Un año viejo celta para adivinar la suerte
La víspera de Todos los Santos -literalmente, All hallows' Eve, o Halloween para abreviar- era el año viejo en las tradiciones celta y anglosajona. En tan señalada ocasión, las almas de los muertos volvían de visita a sus casas, por donde campaban hadas, fantasmas, gatos -negros, brujas malas y de las otras y toda clase de demonios. Era el día ideal para la adivinación de la suerte, la salud y la muerte, y -¡colmo de los horrores!- el plazo en que vencían los alquileres.
Estos ritos paganos permearon la celebración cristiana de la víspera de Todos los Santos y acabaron independizándose de ella para recuperar su carácter secular.
Los jóvenes escoceses. aprovechaban Halloween para determinar, con una serie de juegos, en qué orden se iban a casar durante el año. Los emigrantes irlandeses llevaron consigo la fiesta a Estados Unidos, donde alcanzó gran popularidad a finales del siglo pasado. Por entonces, los jóvenes tenían por costumbre causar pequeños estropicios en las propiedades de los demás, tales como romper sus ventanas.
Aunque actualmente, en Norteamérica, Halloween es más que nada una fiesta para los niños, que van de casa en casa haciendo alguna gracia y pidiendo caramelos, algunos adolescentes de aquel país han recuperado parte de la tradición y del protagonismo, y se dedican a rociar los coches con espuma de afeitar, a envolver los árboles en papel higiénico y cosas por el estilo.
A quien todo esto no acabe de convencerle, siempre le queda el muy castizo recurso de darse un atracón de buñuelos de viento y huesos de santo.
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