Tratados como delincuentes
Los músicos callejeros piden un horario fijo para poder tocar
A las nueve de la mañana suena el teléfono en casa del guitarrista Thomas Schindowski. Es Ghasem Saravani, su compañero, quien todos los días toca con él y otro amigo en la plaza Mayor. "Oye, ¿quién va a coger sitio?", pregunta Ghasem, el flautista. "El Juan Miguel", murmura Thomas un poco mosqueado por ser despertado.Cuando los tres se encuentran en la plaza a las 14.30, Juan Miguel Vázquez, el bajista del Trío Saravani, ya lleva unas horas esperando. Es la ley de los músicos que tocan allí: el que llega primero puede empezar. Siempre son los mismos músicos, desde hace años. En verano, cuándo también vienen muchos de fuera, a veces hay que esperar seis horas. Hoy, el último viernes de octubre, no es tan grave. Juan Miguel está sentado en la terraza del restaurante Hegar, con su bajo y su amplificador. Eso es el símbolo. "Si no tienen nada del equipo, no vale explica Alex Pérez, otro guitarrista, "y aunque a veces hay peleas, todos aceptamos, esta regla".
Pero el verdadero problema no es la competencia, como se puede observar después de un rato. Todavía la atmósfera es muy pacífica, Son las 15.05, 23 grados, la gente en las terrazas está disfrutando del sol. Están comiendo paella, tomando un chato o un café. Llevan cámaras y planos de Madrid. Cuando el Trío Saravani empieza a tocar, la terraza se llena más. Muchos paseantes paran para escuchar canciones suaves como el Concierto de Aranjuez o el Ave María de Schubert. Un hombre se levanta para sacarles una foto, y algunos echan una moneda. Pero de repente se acercan dos municipales, y los músicos se levantan en seguida
La gente está confundida. La mayoría no sabe que está prohibido tocar en la plaza. Así lo exigen los artículos 32, 51 y 52 de la Ordenanza de Policía y Buen Gobierno. Al público eso le interesa poco; algunos incluso abuchean a los policías. "¡Eso es una vergüenza!", se enfada Mette Hummelshoj, una danesa de Aarhus que vive en Londres. "Eso no sería así ni en Dinamarca ni en Inglaterra", dice Mette. "Y esta música clásica tan suave va muy bien con este lugar histórico."
Thomas, Ghasem y Juan Miguel ya conocen este rollo. "Ahora, cuando se vayan a comer los municipales, podemos seguir", advierte el guitarrista; y de verdad, a las 15.40 ya pueden tocar otra vez. Después de la última canción, una argentina se acerca a Cristina, la novia de Ghasem, que pasa el cesto con las grabaciones del trío. "He visto cómo os trató la policía. ¡Me dio mucho coraje!", dice la mujer, y echando un billete de 1.000 pesetas añade: "Menos mal que habéis podido seguir. ¡Ánimo!".
Andreas Frahm, un profesor de Hamburgo, no puede tranquilizarse. "Es un escándalo", se queja, "todos los turistas se enganchan con esta música. Lo ven como algo típico de la plaza Mavor. Incluso consumen más en las terrazas. ¿Por qué se prohíbe algo que marca la capital española?". Los camareros tampoco lo entienden. "La gente pregunta por los grupos", cuenta León Barderas, de la pizzería Amore, "y si no aparecen, no se sientan". Enrique Álvarez, de la cafetería Cristina dice que a veces atiende a 40 nacionales diferentes en sus mesas y que "todos están en contra de los municipales".
Los únicos que están a favor son los vecinos. "Estos músicos tocan justo cuando la gente quiere descansar", dice Rosario Cartagena, que vive en la plaza, "a la hora de comer y de cenar". La razón es fácil de entender: "Son las únicas horas en las que no está la patrulla de los guindillas ", explica Juan Miguel. "No queremos molestar a nadie. Por eso pedimos un espacio y un tiempo fijo. Con tres horas diarias estaríamos contentos". Pero sus peticiones fueron rechazadas por la Junta.
Todo eso era distinto hace 10 años. Entonces tenían permisos; pero en el verano de 1984 fueron derogados súbitamente. "Desde entonces tengo pesadillas", cuenta el bajista. "En mi barrio, en San Cristóbal, pasan caballo delante de mis hijos pequeños. Allí la policía no existe. Pero aquí, en cuanto empiezo a tocar el Ave María, tengo encima de mí una patrulla completa. Nos tratan como delincuentes". Ahora en noviembre cierran las terrazas, y los músicos de la plaza Mayor tienen que buscarse otros trabajos. Se encontrarán allí de nuevo el verano que viene, esperando que a lo mejor la ley cambie otra vez, pero en esta ocasión, a su favor.
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