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Tribuna
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La subversión

El investigador Alain Peyrefitte acaba de lanzar un libro sobre economía titulado La sociedad de la confianza. Materialmente, el conservador Peyrefitte ha arrojado este volumen de kilo y pico contra el pensamiento convencional. Otros franceses como Thuillier, ingleses como Ormerod, americanos como Lasch, también han tirado desde sus ventanas otros escritos para quebrar las ideas que conducen a la perdición. O eso les parece a ellos y eso me parece a mí. A menos que lo evitemos a tiempo, el más importante descubrimiento científico de este siglo acabará siendo un gen capitalista en el código del planeta que nos determina fatalmente a vivir con las leyes del mercado, sea haciendo compras o haciendo amigos. A partir de ese momento, ya no habrá necesidad de cuestionarse cualquier injusticia cargándola a las fuerzas sociales de la historia. Los ricos son ricos porque tienen el gen más grande, y los pobres, más miserables porque apenas tienen gen. El banco de pruebas decisivo no es ya la aldea global, sino la tienda global. En las calles de Nueva York, en las chabolas madrileñas o en los suburbios de Calcuta se hacina la miseria como se acumula la chatarra junto a los galpones productivos. Los desamparados son masas coherentes con la riqueza mercantil tanto como los banquetes con sus basuras. Correlativos no ya de una organización social, sino de otra llamada biosocial.Quienes escriben actualmente en contra de la determinación del capitalismo y alertan respecto a sus graves daños humanos son apenas un puñado de marginales. Marginales en número, marginales por relapsos o marginales porque se han vuelto razonablemente locos. No todos dicen lo mismo, pero su voz -contra la soberanía de los económetras, contra, la ataraxia política, contra el poder omnímodo de firmas como dioses- es parte de un bullicio que reinicia el ciclo de la subversión.

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