Cámaras

Depende hacia dónde enfoquen las cámaras su objetivo uno descubre grupos de jóvenes alpinistas o tribus de cabezas rapadas, voluntarios de la Cruz Roja o discotecas repletas de borrachos, ecologistas de Greenpeace o salvajes de fondo sur, innumerables adolescentes que están aprendiendo a tocar un instrumento en el conservatorio o manadas de búfalos que se limpian las uñas con una navaja mientras se fuman la primera anfetamina en un terraplén del suburbio. Todo consiste en saber si las cámaras, que hoy han suplantado nuestra mirada, son puras o impuras en el momento de elegir. En la actualidad ellas celebran todos los juicios, ellas emiten todos los veredictos. Más allá de las grandes hazañas emitidas vía satélite y de las desgracias masivas que las cámaras escudriñan buscando siempre la carne viva, existe una realidad muy selecta que nunca es televisada. Ese ámbito en donde no penetran los fotógrafos se va reduciendo paulatinamente. Pertenecer a ese club pronto será el signo de distinción más exclusivo. Depende hacia qué dirección apunten los cazadores de imágenes el mundo se llena de políticos corruptos o de manifestaciones contra la corrupción, de narcotraficantes, terroristas, jueces, atracadores acribillados, monjas que dan la vida por los leprosos, logistas letrineros en Ruanda, camilleros del séptimo día que despejan las matanzas de Sarajevo, ambulancias que se cruzan con carrozas reales camino de la última carnicería en el suburbano, conciertos benéficos en el teatro de la ópera adonde acuden cochazos como féretros cuyo interior contiene a un mafioso rey del látex o a un obispo sonrosado. Todos los juicios que emiten las imágenes son sumarísimos, ambivalentes. Hoy todos formamos parte de un gran jurado, pero sólo condenan las cámaras. Los escasos seres de este mundo que aún permanecen fuera de toda sospecha son aquellos que no han sido televisados y por tanto ni en su gloria ni en su miseria han sido juzgados todavía. Constituyen, el club de los elegidos.