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Menos broma con la "corrección política".

Desde Hegel y Heidegger se corrió la voz y hoy todos los intelectuales europeos lo sabemos: Estados Unidos es algo a la vez gigantesco e incipiente, hinchado e infantiloide. Por esto miramos lo norteamericano con la misma actitud, entre condescendiente y envidiosa, que tienen los adultos con los adolescentes. De lo que allí ocurre, nosotros estamos siempre de vuelta: son fenómenos que aquí ya han pasado o que, por si las moscas, decimos como un solo Jack Lang que "no pasarán". No pasarán los telepredicadores, el racismo, la caza de brujas, las convenciones políticas con sombreritos y demás efectos especiales made in USA. El último, o penúltimo, de estos fenómenos o efectos es el de la corrección política: "Esa etiqueta tan genuinamente americana", según la define Vicente Verdú en un excelente artículo, "con la que pretenden sustituir las reformas por un lenguaje eufemístico y reformador". O sea que,. como siempre en Estados Unidos, la cosa va de glamurización.Yo creo, sin embargo, que es más y menos que eso. Más, porque responde a una moderna percepción y comprensión de los fenómenos sociales que Estados Unidos vive directamente a la intemperie, y nosotros a su abrigo. Menos, porque con la expresión "corrección política", los norteamericanos no han hecho sino bautizar y hacer explícito algo que en Europa veníamos practicando tiempo ha. Durante muchos años, por ejemplo, el único lenguaje "políticamente correcto" entre los intelectuales europeos era el de la transgresión o la revolución, y autores como Camus o Aron han tenido que esperar más de treinta años para acabar de ser reconocidos y aceptados por ellos..¿Y acaso no es aún políticamente correcto ironizar sobre' los lobbies americanos o escandalizarse de. que allí se pague con una embajada a quien ha financiado la campaña del presidente? (Aquí, ya se sabe, era más correcto usar los partidos para crear lobbies o financiar las campañas creando sociedades para delinquir). Como lo. correcto ha sido aquí que cada Estado se empecinara en responder a la crisis yugoslava según su memoria imperial y sus propios problemas internos (de ahí que para franceses y castellanos los serbios fueran en principio los buenos, para los alemanes fueran los croatas, etcétera) y en esta discusión sobre si son galgos o podencos dejaran a los norteamericanos la tarea de proteger a los mecedonios o de diseñar un plan para Bosnia mínimamente viable. Así, tan correcto como fue en su día manifestarse contra el intervencionismo americano en Vietnam, ha sido ahora dejar que ellos nos saquen las castafias del fuego en nuestro propio backyard.

También la política de "cuotas" y discriminación positiva para mujeres, negros u otras minorías, parecía a muchos un exótico producto, de la corrección americana. Pero no dudaban, en cambio, a la hora de defender otras "cuotas", la cuota para el audiovisual europeo que debía protegernos del embrutecedor entertainment americano, o la de contratación de funcionarios y uso de la lengua patria en cualquier organismo europeo. Lo que para muchos no era correcto, eso no, es que en España aspiraran a esas cuotas o protecciones las lenguas que, por haber sido largamente minorizadas, más lo merecen y necesitan. Y no era correcto, entre otras cosas, porque con ello se atentaba a la libertad y agilidad de circulación de unos funcionarios para los que todo destino -Tenerife, Bilbao o Valencia- no había sido sino un hito en su más o menos larga marchá a la Corte siguiendo . el copocido principio de que Ios funcionarios son como "los que van a parar al mar, que es Madrid".

Pero mi intención no es tanto denunciar la viga en el ojo europeo como defender lo bien fundado de la paja en el ojo americano. Ésa de la que cuelgan los innumerables chistes y anécdotas que sobre la "corrección política" se cuentan por aquí. "Es curioso, me dice un amigo, ahora con eso de la Biblia 'políticamente correcta' resulta. que él/ la Dios es bisexual: ¡acabáramos'. Y un profesor de Nueva York me comenta: "¿Competir yo con una lesbiana negra para el puesto en la Universidad? Misión imposible. Ella acumula cuota de minoría sexual, de minoría racial, de minoría preferencial: tales cuotas juntas son imbatibles". Éstas 'Son las historias más o menos regocijantes con que se despacha a menudo el tema, luego de haber advertido de to dos los peligros que para la ver dadera igualdad comporta ese "maquillaje" tan americano, de los auténticos conflictos y desigualdades.

