Anuncios de mano en mano
Los repartidores de publicidad acosan a los universitarios
La publicidad que pasa de mano en mano tiene una cierta especialización en Madrid. En la boca del metro de Legazpi se reparten folletos de academias y de cursos de ordenador. En la Puerta de Sol, clases de idiomas. En la calle de Arturo Soria, junto a la Jefatura Superior de Tráfico, todo sobre la renovación del carné de conducir. En la plaza de Castilla y en Cuatro Caminos, información sobre universidades y centros de estudios privados. Pero en las universidades vale todo: cursos, fotocopias, ropa, deportes, música, libros, academias, copas, etcétera.
El estudiante llega fatigado al último peldaño de la escalinata del metro de la Ciudad Universitaria. Y allí empieza el acoso publicitario. Por la derecha, un joven le entrega un papel. Antes de que pueda echar un vistazo al folleto que ofrece gratis una sesión de ordenador para conocer las maravillas de Internet, la mano izquierda agarra ya otro reclamo. En esta ocasión se trata de un chollo de fotocopias a un precio especial, 3,95 pesetas.
El siguiente paso es estrujar los panfletos. Y después, al suelo. El alumno, que no tiene inconveniente en decir su nombre, Mario Torres, de 19 años, en tercero de Derecho, intenta justificarse: "¿Que por qué lo tiro? Porque estoy harto de que me agobien con tanto curso y tanta tontería. No tengo tiempo ni para estudiar la carrera. Mira, todo el mundo lo tira al suelo". Las papeleras más próximas ya están a rebosar de pelotas de papeles.
Oferta variada
Un universitario que tenga que cruzar cada día alguno de los tres campus de Madrid -Complutense, Politécnica y Autónoma (los más frecuentados por los repartidores de publicidad)- puede salir con un curso en la mano: idiomas, informática, ofimática, contabilidad, locución y presentación de radio, creatividad, planificación de medios, fotoperiodismo, jóvenes comunicadores, periodismo socioeconómico, gestión de empresas, contabilidad informatizada, técnico en finanzas. A elegir.También puede conseguir un pantalón vaquero a un "precio inmejorable", los cristales de las gafas gratis, una sesión de musculación en un gimnasio (también de balde), un chollo de viaje a Praga o a París, una ganga de ordenador, fotocopias por cuatro pesetas, descuentos en los libros de texto, zapatillas y prendas deportivas, por supuesto rebajadas. Y hasta tomar copas, por la cara, en algún bar próximo a las facultades. "Nos agobian con tanto panfleto. ¿Pero no sabrán que no tenemo s ni un duro? Ya ni miro lo que me dan. Es siempre lo mismo", se queja Óscar Tendero, de 20 años, alumno de Geológicas. Hasta llegar a esta facultad, tiene que sortear a un buen número de repartidores de publicidad. Por ejemplo, al ecuatoriano Max Monard, de 25 años, que desde hace un par de viernes, y en la boca del metro de Ciudad Universitaria, reparte impresos, unos 4.000 al día, con información sobre fotocopias. Antes trabajaba en la estación de Plaza de Castilla. Sin embargo, prefiere su actual puesto dentro del campus. "Aquí los chavales son muy amables, entienden tu trabajo y cogen el papel. Es otro tipo de gente, sobre todo educada", dice. Pero cuando ve esparcidas por el suelo sus cuatro horas de trabajo no puede evitar que se le parta el corazón. "Me da pena porque no lo leen y directamente lo tiran. Y hay cosas que son interesantes", señala Monard.
Cubriéndole la espalda está Pablo Fulgado, de 25 años. En su mano lleva un fajo de pases para una sesión nocturna de informática. Cuenta que su primera decepción se la llevó el día de su estreno como repartidor, cuando vio que los estudiantes rechazaban sus invitaciones. "Muchos, sin leerlo lo tiraban, pero otros lo guardaban y se interesaban por la oferta", dice FuIgado mientras distribuye entre los universitarios 600 impresos cada día.
Muy cerca ronda un coche de la Policía Municipal. El terror de los repartidores. "Hemos de estar atentos y tener cuidado porque lo que hacemos está prohibido", explica Max Monard.
El consejo a cualquier nuevo repartidor es que nada más distinguir una gorra azul se esconda en el agujero del metro. El reparto de publicidad mano a mano es ilegal. Una ordenanza municipal regula y controla la publicidad externa. Las sanciones, según cuenta un portavoz de la policía, oscilan entre 5.000 pesetas, si es una empresa limpia en antecedentes, o 150.000 para los reincidentes.
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