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Un año viejo celta para adivinar la suerte

Javier Sampedro

La víspera de Todos los Santos -literalmente, All hallows' Eve, o Halloween para abreviar- era el año viejo en las tradiciones celta y anglosajona. En tan señalada ocasión, las almas de los muertos volvían de visita a sus casas, por donde campaban hadas, fantasmas, gatos -negros, brujas malas y de las otras y toda clase de demonios. Era el día ideal para la adivinación de la suerte, la salud y la muerte, y -¡colmo de los horrores!- el plazo en que vencían los alquileres.

Estos ritos paganos permearon la celebración cristiana de la víspera de Todos los Santos y acabaron independizándose de ella para recuperar su carácter secular.

Los jóvenes escoceses. aprovechaban Halloween para determinar, con una serie de juegos, en qué orden se iban a casar durante el año. Los emigrantes irlandeses llevaron consigo la fiesta a Estados Unidos, donde alcanzó gran popularidad a finales del siglo pasado. Por entonces, los jóvenes tenían por costumbre causar pequeños estropicios en las propiedades de los demás, tales como romper sus ventanas.

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Aunque actualmente, en Norteamérica, Halloween es más que nada una fiesta para los niños, que van de casa en casa haciendo alguna gracia y pidiendo caramelos, algunos adolescentes de aquel país han recuperado parte de la tradición y del protagonismo, y se dedican a rociar los coches con espuma de afeitar, a envolver los árboles en papel higiénico y cosas por el estilo.

A quien todo esto no acabe de convencerle, siempre le queda el muy castizo recurso de darse un atracón de buñuelos de viento y huesos de santo.

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