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Pero he dicho que a mí me parece todo lo contrario de un ma4uillaje superficial y trataré ahora de explicarme. LéviStraúss Subrayó que, igual como ocurre con la pasta italiana, los fenómenos históricos y sociales "saben" distinto según el corté o segmentación que de ellos hagamos. Así, una historia del día a día "sabe" a psicología: a la petite histoire de los amores, corruptela o intrigas de palacio. A una periodización más amplia le salen ya batallas, e incluso relaciones de producción, de modo que comienza a saber ya a historia, e incluso a economía o sociología. Hasta que, segmentada en trozos más gordos, en milenios, la historia acaba pareciéndose a la geología: las migraciones de los pueblos, a los movimientos de los glaciares. Pues bien, los modernos estudios de esta Iarga duración"' nos han revelado igualmente que muchos fenómenos que considerábamos inscritos en la naturaleza humana no son sino su obra: el lento producto del enfrentamiento y adaptación de una especie al su entorno. Y también que los caracteres o funciones atribuidos en ella a hombres o mujeres, adolescentes o enfermos, judíos o extranjeros, son una construcción que nos permite hoy hablar de una "historia natural" de la infancia, de la muerte, de la homosexualidad, etcétera.

Pero sabemos también que esta construcción o diseño de hombres y mujeres, judíos y gentiles, legales y perversos, vivos y muertos, sólo llega a hacerse firme mediante la consolidación social y verbal dé estos "tipos ideales". Consolidación social a través de las limitaciones impuestas a su apareamiento, actividad profesional, integración social, etcétera,

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Xavier-Rubert de Ventós es filósofo.

Menos broma con la, "corrección política"

Viene dé la página anteriorque acaban operando como profecías que se autocumplen (los judíos no pueden poseer tierras ni bienes inmuebles, luego son unos comerciantes y usureros) y que a medio o largo plazo culmina con su consolidación verbal cuando los prejuicios respecto de un grupo se semantizan y llegan a perfilar de un modo aparentemente neutral la discriminación de que son objeto: (¿no le conoces? -oí decir en la cola del autobús-, es uno de esos charnegos o sudacas que siempre te hacen alguna judiada").

Vista desde esta perspectiva, la acción de terciar tanto en la contratación (cuotas, discriminación positiva) como en la designación (lenguaje política mente correcto) de los grupos marginales o minoritarios pare ce un intento de responder y paliar en alguna medida la desigualdad de oportunidades de que parten. Con ello se reconoce al menos que el pasado se construyó en buena medida a sus expensas, y que el lenguaje: mismo con que se les designa es, un precipitado de aquella condición que viene aún a reformarla y perpetuarla. "La maravilla del lenguaje", decía Merleau-Ponty, "es que se hace olvidar detrás de lo dicho". Y esta es su maravilla, en efecto, pero también su mayor peligro: el de hacemos tomar la palabra por las cosas, o las definiciones por, asépticas descripciones.

Pero este voluntarista intento de reparar el pasado tiene: aún otra cara: la de preservar el futuro. Nuestra capacidad técnica de intervenir en ese futuro, de usarlo y explotarlo incluso, se ha ampliado enormemente. De ahí que si antes la tentación fue consolidar el pasado dando por válida y "natural" la gramática de su definición y roles, ahora lo es también exportar al futuro los costes de nuestro "desarrollo" endosándole las letras de nuestro déficit y los desechos de nuestra producción. Una operación que puede interesar a quien le quedan 20 o 30 años de vida -y por descontado a quien pretende ser reelegido al año siguiente- pero de ningún modo a las generaciones que tienen la vida por delante y que vivirán del oxígeno o del clima que les dejemos.

Más allá de su caricatura, la corrección política aparece así como el legítimo intento de "corrección en curso" tanto de las inercias sociales y lingüísticas que atenazan el presente como de las tendencias predatorias que amenazan el futuro de la tierra y de nuestros hijos. Y esto no es americano. Y si así lo calificamos es porque no hemos superado el típico "resentimiento" de esos europeos que desde Hegel y Heidegger no quieren ver a Estados Unidos más que como una versión ya pasada o aún ingenua de sí mismos.

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