El periquito se volvió aguila
El Espanyol pasó por el sevillismo como una epidemia. Había llegado al Sánchez Pizjuán bajo los efectos de una supuesta depresión otoñal, pero se extendió por el césped como una mancha de cuero y acribilló a pelotazos al pobre Unzué, que miraba a su alrededor con uninconfundible gesto de fusilado. Bajo la mirada antigua del Sevilla, que cumplía noventa años y había preparado una fiesta de aniversario a base de tapas de Carlitos y delicias de Suker, volvió a demostrar que no es un intruso entre los mejores. Los síntomas son muy significativos: tiene la audacia del aspirante, pero también el empaque del ganador. Ahora mismo es un forúnculo que le ha salido en el cuello a todos los buscadores del campeonato.Con prisa o con pausa, según conviniera, José Antonio ha logra do armar una quinta que no hace prisioneros. Básicamente es una es tructura de hormigón con incrusta ciones de metal: el oro de Francisco, la plata de Raducioiu, el bronce de Pochettino y, a toda velocidad, el mercurio de Lardín. Con ellos, José Antonio ha podido acercarse a su vieja ilusión del movimiento contínuo. Hace muchos años, había comenzado a practicarla ante Cruyff, Maradona y los otros exploradores del espacio libre que se atrevieron a revisar los postulados del fútbol en los últimos tiempos.Obligado a jugar sus bazas, combatía la calidad con el dinamismo. El enemigo de turno nunca encontró lagunas de atención en él: disputados instante por instante, sus partidos siempre duraron más de 90 minutos; por eso era tan difícil sorprenderle y, aun más, por eso era tan difícil evitar que, en un segundo esfuerzo, ése que conduce á la extenuación, consiguiera recuperar el metro perdido. Cuando se hizo entrenador muchos pensaron que se llevaría al banquillo sus dos grandes pasiones: la persecución y el- choque. Acertaron sólo en parte; en su dura memoria de sabueso se escondía un admirador incondicional de los artistas contra quienes se había visto obligado a luchar. Ni en aquellas tardes en que primero ganaba la pelota y después araba el carril dejó de considerar la habilidad de sus más ilustres adversarios como una virtud de orden superior, Por eso ha valorado tanto la sabiduría rezagada de Francisco, la chispa eléctrica de Lardín y la exactitud incondicional de Mauricio Pochettino.
Así, pues, sus mejores virtudes pasan por su corazón. Nunca volvió la cabeza ante nadie; por eso tiene el récord mundial de puntos de sutura. Y, sin embargo, siempre fue capaz de llorar por un gol antológico como sólo se llora por un amigo.
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