La niña del camposanto
La ex actriz Rita Garrido nació y vivió hasta los 30 años en el cementerio británico, erigido en Carabanchel en 1854
Para Rita Garrido, el nombre de la baronesa Tatiana von Korff, nacida en San Petersburgo, o el del príncipe George Bagration-Dmoukhrali, de Tbilisi, o el del conde Nicolás Witold le resultan más que familiares, y no porque haya frecuentado ambientes aristocráticos. Estos nombres y otros muchos están grabados sobre las lápidas del British Cemetery, un antiguo camposanto propiedad de la Embajada británica y ubicado en el distrito de Carabanchel, en la calle del Comandante Fontanes.Entre sus paredes nació y creció Rita, una ex actriz madrileña, casada con el músico Ricardo Freire, que llegó a ser en los años cincuenta primera actriz del teatro La Latina. Esta mujer, madre de cuatro hijas que la han hecho abuela, comenta que nunca olvidará los largos años que pasó en este cementerio, y asegura que fueron los mejores de su vida. Cuatro generaciones de la familia Garrido han vivido, nacido y crecido en esta necrópolis, fundada por la colonia británica en 1854. Muy pocos madrileños saben de su existencia, ya que hasta hace poco nadie, salvo la familia de los allí enterrados, podía acceder al mismo.
Según el Consulado británico -bastante reacio a hablar-, del tema, el cementerio fue fundado a principios del siglo XIX por la colonia inglesa de Madrid, y estuvo situado cerca de Cibeles, frente a Correos. Más tarde se trasladó a su actual ubicación. Hoy día se entierra en él a muy poca gente y, en general, son personas que ya tienen familia allí.
Fue el abuelo de Rita, Luis Garrido, uno de los primeros guardeses de este desconocido cementerio. Cuando murió en 1918, su hijo Manuel, padre de Rita, ocupó su puesto. En la casa de los encargados, que ya no existe y entonces estaba ubicada junto a la entrada del camposanto, nacieron los seis hijos de Manuel. Hasta los 12 años, Rita sólo abandonaba este lugar para acudir al colegio y, más tarde, al conservatorio: "Como no me dejaban salir a la calle, solía asomarme por una hendidura que todavía hay debajo de la puerta para ver a las niñas que pasaban. Pero yo no tenía la sensación de vivir en un lugar siniestro. Al contrario, para mí era un palacio en el que yo me podía quedar sola sin ningún miedo. Mi padre había plantado cientos de flores, y más que un cementerio parecía un jardín botánico", cuenta.
En contraste con el árido descampado situado enfrente, el terreno de la necrópolis es muy fértil y todavía conserva algunos de los almendros a los que Rita se subía para coger los frutos. Cuando era niña había también cerezos, acacias, ciruelos y otras plantas que ella no dudaba en utilizar para su supermercado "cuando jugaba a las casitas".
Lo cierto es que es un lugar agradable. No hay nichos, y sólo un panteón, el de la familia Bauer, además de una sencilla y pequeña ermita que todavía se utiliza para los ritos fúnebres. Las sepulturas, alrededor de unas seiscientas, están sobre la tierra y rodeadas por apenas una veintena de cipreses. Se agradece que familias como los Loewe, los Boetticher, los Parish o los Tersh hayan preferido recubrir las lápidas con un cuidado manto de flores silvestres, hiedra y tréboles antes que erigir algún ostentoso mausoleo.
Rita acude ahora al cementerio tres veces en semana, los lunes, miércoles y viernes (sólo se abre al público estos tres días, de cuatro a seis de la tarde), para visitar la tumba de su madre, fallecida hace cuatro meses, y colocar algunas flores en la de su padre, que murió en 1966, fecha en la que la familia tuvo que marcharse. Comenta con orgullo que al entierro de su progenitor asistieron las primeras figuras del teatro y la música, desde Pepe Blanco hasta Antonio Molina, con cuya familia mantiene una gran amistad. También los restos de sus abuelos reposan aquí.
Dando un paseo entre las sepulturas, embellecidas por las hojas del otoño, se emociona de forma especial en algunos rincones, y hasta le asoman las lágrimas. "Aquí", dice señalando un banco, "me sentaba cuando estaba triste o me peleaba con mi novio. Era mi sitió preferido. A veces venía también a ensayar con mis castañuelas. Todavía mis hijas, cuando vienen, saben que me pueden encontrar en este lugar. En esta sepultura", continúa, "a veces me tumbaba y me imaginaba que era mi cama, y con las hojas de este árbol mi abuela hacía un agua milagrosa que, según ella, curaba las enfermedades de los ojos".
Guarda en su memoria cientos de anécdotas, en especial la del día de su boda, en 1952, hace 44 años. Con un vestido negro de terciopelo y una pamela muy bien la hubieran podido confundir con una joven y guapa viuda. Cuando salía del camposanto, escoltada por los invitados y curiosos, un ataúd entraba por a misma puerta. Alguien había muerto y tuvieron que retrasar unos minutos la ceremonia para que su padre pudiera atender al finado. El hecho no logró aguarle la fiesta a la Rita la del British, como la conocían sus vecinas.
El susto del pianista
Ella comprende que pueda haber gente a la que estas historias le den un cierto repelús. "Cuando conocí a mi marido -el era pianista del teatro donde yo trabajaba- y le conté que vivía en un cementerio se extrañó muchísimo, y al principio le daba miedo venir. Luego se acostumbró, e incluso una vez casados vivimos con mis padres siete años. Mis dos hijas mayores también nacieron aquí. Y, lo que son las cosas, mi padre tenía un piano y mi marido terminó de componer aquí los Doce cascabeles, que tuvo mucho éxito. El British le dio suerte".Freire es autor también de canciones tan populares como La estudiantina de Madrid, Palacio moro o Caballito bandolero. Cuando, finalmente, se compraron un piso le costó mucho adaptarse. "Estuve una temporada mal de los nervios. Imagínate después de haber vivido rodeada de árboles y plantas, con tanto espacio para nosotros solos, tener que meterme en un piso fue un trauma para mí".
Jamás tuvo miedo. "Si oíamos algún ruido por la noche mi padre se levantaba para ver si alguien había saltado la tapia. Todo el mundo se acurrucaba en su cama, menos yo, que me encantaba acompañarle para ver qué ocurría. De mayor, cuando volvía del teatro, a la una o las dos de la mañana, al terminar la representación, me encantaba sentarme al fresco y quedarme sola pensando y mirando la luna. Eso de tener miedo a los muertos, pobrecitos, es una tontería; son más peligrosos los vivos. Y a la muerte antes tampoco le temía. No pensaba en ella. Ahora sí, porque soy mayor; el tiempo pasa deprisa y a mí me gusta vivir".
Su nieta Emma, de 18 años y aspirante a bombero, que la acompaña durante el paseo, no comparte su entusiasmo. "No me habría gustado vivir en un cementerio, porque le tengo terror a los espíritus. Pienso que rondan por aquí, y la idea no me atrae nada, aunque sé que mi abuela, mis tías y mi madre se lo pasaron bien y me cuentan historias muy divertidas".
Rita llama al British Cemetery su "palacio de cristal" y hasta le ha dedicado un poema que ella misma ha compuesto: "Yo viví en un palacio, / el palacio de mis sueños,/ con mi padre y mis hermanos./ No penséis que esta historia vaya a ser una mentira, / pues todo lo que escribo no es ninguna fantasía".
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