, yermo,vacío. A Paco le movilizaron para el Ejército "rojo", llegó a sargento de Intendencia, le volvieron a movilizar luego los "nacionales", en batallones de castigo, para otros cuatro meses de mili punitiva...

Ésta es la Dehesa bucólica, entrañable, evocadora, para madrileños de buena voluntad, de toda la vida. Empequeñecida, aún placentera, ahora nos la quieren destrozar definitivamente con una estólida autopista, autovía, no sé qué, al parecer a todas luces innecesaria. Impidámoslo. Defendamos nuestra bendita Dehesa de la Villa.

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